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Necrológica:'IN MEMÓRIAM'
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Rafael Burgos o el derecho de asistencia letrada

Rafael Burgos falleció el 5 de abril. Tenía 62 años. Conservaba un aspecto y espíritu juveniles que le hacían parecer aún más joven. Sólo las graves enfermedades que en los últimos años padecieron personas muy cercanas, le fueron minando su fuerza, no su carácter. En especial la enfermedad de Asun, su mujer, de la que estuvo locamente enamorado; su fallecimiento a finales de 2006, le convirtió en viudo inconsolable en su recuerdo. A partir de ese momento Beatriz y Jacobo, sobre los que siempre había desplegado una paternidad desbordada (y su nieta Candela), pasaron a ocupar el centro de su vida. A ellos, como a sus hermanos José Manuel, Mari Carmen, Antonio y Nacho les queda la satisfacción de haberle acompañado sin límites en la batalla final. Amigo inseparable de quien ahora escribe y le llora. Y conmigo, tantos otros amigos con los que siempre estaba en disposición de compartir los placeres de la vida o dedicar el tiempo necesario para ayudar o dar un consejo.

Fue en su dimensión profesional donde su personalidad alcanzó mayor proyección pública. Su alta en el Colegio de Abogados se produjo a principios de los setenta, al poco de concluir sus estudios en la Complutense. Tras una breve etapa de iniciación, en la que fueron decisivos su hermano José Manuel y Pablo Castellanos, estableció su propio despacho.

Era aquella década un periodo convulso en la historia de este país. Burgos participó intensamente en la lucha por la democracia y el Estado de derecho. Calladamente, sin perseguir medallas, sin más satisfacción que la del deber cumplido. Era amante de la Justicia como valor de convivencia, pero crítico con la justicia como servicio público. El Tribunal de Orden Público, el Grupo de Abogados Jóvenes, los Consejos de Guerra sumarísimos, la Dirección General de Seguridad o las cárceles diseminadas por España eran los lugares en los que Rafael entonces desplegaba su inteligencia, su capacidad de convicción y su elocuencia en favor de los perseguidos.

La llegada de la democracia no aplacó su pasión por la Justicia. Al contrario, su madurez le brindó la ocasión de asumir relevantes asuntos (entre otros, la recuperación por CNT del patrimonio histórico, la acusación particular en el caso de la construcción en Burgos, la defensa de uno de los implicados en el caso UDICO), asuntos que siempre considero medios para combatir la injusticia. Las diferentes instancias, desde el pequeño juzgado hasta el Supremo y el Constitucional, fueron los ámbitos en los que Rafael hizo realidad el derecho de asistencia letrada, esencial en un Estado de Derecho para que pueda hablarse de respeto de los derechos humanos, en cuya defensa se embarcó siempre sin reparar esfuerzos. Bien lo saben algunos de sus defendidos. Julián García Valverde, ex presidente de Renfe, insidiosamente acusado por intereses políticos y felizmente absuelto después de más de diez años. O el doctor Luis Montes, al que la tropelía de algún sector de la clase política quiso poco menos que quemar en la hoguera. Como siempre, causas aparentemente perdidas que Rafa vivía como auténticos retos en los que se implicaba profesional y afectivamente.

Rafa, a partir de un carácter expansivo, disfrutaba de las cosas más nimias, pero también de las más importantes, se deleitaba con comidas sencillas y con los más exquisitos manjares, saboreaba un buen puro o paladeaba un sencillo vino de barrica, apuraba intensamente la vida. Conversador infatigable, provocador y seductor por naturaleza, los que tuvimos la fortuna de conocer esa exultante y desbordante vitalidad, nunca podremos olvidarlo.

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