El PNV queda en manos de Urkullu
Apurará el plazo para elegir su candidato a 'lehendakari' - Carece de líder para hacer una "dura" oposición a López - Exigirá el autogobierno sin radicalidad
"Claro que nos tendremos que resituar, igual que los demás, pero que nadie piense que dejamos de ser el PNV". Con esta afirmación de una fuente nacionalista, propia de quien se siente expuesto al ojo ajeno, el nuevo primer partido de la oposición en el País Vasco, encara todavía desencajado su nueva situación. Después de 30 años de tener en sus manos el Gobierno, el PNV oscila entre la agresividad de su militancia -y muchos cargos significativos- hacia el pacto entre el PSE y el PP y la imperiosa necesidad de recuperar cuanto antes el poder. Esto, no sin antes reflexionar sobre su definitiva apuesta ideológica en un escenario proclive a la paz, donde se espera a una izquierda abertzale sin la tutela de ETA.
"¿El relevo? Para el definitivo igual hay que quemar antes a algún 'Almunia"
"Los 'abertzales' necesitamos líderes", reclaman los que idolatran a Arzalluz
El PNV todavía interioriza su cruel destino democrático: ganar las elecciones y perder el Gobierno. Es por ello que intenta aplacar la desaforada indignación de su militancia -"que nos pide caña", según admiten en el partido-. Y en verdad que hasta ahora les están complaciendo. Será por poco tiempo, aunque seguirán expectantes por si los nacionalistas pierden la Diputación de Álava o si el Ejecutivo de Patxi López "hace desaparecer ETB-1", el canal en euskera de la televisión pública vasca.
En este escenario deben de afrontar una insólita situación: vigilar al Gobierno de Patxi López sin tener un jefe de oposición tras el abandono de Juan José Ibarretxe. Más aún, hacerlo de la mano de su portavoz, Joseba Egibar, asociado indisolublemente al testamento soberanista del anterior lehendakari, y ante los ojos de su compañero de escaño, Andoni Ortuzar, presidente de los afiliados vizcaínos. Egibar está en la línea del partido y siempre el EBB (máximo órgano de dirección) ha marcado lo que hay que hacer en el Parlamento, señalan fuentes del PNV.
Hay entre los nacionalistas quien comparte esta reubicación de Egibar hasta el punto de que "algunas de sus declaraciones, si hace unos años las hubiera hecho otro afiliado de Guipúzcoa, él mismo habría propuesto su expulsión". También es posible escuchar que Egibar asume "disciplinariamente" esta unidad de acción "porque en el fondo sabe que, al final, al PNV no le quedará más remedio que recurrir a las tesis que él siempre ha defendido".
De momento, desde el PNV se transmite un estado de cohesión "jamás conocido", que la retirada sin traumas de Ibarretxe tampoco ha alterado. El éxito electoral y un discurso sin versos sueltos parecen haber sido suficientes para que el partido oculte sus debates internos, se una en la fatalidad, sobre todo, y emerja, de una vez, la figura de Iñigo Urkullu, su presidente, demasiado oscurecida hasta ahora.
Urkullu (Alonsotegi, Vizcaya, 1961) nunca ha llevado al límite sus diferencias con Ibarretxe. Ni siquiera cuando, uno frente al otro, discrepaban sobre la manida consulta al pueblo vasco. Ni siquiera cuando Egibar se salía del guión oficial, incluso con frecuencia. Urkullu se reconoce tan traumatizado por la escisión que en 1986 provocaron las disputas entre Arzalluz y Garaikoetxea que nunca ha planteado una votación en el EBB, "quizá", dicen desde fuera, "porque ve las fuerzas muy niveladas". Por eso ahora, sin nadie en el espejo, se siente liberado para acometer un proceso de adecuación y de regeneración interna que empezará tras las elecciones europeas, con la oposición residual del grupo del 10% de afiliados, los que siguen idolatrando a Arzalluz, ardientes defensores de Ibarretxe y Egibar -"porque los abertzales necesitamos líderes para el pueblo"-, y despectivos hacia Urkullu.
