China reclama su papel de potencia
Convertido en uno de los motores del mundo, el gigante asiático trata de asegurarse un lugar privilegiado en el orden económico que surja tras la crisis
El pasado 9 de febrero, el despliegue de fuegos artificiales organizado de forma ilegal por directivos de la televisión pública china (CCTV) con motivo del fin de las festividades del Año Nuevo convirtió en una tea un rascacielos de 159 metros de altura en Pekín, que forma parte del ciclópeo complejo arquitectónico de la nueva sede del ente público. El edificio, que albergaba el hotel Mandarin Oriental, debía ser inaugurado este año.
El incendio fue un gigantesco bochorno para el Gobierno, que había hecho del proyecto uno de los iconos de la capital y un símbolo del ascenso y la creciente influencia de China en el mundo. La torre se eleva hoy vacía y chamuscada en el corazón del barrio de negocios de Pekín, desvestida de las grandes vallas publicitarias que antes la rodeaban, y poco se sabe de lo que ocurrirá con ella, ya que, desde un principio, las autoridades dieron orden de minimizar la información sobre el desastre.
El país ha salido reforzado de la cumbre del G-20 en Londres
Las exportaciones se han desplomado y miles de empresas han cerrado
El Banco Mundial vaticina que este año comenzará la recuperación
La crisis pone a prueba la capacidad de los comunistas para gobernar
China superará en 2012 a Japón como segunda economía mundial
Sin embargo, al lado del gigante tiznado se yergue resplandeciente y poderoso -no resultó alcanzado por el fuego- el rascacielos principal, una estructura de 230 metros de altura en forma de tres eles entrelazadas, obra también del arquitecto holandés Rem Koolhaas, que acogerá las oficinas y los estudios de la CCTV.
La visión de las dos torres juntas simboliza quizá mejor que nada el fulgurante crecimiento que ha experimentado China desde que Deng Xiaoping lanzó el proceso de apertura y reforma hace 30 años, los logros alcanzados y el precio pagado a cambio. China ha crecido a una media del 9,8% desde 1979; se ha convertido en la tercera economía del mundo, detrás de Estados Unidos y Japón; tiene dos billones de dólares en reservas extranjeras -de ellos, un billón en deuda pública estadounidense- y cada vez más se permite dar lecciones de gestión económica al resto del planeta. Pero el país -en el que las desigualdades sociales son extremas; la corrupción, rampante, y la degradación ambiental, ubicua- cuenta aún con decenas de millones de pobres, y su producto interior bruto (PIB) per cápita lo sitúa, según el Banco Mundial, entre naciones como Cabo Verde, Marruecos o Guatemala. Para el Fondo Monetario Internacional (FMI), China es un país en desarrollo.
La reemergencia del antiguo Imperio del Centro, hasta el punto de ser considerado uno de los motores que puede sacar al mundo de la crisis actual, mientras su población sigue siendo relativamente pobre, ha provocado la perplejidad de políticos y economistas en busca de nuevas definiciones para este país que funciona bajo la denominada economía de mercado socialista, dictada por Deng Xiaoping; es decir, capitalismo bajo el control único de un partido nominalmente comunista.
Es esta China dual, gran desconocida para muchos -en parte por el mantenimiento en Occidente de tópicos caducos y en parte por el secretismo habitual del Gobierno de Pekín- la que ha ocupado un papel protagonista en la cumbre del G-20, celebrada a principios de mes en Londres; una cumbre de la que, según analistas y observadores políticos, ha salido reforzada.
Durante la reunión, el presidente chino, Hu Jintao, trasladó una serie de mensajes directos. Uno: es necesario construir la confianza global para combatir la crisis. Aunque los problemas aún no han acabado, la economía mundial es lo suficientemente fuerte para vadearla. Dos: hay que incrementar la cooperación internacional porque el mundo está cada vez más integrado y asegurarse de que las políticas macroeconómicas son consistentes y coherentes con una visión clara del futuro. Tres: es necesario implantar regulaciones financieras más estrictas y potenciar los sistemas de supervisión; mejorar el gobierno del Banco Mundial y del FMI, incrementando el papel de los países menos desarrollados, y mejorar el sistema internacional de reserva de divisas. Cuatro: hay que evitar el proteccionismo comercial. Cinco: los países en desarrollo deben recibir más ayuda para minimizar el impacto sobre ellos de la crisis.
