"Los arquitectos buscamos dioses para adorarlos"
Aunque vuela a España casi cada mes, hace más de 20 años que Beatriz Colomina (Madrid, 1952) vive en Nueva York. Catedrática en Princeton, es una de las grandes historiadoras de la arquitectura. Comemos en el Caixaforum de Herzog&de Meuron. Pide consomé y merluza. La charla enfría la comida. "No bebo mucho, pero si las mujeres salen bebiendo agua, pidamos una copa", invita.
Colomina eligió indagar en la arquitectura, en lugar de construir, para diferenciarse de su padre arquitecto. Y en el Instituto de Humanidades de Nueva York, que dirigía Richard Sennett, descubrió un mundo más amplio. "Vi que la arquitectura moderna era como un manual antituberculosis: el aire libre, el sol, las terrazas, la ventilación, la limpieza. La habíamos estudiado desde todos los puntos de vista salvo el más obvio: el clínico". Tenía 28 años. Algunos arquitectos la disuadieron. Pero hoy, 28 años después, trabaja en el libro La arquitectura de Rayos X.
La historiadora reivindica a las profesionales ocultas tras algunos genios
Trabajar con filósofos y sociólogos, sostiene, le amplió la mirada. "Susan Sontag publicaba libros densos, pero claros. Aquí se escribe para uno mismo. Los arquitectos son insoportables escribiendo", dice.
Su pionera tesis abordó la relación entre los medios de comunicación y la arquitectura moderna. "Adolf Loos ya criticaba a quienes diseñaban para salir en las revistas en la Viena finisecular". En la Fundación Le Corbusier descubrió cajas con catálogos de grandes almacenes junto a cartas de Gropius. "No contestaba a otros arquitectos, pero no paraba de pedir catálogos". Así se dio cuenta de que el arquitecto más famoso del siglo XX utilizaba técnicas publicitarias. Ponía un Voisin delante de sus casas antes de fotografiarlas. "Asociar el lujo de un coche deportivo con sus casas fue un gran golpe. Fue el primero que entendió los medios y quien así llevó la arquitectura al siglo XX".
Colomina apura las croquetas y pasa al café. Los arquitectos, sugiere, buscan maestros sin fisuras. "Queremos dioses para adorarlos". Ella reivindica a profesionales invisibles: las grandes arquitectas. La casa E1027 de Eileen Gray en el sur de Francia se convirtió en su obsesión. "Históricamente no se reconoció la autoría de Gray y sí la de Le Corbusier. Llegó a atribuirse a Badovici, el cliente. Todo antes de contar la verdad". Lo que sucedió en literatura, mujeres que escribían los textos de sus maridos, ocurrió también entre las arquitectas. "El escocés Charles R. Mackintosh se pasó la vida asegurando que el genio era su mujer, Margaret McDonald. Pero nadie lo creyó". "Los medios quieren ver una figura única y preferentemente masculina. No pasa sólo con las mujeres. Sucede también con los equipos. Carme Pinós fue fundamental en la arquitectura de Enric Miralles. Hay un cambio cuando se separan. Luego Benedetta Tagliabue, su segunda mujer-socia, introdujo el color. Se preocupó del usuario. Todo eso no se reconoce". ¿Las parejas de arquitectos se anulan? "No sucede lo mismo con las parejas de hombres". Y explica su teoría: "La arquitectura está basada en la idea del genio único cuando, en realidad, es colaboración, como el cine: todos deberían salir en los créditos".
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