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Reportaje:Giro de Italia

El equipo sin nombre

Armstrong y sus compañeros del Astana corren con un 'maillot' virgen para denunciar que Kazajistán no les paga desde hace dos meses

Carlos Arribas

Hay equipos con un nombre, equipos con 30 nombres y, desde ayer, equipos sin nombre. Por su uso de los adhesivos los conoceréis, y por sus preocupaciones. Sábado pasado. Media hora antes del comienzo del Giro, los mecánicos y diseñadores de Cervélo -austeridad negra en bicis y maillots, el non va plus del diseño minimalista tanto en las bicis, tan aerodinámicas como cazas aéreos, como en sus envoltorios- sudan en el húmedo Lido de Venecia para intentar fijar la pantalla del pulsómetro de Konovalovas entre los soportes aerodinámicos de contrarreloj en la bici que va a estrenar. Manejando unas tijeritas y un rollo de cinta aislante con precisión milimétrica y pulso de cirujano, Alejandro Torralbo, el jefe de los mecánicos, lo consigue.

"Es nuestra forma de decir que no todo va OK", dijo su jefe, Johan Bruyneel
Si el 31 de mayo no se salda la deuda, la UCI retirará la licencia al equipo de Contador

Al lado, en la parcela contigua, también sudan mecánicos y técnicos. Es el territorio de Gianni Savio, el negociante que dirige el Serramenti PVC Diquigiovanni-Androni Giocattoli, quien tortura su cerebro y el de sus ayudantes para encontrar un hueco en la chapa de los coches donde pegar el adhesivo de otro de sus patrocinadores. Aunque ya figuraban en las puertas, aletas, paragolpes y techo no menos de 30 pegatinas, consiguió, la experiencia ayuda, evidentemente, hacerle espacio a la 31ª. Como aquel periodista que pagaba sus filetes de solomillo colocando en el periódico un anuncio de la carnicería que se los fiaba, Savio, un superviviente de décadas, paga a todos sus proveedores con un trozo de chapa, con un pedazo de maillot de sus ciclistas, quienes deben contribuir a veces con una pegatina propia para redondear su sueldo y a los que convierte en adefesios rodantes en una exacerbación esperpéntica de su función principal, la de hombre anuncio, desde los orígenes del ciclismo.

Sus coches y maillots son horripilantes, nadie daría un duro por su éxito, pero, irónicamente, estamos hablando del ciclismo del siglo XXI, su adaptación al medio y, por tanto, sus posibilidades de supervivencia, las del equipo con nombre tan largo que nadie puede ni memorizar ni leer desde lejos, tan pequeños deben ser sus tipos para caber en el pecho y la espalda de los delgados ciclistas, en su mayoría colombianos, son mayores que, posiblemente, la del equipo de Carlos Sastre -un fabricante de bicicletas debe vender muchas bicicletas para financiar durante muchos años un presupuesto de unos 10 millones de euros- y, con toda seguridad, que las del equipo de Lance Armstrong, el corredor más publicitario del mundo en su regreso, quien ayer, como todos sus compañeros en el Giro, dio en la alpina Innsbruck un tercer uso no previsto a la cinta adhesiva, el de tapar de los maillots el nombre de su equipo, que no paga desde febrero. "Es nuestra forma de decir que no todo va OK", dijo su jefe, Johan Bruyneel, a quien la federación de Kazajistán, el garante de sus sueldos recolectados entre siete grandes empresas nacionales, presiona para que acepte en sus filas al renegado Vinokúrov, quien en julio cumple su sanción de dos años. "Recibimos muchas palabras pero nada de dinero".

Azules y vírgenes recorrieron ayer los corredores de Bruyneel una etapa tan larga como la del día anterior, casi 250 kilómetros, y más multicultural: partió del Tirol austriaco, atravesó Suiza hasta la decadente Saint Moritz y entró en Italia por el impetuoso paso de Maloja, una carretera encajonada en el hueco de una chimenea, retorcida en cortos tramos tan empinados como una escalera de caracol y empalmados por cerradas curvas de herradura, un paso profundo en el que para ver el sol los días claros hay que ponerse de puntillas y estirar el cuello, el paisaje, ayer húmedo y brumoso, que regaló a Alberto Giacometti, el escultor que allí nació y pasó su infancia, la mirada que transforma al hombre en espíritu, en cuerpo de ciclista, de largas piernas, finas, de estrecho pecho, de gran cabeza. De haber sido un espectador en la cuneta durante el pavoroso descenso, el alma de Giacometti seguramente se habría estremecido de horror -qué maillot- y gozo estéticos a partes iguales al ver abrir pista a Alessandro Bertolini, el más viejo del Giro, dos meses más viejo que Armstrong, y miembro del equipo de Savio, quien desafió su miedo y los límites de su bicicleta en un descenso temerario. Ganó unos segundos, pero no los suficientes. El pelotón, prudente, Armstrong, un día más, espantado, dejó hacer delante, pero cuatro más se unieron a Bertolini. En el sprint se impuso el menos giacomettiano, un coloso noruego y joven -cumple mañana los 22-, Edvald Boasson Hagen.

El equipo de Bruyneel, el equipo sin nombre, en el que también corre Contador, tiene fecha de caducidad: si el 31 de mayo, último día del Giro, Kazajistán no ha pagado, la Unión Ciclista Internacional le retira la licencia. "Espero que los maillots vírgenes tengan efecto y que al final cumplan su compromiso", dijo Bruyneel.

Séptima etapa: 1. E. Boasson-Hagen (Nor. / Columbia), 5h 56m 53s. 71. D. Arroyo (Caisse d'Épargne), a 40s. 142. L. Armstrong (EE UU / Astana), a 58s. General: 1. D. di Luca (Ita. / LPR), 28h 8m 48s. 6. I. Basso (Ita. / Liquigas), a 1m 6s. 7. C. Sastre (Cérvelo), a 1m 16s. 25. L. Armstrong, a 4m 31s.

Lance Armstrong, en la salida de la séptima etapa.
Lance Armstrong, en la salida de la séptima etapa.AFP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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