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DON DE GENTES | OPINIÓN
Columna
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Ego

En su Diccionario del diablo, Ambrose Bierce recoge esta definición cachonda de ego: "Forma latina de la palabra yo. Los romanos padecían un trastorno del habla, y eso era lo mejor que podían decir. Los reyes y los editores modernos llegaron un poco más cerca de la verdadera pronunciación: dicen nosotros".

Poseído aún por la ironía de ese subrayado escuché decir a Josep Ramoneda esta frase de Chateaubriand: "Se creía que estaba sordo porque no oía hablar de él".

Y poseído por ambas expresiones estuve mirando la fotografía en la que José María Aznar posa con su equipo de 1996, el año en que empezó su primer Gobierno. Escuchando a los suyos se escucha a sí mismo; cuidado con el ego: es una tarima desde la que se sale despeinado.

Con esa foto en la mano me fui a ver la exposición de Juan Muñoz en el Reina Sofía. Allí hay un grupo escultórico en el que una serie de personajes supuestamente chinos, todos iguales, esboza una sonrisa también idéntica, sardónica o satisfecha. Sentí que en aquella pose retrospectiva del antiguo Gobierno había también la apariencia espectral de la sucesión de esculturas: todos alrededor del Hombre, en un ágora por la que no ha pasado el tiempo. El descubrimiento de que el tiempo se mueve hizo inteligentes a los hombres.

La de los de Aznar es una foto que escucha el pasado, aunque quiera proyectarse al futuro. Estuve en la presentación de un libro sobre la egolatría literaria, Literatos, del chileno José Palomo, en la que se recogen algunas frases que reflejan el ego de los escritores. Y entre esas frases (y dibujos) hallé perlas pegajosas, de ésas que uno quiere meter en la conversación como sea. Pero una de Albert Camus me pareció que le iba bien a los egos, y también al ego de los ex presidentes.

Aznar debe tener más virtudes de las que él cree, pero él cree que tiene muchas virtudes. Esa convicción le da a su discurso la prestancia del hombre que no se equivoca. ¿Se equivoca? Es posible, pero actúa como si no fallara, y como si no hubiera fallado. Y Camus le dice, desde la altura modesta en la que se sitúan los sabios que ya han muerto: "La necesidad de estar en lo correcto es un signo de una mentalidad vulgar".

Y no es que Aznar tenga una mentalidad vulgar, quién tiene derecho a decir eso. Pero sí es cierto que, pareciendo estar en lo correcto, carga sus espaldas de una razón que se parece demasiado al edificio egocéntrico que los reyes (y otros gobernantes) llaman nosotros.

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