En este contexto, el PNV planta las bases de su futuro inmediato con un especial cuidado de no abrir la espita del debate sobre el sucesor de Ibarretxe. No toca. Urkullu agotará el plazo estatutario (entre dos y cuatro meses antes de las elecciones). ¿Candidatos? Los habituales: Josu Erkoreka e Izaskun Bilbao. "¿Y por qué no esperar a una nueva generación, como un alcalde, el mismo Asier Aranbarri (el de Azkoitia) por ejemplo?", se preguntan en medios nacionalistas. Por el contrario, hay quien predice que "antes de llegar al candidato definitivo igual tienen que pasar por la fase de quemar a algún Almunia", en referencia al proceso electoral interno que vivió el PSOE.
La apuesta coyuntural del PNV es otra: su ubicación en el nuevo mapa político vasco. Lo encara convencido de que ya nada será igual en el futuro. De entrada, asume, ahora ya con naturalidad, que el Gobierno de López "durará como mínimo una legislatura" y lo sostiene con facilidad al asegurar que "ni al PSE ni al PP le interesa que fracase".
Pero este convencimiento no les impide a los nacionalistas advertir de que no desaprovecharán ni una ocasión para dejarles en evidencia, cuestionar que su pacto no se sostiene. Y avisan de que esta táctica les servirá en el Parlamento de Vitoria y en el Congreso: "Zapatero va a tener todas las dificultades por nuestra parte".
Un diputado vasco del PP ironiza: "Es chocante ver cómo se nos acerca el PNV para apoyarnos en cosas que van contra los presupuestos que ellos mismos aprobaron". Los nacionalistas, claro, se apresuran a negarlo y sitúan esta intencionada oposición al PSOE en que su "gente siempre ve con agrado" que obtengan "cosas de Madrid". De paso, así tratan de evitar "la más mínima identificación con el PP", a quien, en el País Vasco, responsabilizan de la "españolización" del nuevo Gobierno.
A Jaime Mayor Oreja, en cambio, no le sorprende la nueva coincidencia parlamentaria y por eso mete el dedo en el ojo nacionalista al recordar que en 1996 consiguió que "Arzalluz y Aznar llegaran a un acuerdo".
Sin embargo, el PNV juega en otro campo. Intuye que se asiste a "la legislatura de la paz" y que un acercamiento entre socialistas e izquierda abertzale, más fácil si no hay listas ilegalizadas en los comicios locales de 2011, puede ser letal para su protagonismo político. Por ello, para preservar su territorio, los peneuvistas advierten de que no han dejado de ser abertzales y que van a seguir exigiendo el autogobierno.
Lo harán, pero dicen haber aprendido de los errores mediáticos de Ibarretxe y se alejarán de la radicalidad. No será suficiente. Aunque saben que las urnas premian siempre su centralidad como opción de gobierno, la incitación creciente de los polos soberanistas para que se acerquen a sus tesis nunca dejará de ponerles a prueba.
"Ibarretxe nos ha cambiado el paso"
En el PNV, jamás pensaron que Juan José Ibarretxe (Llodio, 1957) arrastraría una retirada de la política tan incomprendida. Señalado con el dedo por Xabier Arzalluz, para encarnar desde 1998 la continuidad del partido en el poder del País Vasco, aquel economista, hábil negociador del Concierto Económico que sorprendió a Rodrigo Rato por su perseverancia en el intento -"no he venido a cenar sino a sacar esto adelante", le dijo al vicepresidente del Gobierno tras varias horas de reunión- se marcha sin nadie que le reclame. Posiblemente, ni le importe. No por altivez, sino porque ya tiene el refugio de su familia, su mundo. "Cuando acabe aquí me iré a Llodio con Begotxu [su mujer] y mis hijas", adelantó en una entrevista a EL PAÍS antes del 1-M.
Tan inevitable abandono, sin ruido dentro de su casa pero sonoro en su discurso ácido con el enemigo porque le sangra la herida de ese "frente españolista" que se ha llevado por delante su victoria con 30 parlamentarios, "ha cambiado el paso" al PNV, como admiten algunos de sus dirigentes. "Lo tenía todo para haber sido un lehendakari recordado en el tiempo y así nos habría dado más tiempo para preparar su sucesión", señalan con indisimulada resignación. "Él es así, tan atípico en política", dicen cuando tratan de buscar una explicación más convincente. Y en el fondo piensan que Ibarretxe, obstinado, cuyo destino los rumores le vinculan a una firma guipuzcoana, se va convencido de que "sigue teniendo razón".
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