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Columna
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La parte equivocada

Antonio Elorza

Un desafortunado proyecto de ley tendente a equiparar partisanos y repubblichini, esto es, a quienes lucharon entre 1943 y 1945 en la Resistencia antifascista y con los seguidores de Mussolini en la República de Saló, ha tenido en Italia efectos saludables. La medida respuesta del líder de la izquierda, Dario Franceschini, empujó al propio Berlusconi a dejar las cosas claras, rechazando toda equidistancia entre resistentes y fascistas, salvo en el terreno del respeto a los muertos, sobre la base de que unos y otros combatieron por sus ideales. Sólo que los primeros lo hacían por la democracia y los segundos contra ella, de forma que se alinearon en la parte equivocada. El régimen democrático actual no puede dudar, explica Berlusconi: es el heredero de la Resistencia antifascista, de la cual surgió una Constitución fundada en el consenso por ella creado, "una gran página en la historia de Italia".

El cambio para el aborto legal será el próximo campo de batalla

Pensando en la importancia del componente político de extracción posfascista en su partido, la declaración de Berlusconi revela una indudable audacia y de cara a nuestra derecha tiene valor de enseñanza. El PP tuvo su origen en el proyecto de Manuel Fraga, figura emblemática del franquismo reformista, pero a diferencia del grupo de Berlusconi no lleva el lastre de corrientes formadas orgánicamente en el seno de la dictadura, y por tanto no tiene razones para sentirse identificado con los vencedores de la Guerra Civil. Sin embargo, los orígenes sociológicos y la mentalidad pueden más que los intereses reales, según pudo comprobarse en los debates sobre la memoria histórica y sobre el auto de Garzón. Los medios políticos y culturales vinculados al PP, sin que lógicamente mostraran una adhesión al franquismo, tendieron a justificar el pronunciamiento militar por el caos republicano, y en ningún caso suscribieron el valor histórico de la Segunda República. Incluso algunos mantenían el espantajo de la sovietización previsible del régimen republicano de haber logrado una victoria que Franco evitó.

No es sino el reflejo de un fenómeno más profundo, que puede constituir el principal obstáculo para el PP de cara a esa conquista del centro donde en nuestro país se juega la suerte de las elecciones. El déficit de modernización aflora una y otra vez en los medios políticos y de comunicación populares. Ahí está sin tapujos la personalidad que ofrece la nueva presidenta del Parlamento vasco, Arantza Quiroga, emblema de una España abierta a las nuevas técnicas pero marcada por un acendrado integrismo en religión y costumbres. No es que se le critique a esta señora por no bañarse en bikini, a diferencia de millones de mujeres creyentes; sólo que al introducirse en el agua vestida del todo pone de manifiesto un arcaico odio al cuerpo que no desmerece al impuesto por el fundamentalismo islámico. Es el reflejo del mal conocido fenómeno de la presencia de grupos y sectas religiosas, del Opus Dei a los siniestros Legionarios de Cristo, en niveles altos y en centros de formación del PP, con la consiguiente incidencia sobre las políticas públicas y la actitud frente a todo intento de actualización de las normas reguladoras de las costumbres. Sólo falta Ana Botella de alcaldesa. La reacción ante el cambio de las condiciones para el aborto legal será el próximo campo de batalla, como lo fuera antes el combate contra la Ciudadanía, empezando por condenar la reforma como si la legalización no hubiese tenido ya lugar. Ni la más mínima atención a lo que puede significar el cambio como instrumento para eliminar los puntos negros que muestran los años de aplicación de la ley vigente. No interesa el problema humano; sólo ganar adeptos para el espíritu de Cruzada.

Al dejarse arrastrar por esta opción intransigente, vuelta hacia el pasado, el Partido Popular consolida su clientela tradicional, lo mismo que al emborronar de inmediato toda iniciativa del Gobierno socialista. (Si como en Euskadi se da una honrosa excepción, Rajoy se apresura a capitalizarla personalmente sin preguntarse por el coste político de su presencia). Nunca hay matices. De este modo, genera anticuerpos a tantos que se sienten cada vez más descontentos con la gestión de Zapatero y que tal vez volverán a votarle ante la razonable suposición de que el PP alberga una excesiva carga reaccionaria. Falta aún mucho para que reconozca que la Segunda República, con todas sus deficiencias, supuso el antecedente de la democracia actual y que los franquistas, de 1936 a 1975, fueron la parte equivocada.

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