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Reportaje:ESCAPADAS

Los dioses olvidaron cerrar el gas

Las llamas eternas son el atractivo de Yanartas, en el parque nacional de Olympos, en Turquía. Un fenómeno natural asociado a la Quimera y a la divinidad de los herreros, Hefestos, a quien los griegos dedicaron un templo

Javier Montes

La Quimera perteneció a una de las estirpes infernales de más rancio abolengo de toda la mitología clásica. En su Teogonía, Hesíodo le atribuye por hermanos a la Esfinge de Tebas y al León de Nemea. Y los tres eran a su vez hijos de la Hidra de Lerna (que fue en su infancia mascota de Hera y que sólo Hércules consiguió matar) y nietos de Tifón.

Tenía, al parecer, tres cabezas: de león, de macho cabrío y de serpiente. Escupía fuego y era rápida como el rayo. Se tragaba rebaños enteros, fundía con su aliento las flechas y las espadas de sus enemigos y tenía aterrorizados a los habitantes de Licia, el riquísimo reino de Asia Menor situado en torno a lo que hoy es el golfo de Antalya, en el sur de Turquía.

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Y también murió a manos de otro héroe mítico, como su madre, la Hidra. En su caso fue Belerofonte, que contaba con la ayuda del caballo alado Pegaso y de su ingenio: aprovechó que abría las fauces para arrojarle una lanza de plomo directa al estómago. El metal se derritió, sí, pero resbaló por su garganta y le abrasó las entrañas. También Belerofonte acabaría muriendo por culpa de su hybris -la arrogancia suicida que castigan los dioses-. Pero ésa es otra historia, y la contó Eurípides en una de sus tragedias perdidas.

Sin embargo, incluso después de muerta y enterrada, la Quimera sigue respirando fuego y echando humo en Yanartas: un rincón perdido de la costa licia de Turquía, dentro del parque nacional de Olympos y a una hora en coche al oeste de Antalya, la capital de la región.

Yanartas significa en turco "piedra ardiente". Y realmente arden las piedras a causa del gas natural que se filtra desde hace siglos por las grietas de la ladera de una de las estribaciones del Tahtali Daglar, una cadena montañosa impresionante que asciende casi hasta los 3.000 metros y cae luego a pico hasta el Mediterráneo.

Baile de sombras

El último tramo de subida hasta las llamas eternas se hace a pie y es duro, pero merece la pena. Sobre todo, al atardecer, cuando se pone el sol sobre el mar, muy cerca y muy abajo. Entonces, las llamaradas brillan y sisean el doble: hacen bailar las sombras y casi temer que reaparezca el monstruo para tomar posesión de su guarida.

Éste es, en más de un sentido, un verdadero punto caliente de ese Mediterráneo mítico donde cada isla y cada peñasco tiene su leyenda digna de oírse. Junto al fuego siguen las ruinas del templo levantado por los griegos en honor a Hefestos, el dios herrero: vieron en el prodigio natural de las llamas un recordatorio de la fragua olímpica donde forjaba las armas de los dioses. Los romanos mantuvieron en él el culto a Vulcano y en época bizantina se reconvirtió en capilla cristiana.

La primavera es buena época para visitar esta zona: cuando las montañas altísimas aún conservan restos de nieve y corre ya el agua del deshielo por los torrentes que se descalabran hacia el mar. Este tramo de costa es una reliquia de lo que debió de ser el Mediterráneo anterior a la desertización y la hybris del ladrillo, de la que ahora (a buenas horas) empezamos a lamentarnos desde nuestra orilla. Un espléndido bosque mediterráneo de plátanos de sombra, castaños, pinos, madroños y adelfas protege la tierra fértil, preserva la humedad de estas montañas costeras y endulza el clima incluso en pleno verano. Por aquí, piensa uno, no deben de ser tan frecuentes las guerras del agua.