La petición de Pekín de adoptar una moneda de reserva supranacional, diferente del dólar, basada en una cesta de divisas, efectuada días antes del cónclave, y que comparte Rusia, no fue discutida en Londres. Pero el mensaje ha sido lanzado, y puede marcar el principio de un cambio. "China tiene inmensas reservas en dólares, por lo que está muy preocupada por su valor. Aunque el uso de los derechos especiales de giro del FMI propuesto por el gobernador del banco central chino no va a concretarse pronto, la sugerencia envía un fuerte mensaje a Estados Unidos para que mantenga el valor del billete verde. A largo plazo, esto abre también la puerta a conversaciones para modificar el sistema actual", explica Zhongxiang Zhang, investigador del centro Este-Oeste, en Honolulú (Hawai). En paralelo, Pekín ha declarado su intención de seguir comprando deuda estadounidense.
China está interesada en la progresiva internacionalización del yuan, que no es totalmente convertible, en su proceso de búsqueda de mayor peso económico y político. Durante el encuentro que mantuvo con Hu Jintao, en el marco del G-20, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, propuso iniciar conversaciones para realizar el comercio bilateral en sus respectivas divisas (el real y el yuan). "Hay una necesidad de mejorar la multilateralidad del sistema financiero global", afirma Ken Peng, analista para China de Citigroup.
No son pocos quienes critican que China esgrime su posición como gran potencia económica cuando se trata de pedir más peso en los organismos internacionales, mientras dice que es un país en desarrollo cuando hay que hacer frente a mayores obligaciones pecuniarias. China -cuyo PIB representa el 6% del mundial- contribuye con un poco más del 2% al presupuesto de Naciones Unidas, mientras Estados Unidos paga el 22%. Unos días antes de la reunión del G-20, el viceprimer ministro Wang Qishan reiteró la petición de más poder en el FMI, pero insistió en que la aportación china debe basarse en el PIB per cápita. Hu Jintao aceptó en Londres pagar 40.000 millones de dólares al FMI para ayudar a los países con problemas. A cambio logró promesas de reformas en el organismo, que le darán más peso.
Mientras multiplica su influencia internacional, la tercera economía del mundo tiene que hacer frente a la situación interna. China se ha visto menos afectada que muchos otros países por la crisis porque no depende de la financiación exterior, su sistema financiero cerrado ha protegido a sus bancos, y cuenta con músculo fiscal y macroeconómico para implantar medidas de estímulo de forma tajante.
Pero a medida que la situación global se ha ido degradando, los efectos se han hecho notar en la fábrica del mundo. La caída de la demanda de Estados Unidos, Europa y Japón ha desplomado las exportaciones, que representan el 40% del PIB chino, obligando a cerrar a miles de empresas. En febrero, las ventas en el exterior se hundieron un 25,7%, y el índice de precios de consumo cayó por primera vez en seis años. La economía creció un 6,8% en el último trimestre de 2008, frente a un 9% en el conjunto del año y un 13% en 2007.
El impacto sobre el empleo ha sido demoledor. El paro urbano registrado subió al 4,2% a finales de diciembre; una cifra que no representa, sin embargo, la verdadera magnitud del problema, ya que excluye, entre otros, a los emigrantes rurales que trabajan en las ciudades y se han quedado en la calle. Según el Ministerio de Agricultura, 20 millones de emigrantes -el 15% del total- perdieron el trabajo antes de las fiestas de Año Nuevo. No hay cifras oficiales sobre el paro en el campo, donde vive el 60% de la población.
El Gobierno asegura que lo mejor que puede hacer para contribuir a sortear la tormenta global es mantener el crecimiento. Con este fin, aprobó en noviembre un plan de estímulo por valor de cuatro billones de yuanes (443.200 millones de euros) hasta 2010, que incluye, entre otros, obras de infraestructuras, vivienda pública e inversión en innovación tecnológica. Además, ha aumentado un 24% el gasto gubernamental, que disparará el déficit hasta 950.000 millones de yuanes (105.300 millones de euros) en 2009. Rondará así el 3% del PIB, cuando el año pasado fue del 0,4%. Pekín ha recortado cinco veces los tipos de interés a un año desde septiembre y ha bajado el ratio de reservas requerido a los bancos.
El Gobierno pretende con el abanico de medidas garantizar un crecimiento de la economía del 7% u 8%, valor mínimo necesario, según los economistas, para crear suficiente empleo. El primer ministro, Wen Jiabao, ha advertido que el país se enfrenta a "dificultades y desafíos sin precedentes", pero que será capaz de crecer alrededor del 8% este año. El FMI calcula, sin embargo, que la cifra será del 6,7%, y el Banco Mundial recientemente la ha reducido del 7,5% al 6,5%. Si la recuperación no va según lo esperado, Pekín ya ha dejado claro que tiene más dinero en el zurrón, y podría lanzar un nuevo plan de estímulo. "Tenemos preparados los planes para afrontar tiempos incluso peores", ha dicho Wen.
