El cruyffismo nació tal día como hoy en Mestalla
El triunfo del Barça sobre el Madrid en 1990 salvó la cabeza del entrenador holandés
Al poco de llegar a Mestalla, ante la final de Copa de 1990 contra el Madrid, Johan Cruyff apuntó a la tribuna de prensa y se confesó a uno de sus colaboradores: "Allá están de nuevo los buitres dando vueltas alrededor del pupitre como cada vez que huelen un cadáver". Los periodistas iban con la hoja de las alineaciones en la mano y se cruzaban apuestas sobre la posibilidad de que fuera la última que cantaba el holandés como entrenador del Barça. Formaban Zubizarreta; Aloisio, Koeman, Alexanko; Eusebio, Bakero, Amor, Roberto; Julio Salinas, Laudrup y Begiristain. A determinados comentaristas aquel 3-4-3 les pareció un suicidio porque enfrente estaba el Madrid de la Quinta del Buitre, el campeón de la Liga y también el favorito de la final de la Copa, que se jugaba en Valencia, y ya tenían a punto la necrológica. "La última cruyffada", la llegó calificar un alto directivo que campeaba por el estadio con la carta de dimisión en el bolsillo si Josep Lluís Núñez, el presidente, no echaba a Cruyff.
Un sector de la prensa ya tenía la 'necrológica' de Cruyff y Menotti iba a ser su sustituto
El Madrid iba a condenar a Cruyff. Sólo había que aguardar al término del partido. Ocurrió que el Barça ganó por 0-2, goles de Amor y Salinas; que a Zubizarreta le abrieron la frente con una pedrada y que el Madrid abandonó Mestalla con un grito desgarrador de su capitán, Chendo: "El partido lo han ganado unos que no son españoles". Núñez acabaría por renovar el contrato a Cruyff después de salvarle la misma cabeza que con anterioridad colgaba del marcador de Mestalla en una asamblea que provocó una de sus intervenciones más gloriosas, genialmente parodiada por Alfonso Arús: "Per favor, demano que em demanin" ("por favor, pido que me pidan"). Aunque la directiva ha negado que Cruyff se jugara la continuidad en esa final, se daba por descontada su salida en caso de derrota. Incluso se publicó que Menotti sería el sustituto, extremo desmentido por el propio Cruyff: "Si hubiera sido así, me lo habría dicho".
"No he conocido a nadie con la capacidad de Cruyff para revertir la situación más adversa y sobrevivir en el peor de los escenarios; por tanto, no se sabe qué habría pasado de haber perdido", advierte uno de los futbolistas que disputaron aquella final de 1990. "Era evidente, en cualquier caso, que en juego había más que un título. Del partido dependían muchas cosas, en especial el modelo de fútbol que representaba Cruyff y en el que el club había invertido mucho dinero, futbolistas y esfuerzo". El presupuesto del Barça ascendía a 5.225 millones de pesetas y la Recopa ganada la temporada anterior parecía poco para mantener la confianza en Cruyff si no salía campeón de Mestalla en su segundo año. "No era fácil mantenerle", recuerda un directivo. "Los pulsos eran continuos. Para la final no convocó a Milla porque no quería renovar", añade; "algunas de sus decisiones parecían una locura".
La hinchada se sorprendía cuando veía a Lineker de extremo o a Alexanko de delantero centro después de que la plantilla hubiera sido muy renovada. Los partidos fueron un carrusel de emociones y sorpresas hasta que cuajó el fútbol hermoso y dinámico y el Barça se convirtió en un equipo moderno: el juego de posición, la velocidad de la pelota, la capacidad de los delanteros para generar espacios, la llegada de los volantes... Volvía el fútbol total de los años setenta y en el Barça hasta los benjamines jugaban como los mayores. La apuesta por Cruyff le salió finalmente bien a Núñez como última carta tras una etapa de extravío culminada con el motín del Hesperia (1988). Técnicos opuestos se sucedían desde hacía mucho tiempo (Michels, Weisweiler, Venables, Menotti, Helenio Herrera y Luis) y no había manera de que los mejores futbolistas mezclaran bien (Schuster y Maradona). Al Barça le faltaba la identidad futbolística que le dio Cruyff.
A partir de la victoria en Mestalla, Cruyff transformó el juego y edificó el dream team. El Barça cuenta desde entonces ocho Ligas, dos Copas de Europa y dos Copas del Rey, sin duda la mejor época del club. Cruyff superó la enorme presión mediática que se dio en Valencia, auspiciada por el aparato del club, que entendía que era un caprichoso que actuaba sin rigor, y el juego azulgrana es un referente mundial de la mano de uno de los cruyffistas más radicales, Pep Guardiola. "Hay quienes dicen que las finales no se juegan, sino que se ganan, y yo me pregunto cómo se gana sin jugar", aseveró ayer Guardiola. Cruyff pensó lo mismo el 5 de abril de 1990: se la jugó y ganó.
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