Trabajo: reconocimiento y dignidad
En vísperas de un nuevo Primero de mayo y en plena crisis de la ocupación, conviene volver a detenerse sobre el significado del trabajo. Bauman nos advertía del cambio de la sociedad de productores "a la sociedad de consumidores", y de la progresiva transformación de los asalariados pobres en "consumidores expulsados del mercado". Pero, aún es cierto que el trabajo sigue siendo uno de los grandes pilares en los que se sustenta la inclusión social.
El empleo no es sólo la principal vía de ingresos de la mayoría de la gente, sino que, además, constituye el fundamento desde el que se calcula la cobertura social de la población inactiva. Y no podemos olvidar que mantiene un papel muy destacado entre los factores y elementos que generan identidad y sentido vital a muchas personas. Trabajar o no trabajar, hacerlo de una cosa o de otra, con unas condiciones determinadas o careciendo de las mismas, acaba determinando de forma clara y decisiva las condiciones que fijan los niveles de exclusión e inclusión social.
Trabajar o no trabajar, hacerlo de una manera u otra, acaba determinando los grados de exclusión e inclusión social
Las condiciones de trabajo se han ido deteriorando, hasta límites insospechados hace sólo unos años. Hace poco, podría haber quien defendiera un cierto trade off entre precarización del mercado de trabajo y ampliación de los puestos de trabajo. En la actualidad, se nos ha ido el trabajo y nos queda la precariedad. Y en esas condiciones restrictivas, los que salen peor parados son aquellos que acumulan bajo nivel formativo con edad avanzada, y quienes están en situación más vulnerable, y cuyo despido o reducción de salario cuesta menos de imponer. En ese contexto, conviene recordar que uno de los cambios más trascendentales de los últimos años ha sido la llegada al mercado de trabajo formalizado de millones de mujeres. Pero, la precariedad es especialmente intensa entre las mujeres, y ello no sólo afecta a las relaciones laborales, sino que como situación, se extiende a otras esferas vitales. Como afirmaba el colectivo Precarias a la deriva, la precariedad es un conjunto de condiciones materiales y simbólicas que determinan una gran incertidumbre vital en relación con el acceso continuado a aquellos recursos imprescindibles para el desarrollo vital de cualquier persona.
Las mujeres han llegado masivamente al mercado de trabajo, transportando los componentes esenciales de la construcción de género, que regula las relaciones sociales (económicas, laborales, políticas...) a partir de las diferencias percibidas entre sexos. Y es desde esa perspectiva desde la que el vínculo entre feminización del trabajo y precarización de su existencia en el fondo expresa una de las consecuencias de esas relaciones de género, que descalifica el trabajo femenino al considerarlo fuera de su contexto natural doméstico, lo que conllevaría o justificaría sueldos inferiores o perspectivas de coyunturalidad en los vínculos laborales.
¿Qué ocurre con el trabajo doméstico y/o reproductivo no remunerado? Este tipo de trabajo, desarrollado básicamente por las mujeres, no genera ingresos ni permite la subsistencia económica si no está inserto en una estructura de redistribución familiar o de otro tipo. Pero, para muchas mujeres constituye una vía de inserción social, en el sentido, al menos, de que les proporciona un reconocimiento social, y les da, asimismo, un sentido de identidad vinculado al imaginario social tradicional sobre la división sexual del trabajo.
Sin embargo, es evidente que se trata, en cualquier caso, de un modelo de inserción social tremendamente débil, vulnerable y dependiente, en tanto que se vehicula a través de un tipo de trabajo que no está ni remunerado ni valorado socialmente. Cualquier alternativa de acción en ese terreno debería incorporar esta perspectiva de género, así como incorporar las diferencias y desigualdades existentes por edades, procedencias, etnias y opciones religiosas, sexuales o de otra índole.
Pese a la necesidad de las medidas específicas, la tendencia debería ser hacia el diseño de actuaciones que tomasen en cuenta al máximo número de ámbitos que forman parte de la vida de las personas y condicionan su trayectoria de exclusión así como sus dificultades de inclusión: la formación y la capacitación laboral y/o social, el tratamiento sociosanitario, la estabilidad residencial, etc. Pero, la propia estructura segmentada y jerárquica de la Administración lo dificulta.
Es en este contexto en el que las experiencias que han desplegado ciertas entidades y organizaciones no gubernamentales resultan muy significativas. El día 13 de mayo, la Fundación Surt organiza unas jornadas bajo el significativo título de Repensar la economía y los trabajos desde la experiencia de las mujeres (www.surt.org).
Esta entidad viene trabajando desde principios de la década de 1990 en procesos de inserción laboral de las mujeres que presentan mayores índices de vulnerabilidad por razones sociales, culturales o estrictamente personales. Y su planteamiento destaca, precisamente, por potenciar simultáneamente las competencias de identificación y empoderamiento de las propias mujeres, sus competencias relacionales y aquellas competencias que les permitan afrontar temas como la organización del trabajo, la negociación o el estrés. Su experiencia, expresada en múltiples actividades e iniciativas, pone de relieve la importancia de evitar frases tan caricaturizadas por el añorado Pepe Rubianes, como "el trabajo dignifica" y de avanzar en experiencias que reconozcan los diversos tipos de trabajo socialmente útiles como la importancia de partir de la dignidad de las personas para seguir redefiniendo y transformando el trabajo.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.
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