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Columna
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La tristeza como sentimiento político

Las situaciones políticas suelen caracterizarse por las ideas. Aunque tengan repercusiones afectivas, la coherencia o el fanatismo dependen casi siempre de estrategias de pensamiento. Pero hay veces que la dimensión de la realidad sólo puede definirse desde una perspectiva sentimental. La decisión de Rosa Aguilar de abandonar el Ayuntamiento de Córdoba para ocupar un cargo en el Gobierno socialista andaluz me ha producido la sombra alargada de una tristeza.

Toda persona tiene derecho a una evolución. Nada hay criticable en que alguien que haya militado muchos años en el Partido Comunista decida cambiar de opción. Pero en el caso de Rosa Aguilar no ha habido una evolución ideológica, sino la búsqueda de una salida personal a costa de humillar las formas políticas y el respeto a los ciudadanos. Pasar de un cargo a otro, sin transición, cambiando de partido en una negociación de cargos, tiene menos que ver con los debates que con la compraventa. Quedan mal el que vende y el que compra.

Se ha repetido que a Rosa no le habían dejado ninguna salida en IU. Quien conozca por dentro la organización sabrá hasta qué punto se le han ofrecido oportunidades y se han consentido sus cambios de humor en la composición de direcciones y en campañas electorales. Además, siempre queda la posibilidad de acabar una gestión, anunciar que una se va a su casa, luego que una abandona la fuerza política, luego que una se presenta como independiente en otras listas electorales y, finalmente, que se toma otro carné. A eso tiene derecho cualquier persona. Pero no es lo mismo que aceptar un cargo público del PSOE, siendo alcaldesa de Córdoba, cuatro meses después de haber provocado y conseguido un puesto importante en la nueva dirección de IU.

Creer en la necesidad actual de una fuerza política a la izquierda del PSOE supone una doble apuesta ética. Por una parte, significa no acomodarse, seguir en la lucha por una sociedad laica y socialista, dispuesta a defender abiertamente los derechos de los trabajadores y a profundizar en la democracia. La búsqueda del provecho personal representa una triste manera de renuncia, sobre todo si se hace para conseguir un acomodo inmediato en un Gobierno al que se ha estado criticando en campañas electorales y en debates públicos.

Por otra parte, sentirse de izquierdas debe implicar la negación a caer en los peligros de la marginalidad, en el orgullo puritano, en creer que uno posee la única verdad y que todos los demás son traidores. La debilidad social de una fuerza política provoca peligrosos procesos de dogmatización. Algunas declaraciones de responsables del Partido Comunista me han provocado, más que tristeza, malestar físico. Una fuerza política no puede vivir del rencor, del ajuste de cuentas con los compañeros, alejándose cada vez más de la realidad. El modo de actuar de Rosa Aguilar ha ofendido a muchos militantes de IU que se empeñaron en trabajar por una fuerza no dogmática y útil en la política social de nuestro país.

La tristeza suele significar que ha llegado el momento de tomar decisiones inevitables. Si el Partido Comunista quiere seguir participando de las ilusiones de la izquierda española debe provocar un inmediato proceso interno de renovación. Si este proceso no es posible, los que apuestan por una izquierda renovada no pueden tardar mucho en asumir decisiones valientes. Los territorios podridos sólo producen tristes salidas personales.

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Y otra cosa: tristezas como ésta demuestran hasta qué punto debemos evitar opiniones fáciles sobre las listas cerradas. Gracias a ellas no ocupan el Estado los poderes mediáticos y sus estrellas, y todavía es posible confiar, aunque con tristeza, en la militancia honrada frente a los aparatos sectarios y al glamour egoísta de los independientes.

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