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Reportaje:MÚSICA

Un Valle-Inclán de ópera

Juan el Precursor, Juan el Bautista o, simplemente, el Bautista. El interés y curiosidad que la figura del personaje bíblico ha despertado en el mundo del arte se traducen en una abundantísima iconografía que se remonta a los albores del cristianismo. Pero es la degollación del Bautista y su cabeza servida en bandeja de plata a Salomé por Herodes la que ha hecho correr ríos de tinta. Y muy en especial desde la publicación, a finales del siglo XIX, del poema dramático de Oscar Wilde Salomé, obra tenida por antipuritana e inmoral, que desde su primera traducción al castellano, en 1902, generó una larga polémica en España a propósito de la ética y la estética y la moral en el arte. Como hiciera el irlandés en 1891, Ramón María del Valle-Inclán, el gran renovador del teatro español del siglo XX, tomó la figura del Bautista en 1924 para, deformado -porque para él el arte no era imitación sino deformación de la realidad-, desposeyendo a los personajes de cualquier dignidad y situando la acción en su Galicia natal a principios del siglo XX, concebir uno de sus esperpentos de resonancias bíblicas, La cabeza del Bautista.

Palomar ama la ópera, pero no ha desdeñado componer flamenco, jazz y realizar bandas sonoras
"La obra tiene giros rítmicos de la música española reinterpretados desde el siglo XXI"
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Y si la Salomé de Wilde acabó encontrando su música en 1905 gracias a la ópera homónima de Richard Strauss, también la obra del gallego ha encontrado la suya de la mano del compositor catalán Enric Palomar (Badalona, Barcelona, 1964) y el Teatro del Liceo de Barcelona, que el próximo 20 abril acogerá el estreno mundial de la ópera La cabeza del Bautista, bajo la dirección musical de Josep Caballé-Domènech y escénica de Carlos Wagner y protagonizada por la soprano Ángeles Blancas, el tenor José Manuel Zapata y el barítono Alejandro Marco-Buhrmester.

No es Valle-Inclán autor ajeno al mundo de la ópera. Ya en 1939 el catalán Ricard Lamote de Grignon llevó a la escena lírica La cabeza del dragón (1910), estrenada en noviembre de 1960 en el Liceo como ópera infantil. En 1982 le llegó el turno al auto para siluetas Ligazón (1926) de la mano del compositor madrileño José Luis Turina. A lo grande, y con el tenor Plácido Domingo como protagonista, subió al escenario del renovado Teatro Real de Madrid en octubre de 1997 Divinas palabras (1919), con música del aragonés Antón García Abril. Y ahora, 12 años después de aquel estreno, y también en un gran escenario operístico, el Liceo, le llega la hora a La cabeza del Bautista, obra que, a decir de Joan Matabosch, director artístico del coliseo lírico barcelonés, "pedía a gritos que alguien le pusiera música".

Y ese alguien ha sido Enric Palomar, quien todavía saboreaba la buena acogida que su segunda ópera de cámara, Juana, sobre Juana I de Castilla -estrenada en noviembre de 2005 en España en el Teatro Romea de Barcelona, en el marco del Festival de Ópera de Bolsillo-, cuando recibió una llamada del Liceo para encargarle una nueva obra. El coliseo lírico barcelonés le seguía los pasos desde que en 1998 estrenara su primera ópera de cámara, Ruleta, una historia sobre ganadores y perdedores a propósito del desastre colonial de 1898. "Lo vimos crecer y le hicimos la propuesta de componer una ópera para un escenario grande cuando consideramos que estaba preparado para afrontarlo. Palomar es uno de esos músicos que posee la capacidad para entender lo que es el pulso teatral y sabe escribir para el teatro musical. Y La cabeza del Bautista es un texto magnífico para ello, porque es de aquellos que dejan espacio para que la música pueda decir cosas", asegura Matabosch.

"Vi de repente convertido en realidad lo que probablemente habría estado esperando toda mi vida: escribir una ópera grande y, además, para el teatro de mi ciudad", cuenta Palomar con indisimulada satisfacción. Él, compositor que no duda en calificarse de "fronterizo y transversal", que no ha desdeñado componer para el cantaor Miguel Poveda y otros flamencos, escribir partituras de jazz o ponerle la banda sonora a películas, pero que por encima de todo ama escribir ópera -"es más bestia que hacer música para cine, porque en ópera eres tú, con la música, quien creas las imágenes", confiesa-, no oculta ahora el orgullo que siente al ver su nombre en los carteles del Liceo.

"Ha sido decisión del teatro", dice el compositor tratando de no adueñarse méritos que cree que no le corresponden. Y piensa que forma parte de un relevo generacional de compositores españoles cuarentones que, no por navegar entre estilos diversos, han dejado de estar atentos "a la música del siglo XX y los conceptos de vanguardia". "Cuando tengo que ponerme el traje sinfónico me lo pongo", advierte rotundo. Y añade: "Soy fruto de lo que yo mismo he construido y no busco elementos foráneos que puedan desvirtuarme".

A saber: "Me considero hijo de la herencia musical hispana. Cuando estudiaba piano sentía a Falla como un compositor muy próximo, y a partir de ahí caí en las garras de Robert Gerhard, un gran compositor español infravalorado en nuestro país. Toda esta herencia ha crecido a la par que yo lo hacía como compositor, arreglista, director musical de experiencias flamencas

... Y me he sentido siempre cómodo en este trasvase entre lo popular y lo culto. Es el resultado sonoro de mi biografía y ser honesto con uno mismo en el discurso musical es de lo poco que nos queda a los compositores".

Se apresura Palomar, sin embargo, a advertir al espectador que no espere encontrar en La cabeza del Bautista música al estilo del nacionalismo español de Falla. "No hay en la partitura andalucismos o explícitas alusiones flamencas. Sí pueden oírse giros rítmicos propios de la música española, sean farrucas o bulerías, por poner dos ejemplos, pero reinterpretados desde la óptica del siglo XXI y alejados de cualquier localismo". "El suyo es un lenguaje muy personal", tercia Josep Caballé-Domènech. "Lenguaje que, como hiciera Falla, parte de las raíces para, mediante recursos, que en este caso no se sabe si provienen del flamenco o del jazz, adaptar las fuentes primigenias a un discurso personalizado. Creo que el público sabrá captarlo, como lo han hecho los cantantes, porque resulta un lenguaje próximo", asegura el director musical.

Y el juego de espejos cóncavos que Valle-Inclán hace entre su La cabeza del Bautista y la Salomé de Wilde también tiene su traslación, pero en juego intelectualizado, entre la Salomé de Strauss y la nueva ópera de Palomar. De aquella se calcan las tesituras vocales del triángulo protagonista: voz aguda de tenor para el personaje viejo, Herodes/Don Igi; la grave de barítono para el Bautista/El Jándalo, y la de soprano para la seductora Salomé/Pepona. Y un pequeño guiño a Strauss en la partitura: "Dos pequeñas citas a su Salomé. Sólo perceptible para expertos", advierte el director de orquesta.

Escenografía del montaje de <i>La cabeza del Bautista,</i> en el Liceo.
Escenografía del montaje de La cabeza del Bautista, en el Liceo.SUSSANA SÁEZ

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