El paro es una de las principales preocupaciones de Pekín, ya que la precariedad de la cobertura sanitaria y el coste de la educación convierten la falta de trabajo en un factor muy desestabilizador en este país de 1.340 millones de almas. Para el Partido Comunista Chino (PCCh), que ha buscado legitimarse en el poder, en gran parte, gracias al meteórico progreso experimentado por el país en las tres últimas décadas, está en juego, también, su propia continuidad.
"Los numerosos despidos, unidos a la falta de programas de apoyo social van a incrementar significativamente el riesgo de disturbios sociales, especialmente en este año de aniversarios importantes, como el 60 de la fundación de la República Popular China, el 50 del levantamiento en Tíbet o el 20 del movimiento de Tiananmen", dice Zhang. Otros expertos creen, sin embargo, que el riesgo de protestas no es tan alto y que el Partido Comunista saldrá reforzado de la crisis.
"Lo más importante para las autoridades es mantener un crecimiento doméstico saludable, y en este aspecto están haciendo un trabajo bastante bueno. Pueden alcanzar el 8% este año", dice Peng. Zhang disiente: "El plan de estímulo chino ha sido una respuesta rápida y totalmente necesaria para evitar que la economía caiga por debajo del 6%, pero no es suficiente para llegar al 8%. Afortunadamente, China tiene un déficit bajo".
El núcleo de la política económica de Pekín pasa por aumentar la demanda interna. Y para ello es imprescindible que la población rural consuma. Las autoridades han puesto en marcha una serie de programas para disminuir la brecha social -en el campo, la renta per cápita anual, 4.761 yuanes (527 euros), es 3,3 veces inferior a la de las ciudades, y la diferencia no cesa de crecer- e incentivar a los habitantes de las zonas rurales para que compren más.
Los chinos se ven obligados a ahorrar un elevado porcentaje de sus ingresos para hacer frente a los gastos de educación de los hijos y a cualquier imprevisto sanitario. Una enfermedad grave puede destruir los ahorros de toda la vida de una familia, en este país en el que la Sanidad es un negocio más, ya sea pública o privada.
Pero la situación está cambiando. El Consejo de Estado ha anunciado esta semana el proyecto para extender la cobertura sanitaria básica al 90% de la población en tres años, frente al 30% actual, y a toda la población para el 2020.
A la espera de que estos planes a largo plazo surtan efecto, Pekín ha tomado decisiones inmediatas. Está impulsando el crédito al consumo y va a conceder subsidios por valor de 40.000 millones de yuanes (4.400 millones de euros) para incentivar la adquisición de electrodomésticos, maquinaria agrícola y motocicletas en el campo.
Políticos y expertos comienzan a ver la luz al final del túnel. El presidente chino aseguró hace unos días que las medidas adoptadas han empezado a dar frutos. Y el Banco Mundial ha afirmado esta semana que la recuperación del país asiático comenzará a mediados de año, ayudando de paso al resto de Asia. La actividad manufacturera creció en marzo por primera vez en seis meses.
Mientras tanto, Pekín está tensando las riendas políticas y sigue reprimiendo sin contemplación cualquier asomo de disidencia y encarcelando a activistas y opositores. Hu ha afirmado que la crisis va poner a prueba "la capacidad del Partido Comunista para gobernar". "Sin estabilidad no podemos hacer nada, y perderemos todo lo logrado (...) De ningún modo copiaremos el modelo de sistema político occidental", advirtió en diciembre pasado, con ocasión del 30 aniversario del inicio de las reformas.
¿Podría minar la crisis el Gobierno del Partido Comunista? "Dependerá de cómo la gestione. Si se extienden las protestas sociales, resultará minado. Si China vadea la crisis mucho mejor de lo que la gente espera, esto proporcionará una oportunidad al PCCh para convencer a la población de que el sistema socialista es superior al capitalista y de la legitimidad de su Gobierno", señala un experto.
Algunos economistas calculan que el país asiático superará en 2012 a Japón como segunda economía del mundo, y para 2035 a Estados Unidos, aunque seguirá estando muy por debajo en renta per cápita. También creen que la reemergencia de China ayudará a los países pobres -especialmente aquellos situados en el sureste asiático, África y Latinoamérica- y dibujará un planeta más multipolar. Un objetivo al cual debe contribuir la nueva sede de la CCTV, difundiendo la imagen de una nueva China. Una China más poderosa e influyente, que pide paso en un mundo en el que el equilibrio de poderes está cambiando.
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