Y también las calas y las playas que puntean este extremo del golfo de Antalya han sabido escapar a la hidra de cemento. Para refrescarse tras la subida a Yanartas, lo mejor es bajar a la estupenda playa de Çirali, a menos de cinco kilómetros. Es un pueblecito que ha sido capaz de equilibrar los huertos de frutales y un sensato desarrollo turístico, a base de pequeños hoteles de cabañas desperdigadas entre los árboles y hamacas que cuelgan en primera línea de una cala amplia y libre de bloques de pisos.

Piratas de Olympos

El paisaje por aquí sigue siendo más o menos el mismo que debieron de ver -y de urbanizar, para bien en este caso- los habitantes de la antigua Olympos, un puerto muy próspero fundado hacia el 200 antes de Cristo en las orillas del río Ulupinar, que desemboca en la playa. Los de Olympos, por lo visto, eran los más temibles piratas de Licia, y la ciudad fue arrasada como castigo por los romanos. Pero ni por ésas pudieron evitar una última venganza intangible: desde aquí se contagió al resto de Roma el culto a Mitra, el temible dios-serpiente que vino de los confines orientales. Sus ritos y misterios sangrientos marcaron un punto más en la decadencia moral y religiosa del Imperio.

La vecina Phaselis, donde en el 334 antes de Cristo pasó el invierno el mismísimo Alejandro Magno (tenía buen gusto, desde luego) tuvo más suerte: por algo sus ciudadanos eran famosos por trapaceros y aduladores. Los romanos le dieron trato de favor gracias a su insuperable emplazamiento. La verdad es que sigue siendo una de las ruinas más fotogénicas e idílicas de todo el Mediterráneo, con sus calas de arena blanca, sus tres puertos de agua transparente, los pinos entre las ruinas y las gradas de su teatro a la orilla del mar.

Olympos tuvo menos fortuna, pero quizá más carácter. Aún conserva algo agreste y orgulloso en sus cimientos arrasados e invadidos por la maleza (el saqueo fue tan terrible que protestó el mismísimo Cicerón). Todavía pueden visitarse los muelles fluviales, el pequeño teatro y la misteriosa puerta del templo romano, único resto en pie que conmueve plantada y sólida en un claro del bosque. En un sarcófago bajo los árboles todavía puede leerse el epitafio más hermoso que se haya dedicado a un viejo pirata y lobo de mar: "Aquí yace el capitán Eudemos. Su barco arribó al último puerto y no tendrá más singladuras, el viento no soplará más en sus velas. Su vida fue breve como un día, como una ola que rompe en la orilla al poco de nacer".

» Javier Montes es autor de la novela Los penúltimos (Pre-textos).

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Una ruta por este emplazamiento estratégico, capital de tres imperios, cuyo pasado se refleja en el distrito de Sultán Ahmet, el casco antiguo de la ciudad. Mercados de especias y de objetos de gran calidad, en la ciudad conocida como Puerta de oriente, se conjugan con palacios y mezquitas de gran relevancia.Vídeo: CANAL VIAJAR

Guía

Dormir

» Çirali está lleno de hoteles y pensiones. Desde el gran lujo del Hotel Olympos Lodge (www.olymposlodge.com.tr), uno de los mejores hoteles de playa de Turquía (hamacas sobre la arena, bungalós y un hermoso jardín), hasta las casas particulares entre los naranjales que se alquilan por pocas liras. El Hotel Arcadia (www.arcadiaholiday.com) está también sobre la playa, con cómodas cabañas de madera y un comedor que en verano se deja abierto al mar.

Información

» Turismo de Turquía (www.turismodeturquia.com).

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Sobre la firma

Javier Montes
Novelista y ensayista. Entre sus libros recientes están 'La radio puesta' (Anagrama, 2024), 'Luz del Fuego' (Anagrama, 2020) y 'El misterioso caso del asesinato del arte moderno' (Wunderkammer, 2020). En 2022 publicó la recopilación de sus textos sobre arte contemporáneo 'Visto y no visto' (Machado Libros). Ganador del Premio Anagrama de Ensayo.

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