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Columna
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La nueva dimensión

Los treintañeros están alucinando. Especialmente los chicos. Se les puede oír comentándolo mientras toman café con los compañeros de oficina, compartiéndolo con los amigos de siempre al teléfono: se ha abierto una nueva dimensión. Una nueva dimensión sexual.

Los hombres están disfrutando de un porcentaje de éxito en sus cortejos abrumador, sencillamente extraordinario. Lo que hace diez años era una caja fuerte con contraseña de diez dígitos hoy es un pestillo de baño. La razón es, obviamente, que las chicas han cambiado. Aquellas que a los 18 eran vírgenes y que a los 26 tenían un novio innegociable, hoy, a los 35, están asombrosamente receptivas. Entre los 20 y los 30 acostarse con una chica (exceptuando a las claramente exceptuables) conllevaba varias citas de banco de parque y tortitas de Vips, dos o tres cines con película de Meg Ryan y alguna palabra de amor.

La sociedad sigue condenando a la mujer promiscua y ensalzando al hombre mujeriego

Los nacidos en los setenta vivimos una adolescencia y una primera juventud aún recatada. Desde luego, mucho más desinhibida que la de nuestros padres, castrados por la religión y el franquismo, pero todavía zurcida de tabúes y represiones. Pero, desde luego, inmensamente más pacata que la de esta generación de adolescentes perdiendo la virginidad a los 15 años y atestando los cines para ver a sus ídolos televisivos follar en Mentiras y gordas.

A principios de los años noventa, gran parte de las chicas de primero de carrera aún eran vírgenes. Aunque parezca mentira es ahora, al alcanzar el ecuador de la treintena, cuando muchas mujeres empiezan a considerar acostarse con un chico al que acaban de conocer y a quien no planean volver a ver. Las chicas de mi generación se educaron con los mismos valores que los hombres, han logrado acceder a puestos de trabajo de igual relevancia; sin embargo, han tardado 20 años en alcanzar el nivel de liberalización sexual, física y mental, de sus compañeros. Es cierto que la sociedad sigue condenando a la mujer promiscua y ensalzando al hombre mujeriego, pero esta injusticia sólo parecer ser ignorada o superada por las adolescentes y, por fin, por las chicas que hoy se acercan a los 40.

La nueva receptividad de las treintañeras: mujeres solas, separadas, divorciadas, casadas o ennoviadas, ha lanzado a los chicos (en la misma variedad de circunstancias) a su encuentro. Pero, por supuesto, han cambiado los lugares donde se cortejan abierta y vorazmente, como queriendo recuperar el tiempo y las experiencias perdidas. Los bares comienzan a resultar inhóspitos: el humo, la agresividad de los decibelios y el infalible resentimiento estomacal tras el garrafón convierten al tradicional garito malasañero en una incómoda opción.

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En los últimos años en Madrid han proliferado los after office: locales elegantes con luz tenue y música suave propicios para la conversación y la ingesta irresponsable de cócteles. España está importando la moda americana de tomarse una copa después del trabajo. Los after office se llenan entre semana de hombres trajeados y mujeres con medias que confraternizan primero en los sillones de cuero y luego sobre el colchón de alguno de los animados interlocutores.

Aunque ahora que mucha gente pierde su empleo está surgiendo una nueva tendencia de ocio nocturno. Copiando el ambiente íntimo y distendido de los after office, varias casas del centro convierten sus salones en lounges. A partir de las tres de la mañana, cuando cierran los bares, algunos hogares se ofrecen para acoger a un número limitado de personas, normalmente amigos y amigos de amigos de los dueños. Los anfitriones aceptan peticiones musicales, pero cobran las copas, ganando así un dinero a cambio de sufrir derramamientos de roncola en los sofás y quemaduras de cigarrillo en las cortinas pero, sobre todo, de brindar un ambiente selecto, tranquilo e íntimo.

Madrid cuenta con varios after hours camuflados, garitos sin ninguna indicación exterior donde hay que llamar a la puerta o incluso otros a los que se accede atravesando una galería de arte. Lugares donde se puede seguir bebiendo y bailando indiscriminadamente hasta el amanecer, una actividad propia de los adolescentes y los veinteañeros; porque hoy, a esas horas de la madrugada, los de 35 ya hace horas que han triunfado.

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