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Reportaje:

Mendigos por la hipoteca

La crisis genera una nueva mendicidad de inmigrantes y autóctonos por deudas

Antes del verano, un 3,9% de la población ya vivía en la peor situación económica posible, y el 17% de los valencianos era pobre. Pero la crisis está llevando esto a terrenos desconocidos. "Las peticiones de ayuda a Cáritas han aumentado en un 80%", explica Jordi Garcés, director del Centro de Investigación Polibienestar, especializado en las políticas sociales. Hay centros y parroquias en los que esas peticiones han crecido un 100%. El balance de 2007 indicaba que las siete entidades que componen en Valencia el llamado Equipo Interinstitucional de Trabajo con Personas Sin Hogar atendieron a 1.108 personas. En 2008, el Centro de Acogida e Inserción para Personas sin Hogar del Ayuntamiento de Alicante atendió a casi 1.700 usuarios. Todo va a complicarse cuando se revise la actual temporada. Más cuando las plazas de albergue en Valencia son poco más de 300.

Hay gente que pide para comer, porque lo poco que tiene lo gasta en la hipoteca

Hay en España, según Cáritas, hasta 30.000 mujeres y hombres sin techo. "Dentro de la atención por exclusión", explica Garcés, "el 70% suelen ser extranjeros". "Pero, por primera vez desde hace ocho años, aumenta la atención a españoles en el ámbito de la pobreza". Se trata de gente que, por el seísmo económico, ha perdido el trabajo y ha ido cayendo, hasta la eventual exclusión severa. Casos como el del mendigo atacado ferozmente en Alicante hace poco. Sin embargo, en palabras de Charo Castelló, de la Fundació Tots Units, que se dedica a la inserción sociolaboral de los más necesitados, "otras veces se trata de gente que pide para comer porque lo poco que tiene lo usa en el alquiler o la hipoteca". "El exceso de peticiones en comedores sociales", explica, "suele responder a ello".

"Hemos venido teniendo en nuestro país un 30% de empleo precario", insiste. "Cuando eso se ha venido abajo, ha golpeado hasta llevar a la calle a gente de varios grupos: quienes hacían de peones -con un alto grado de inmigrantes-; quienes llegaban al mercado laboral desde la exclusión [por drogas u otros problemas]; y, finalmente, quienes, aunque con mayores posibilidades que los dos primeros grupos, vivían al límite de sus deudas". Por tanto, no hay que pensar ahora que quien mendiga está obligatoriamente tocado por el alcohol, por la enfermedad mental o por la discapacidad (pese a que, tradicionalmente, haya habido problemas de este tipo hasta en el 80% de los casos). Casos como el de un inmigrante con serias taras físicas que ha dicho a la policía de Castellón que fue obligado mafiosamente a mendigar, se compatibilizan hoy con los de unos mendigos de apariencia casi pulcra que parecen estar en la calle de manera accidental.

Le sucede a un hombre viejo del terreno que se pasea por el pueblo de Catarroja con un carrito de supermercado con sus pertenencias, que saluda a los vecinos, y a quien se recuerda en una situación muy diferente. Otro, en este mismo pueblo, más joven, va hurgando metódicamente en contenedores y se espera en las tiendas para que le den lo que sea. A veces lleva patas de pollo cogidas de la mano: le valen para hacer caldo. "La crisis te va jodiendo hasta que acabas así", comenta otro, español, aunque hijo de portugueses, en la puerta de un supermercado cercano a la capital. "Antes era camarero, pero ya no tengo nada". Cuenta más de 40 años y duerme en casa de un conocido. Otros, pernoctan donde les pilla. María, por ejemplo, que no sabe ni la edad que tiene, dice que lo hace "en una chabolita en el campo". Mendiga desde hace tiempo en la valenciana Plaza del Ayuntamiento, más a la vista imposible. "Pero ahora es muy difícil, ya hay demasiada gente pidiendo, vienen de muchos países, y ya no recoges ná". A pocos metros, hay un joven del Este, que no habla español, solicitando limosna en la puerta de un espacio fashion que vende zapatillas a 200 euros. Más lejos, una mujer de 50, española, intenta vender pañuelos de papel a los coches. "Te ganas a veces 5 o 6 euros", dice una chica rumana, de 22 años, que mendiga todos los días frente a un supermercado de barrio. "Pero como mi marido a veces trabaja en algo, tenemos un techo". "Hay nuevas situaciones de riesgo", explica Jordi Garcés, "y vemos cómo la mendicidad está pasando de lo individual a un perfil de familias que se quedan sin recursos". "Esto perjudicará especialmente a los hijos pequeños". "Y hay otros nuevos grupos de riesgo", insiste. "Se trata de las mujeres de menos de 35 años, con familia monoparental y en paro", finaliza, "y las mujeres de más de 55 años que están solas y sin trabajo".

Derecho, no caridad

Con los problemas que afectan al sistema económico, quizá pueda parecer que no se puede hacer gran cosa desde las Administraciones para paliar los desastres personales de la crisis. "Pero no es tan difícil, si se entiende que en el centro de todo debe estar la dignidad de las personas, no la acumulación de dinero", opina Charo Castelló, de la Fundació Tots Units. "La gente tiene derecho a vivienda y comida, darles eso no es caridad, es una obligación política". En este sentido, "no vale con subvencionar esa misión a las entidades de caridad para que lo hagan ellas, nosotros cumplimos una función, pero mucho de lo que hacemos es cosa de Ayuntamientos y de departamentos administrativos, que deben afrontar ese deber". "A veces pasan meses hasta que se conciertan entrevistas con gente que necesita obtener la renta mínima, y eso es evidente que podría subsanarse". "Además", insiste, "las entidades bancarias o empresariales que hagan obra social deberían encargarse de los pobres en este momento de urgencia, y deberían ser persuadidas políticamente para ello". "En las obras públicas deberían emplearse como trabajadores a los colectivos de exclusión, no vale con destinar mucho dinero a comedores: la alimentación es un parche", opina. Por su parte, Jordi Garcés, director del Centro de Investigación Polibienestar, propone "un plan quirúrgico para paliar, a través de una lista nominal, la situación de las familias que estén en mayor riesgo de exclusión". "Los servicios sociales tienen conocimiento de quienes están en este peligro, y sería una manera de ir evitando males mayores". "Aparte", añade, "los bonos para medicamentos, comedores escolares, pañales, leche, ropa y todo lo que sea de necesidad en los niños, se vuelven muy necesarios para las familias en situación más difícil".

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