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Columna
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Desechables

No todo son malas noticias. En Estados Unidos, desde la elección de Barack Obama, la solicitud de permisos rápidos para la adquisición de armas de fuego ha subido vertiginosamente. Además, informaciones no menos fidedignas afirman que el mercado de la muerte súbita y a ser posible masiva ha experimentado un auge espectacular porque Asia, China y, como es natural, Oriente Próximo, corren que se las pelan para adquirir las últimas novedades del mercado.

Así pues, es posible que los laboratorios que producen vacunas que se han demostrado útiles contra la gripe porcina no reciban excesivas demandas, dado que los muchos que mueren, al fin y al cabo, son pobres: menos espaldas mojadas a los que disparar -nos ahorramos una bala-, mientras que los pocos, gente con mejor suerte en la vida, con un solo pinchazo y unas precauciones saldremos adelante. En su lugar -en el de los laboratorios-, otros benefactores de la humanidad, por supresión rápida de la misma, engordan sus cuentas en los paraísos fiscales. Todo queda en casa.

Me preguntan por qué los países ricos en ruinas relativas no enviamos la medicación adecuada a México, para que los desafortunados reciban tratamiento. Lo ignoro. No sé de ONG alguna que se haya puesto a la labor, puede que porque el orgulloso Gobierno mexicano -éste, los anteriores- convive con la corrupción y con la miseria de los suyos, pero no con las caridades externas. En cualquier caso, se están muriendo. Otros mexicanos, que tienen medios, observan con espanto lo que sucede a su alrededor, encerrados en sus casas, con sus negocios cerrados a cal y canto.

Se venden más armas en el mundo para que mueran los que tienen que morir. Enemigos, inventados o reales. Escasean para las vacunas para los desechables. Los que sobran. Todos forman parte de una misma historia. Perdedores.

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