Pita, tente, tula, quedas
Si las cuatro palabras de este título se leyeran de otra forma -pongamos "¡Pita, tente! ¡Tú la quedas!"-, a lo mejor tendrían otro sentido. Pero no: se trata de cuatro nombres distintos para una sola cosa. Y no tiene nada que ver con María Pita, la heroína coruñesa, ni con el juego de construcción, ni con la tía Tula de Unamuno, ni con una cita a ciegas. Estamos hablando de un juego infantil de calle y recreo. Les sonará: consiste en escapar del individuo que pasa a otro su condición de perseguidor a perseguido al tocarle, aunque sea levemente. Nadie gana y nadie pierde. Se trata de desfogar escapando del pringao de turno. Lo que pasa es que el nombre de los juegos infantiles, como el nombre de los peces, cambia de ciudad en ciudad o, incluso, de calle en calle. En Vigo se jugaba a la pita y en Coruña se jugaba a quedas. Obviamente, las variantes son infinitas y no sería mala cosa disponer uno de los edificios de A Cidade da Cultura para albergar un archivo con los millones de nombres distintos que reciben, o recibían, los juegos tradicionales o pre-post-industriales (er..., bueno, ustedes ya me entienden) que la unificación de la Nintendo o la Wii ha borrado de nuestros discos duros cerebrales. Porque Grand Theft Auto se llama así hasta en el último rincón del planeta, pero la pita que se juega (o jugaba) en Vigo, o el quedas que se juega (o jugaba) en Coruña, se llama (o llamaba) tula en Madrid, por ejemplo. En la capital del Reino el perseguidor no era el que quedaba, sino el que la ligaba. Investigando un poco más, descubrimos que en el barrio de San Vicente de Baracaldo (Bilbao) el juego se llamaba tente. Todos son el mismo juego con distinto nombre. Y, como todos los juegos, son sólo el entrenamiento que humanos y gatos de corta edad utilizan para aprender a sobrevivir de adultos en este mundo.
De niños jugamos a pillar y de mayores también. Es como un cambio de turno o de legislatura
"Jugar a pillar" es el nombre genérico que los vascos utilizan para esta herramienta de relación social. Es un claro caso de anticipo de la forma de las cosas que están por caernos encima. De niños jugamos a pillar y de mayores también. Es como un cambio de turno en una fábrica, un relevo en una garita, un cambio de pareja en un baile o una nueva legislatura con su nueva ocupación de locales, despachos o viviendas oficiales. Humanos que se intercambian papeles y que persiguen o son perseguidos, según las circunstancias. Un griterío de patio de colegio (público, privado o concertado) que nos persigue a todos desde la infancia hasta la tumba. (Y más allá: que no todos los habitantes de un cementerio tienen la misma condición.) Aquella canción de Sergio Dalma que empezaba diciendo "bailar de lejos no es bailar" era una mentira como A Cidade da... (¡glubs, perdón!), como una catedral. Aprendemos a bailar separados y a jugar corriendo antes que a hablar. Un poco -sólo un poquito- más tarde aprendemos a bailar pegándonos.
En el idioma desconocido favorito de Paco Vázquez -el inglés-, para jugar y tocar (un instrumento musical, ¿eh?) se utiliza la misma palabra: play. Por eso lo de la Playstation es una perversión: nadie puede estacionarse jugando o haciendo música. Sería la mismísima muerte mortal. El cambio de roles en una orquesta es esencial: la cuerda, la madera, el metal o la percusión se intercambian para sacar adelante un proyecto. Un baile y un juego eternos que, misteriosamente, nos complacen en tales saraos. Como jugar a la pita, a tula, a quedas o a tente. O como en Los 4 Fantásticos y Silver Surfer, película donde ese juego de tantos nombres, en apariencia inocente, está a punto de destruir el universo. Por eso resulta sorprendente que tras tanto entrenamiento, gatuno o juvenil, no sepamos aún que el que queda en la pita o el quedas -o el que la liga en tula o la tiene en el tente- no va a ejercer el papel para siempre. Tarde o temprano alguien ocupará su sitio. También se puede interrumpir el juego con el timbre que anuncia el final del recreo. O, lo que es aún peor, una voz desde las alturas gritará "¡Joshuaaa, pasa para casa!". Y ya sólo quedará tiempo para jugar a la guerra nuclear, juego donde nadie gana y todos pierden.
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