Quince años del penalti de Alejo
El ex central recuerda su error el día en que el Celta acarició la Copa del Rey
El próximo 20 de abril se cumplirán 15 años de la primera gran migración del celtismo. Fue de Vigo a la vera del Manzanares para traer el primer título para Galicia. La Copa del Rey que se escapó desde los once metros con un penalti que un central, Alejo, ejecutó mal y que murió en las manos de Andoni Cedrún, meta del Real Zaragoza. Luego, Higuera certificó el triunfo maño.
"El tiempo pasa rápido", reflexiona Alejo Indias desde Barcelona. Extremeño criado en la cantera del Barça, dejó el fútbol profesional hace ocho años. Elche fue su último destino. A los 35 años regresó a Cataluña para trabajar en el fútbol base, del que habla con pasión. Ahí sigue, en el Sant Andreu de la Barca, un club de un municipio del Baix Llobregat en el que tiene a su cargo a más de 300 futbolistas de 6 a 22 años con los que se pasa ocho horas al día sobre el césped. Alejo es un tipo con carácter. Tras la final, mientras el vestuario del Zaragoza explotaba en júbilo y el del Celta era un velatorio ahogado en sollozos, su entrenador Txetxu Rojo dejó claro que no le preocupaba lo que pasara por la cabeza del jugador que había fallado el penalti decisivo. "Me preocupan más otros, Alejo es fuerte", dijo el técnico vasco. "Siempre he sido un tipo con carácter", corrobora Alejo. En lo futbolístico era un zaguero expeditivo, sin mucha envergadura, pero rápido. Valiente. Por eso no dio un paso atrás cuando Rojo buscó los ojos de sus hombres al final de la prórroga. "Hubo quien se quitó de enmedio", denuncia Alejo, que se explica el motivo: "La verdad es que era una responsabilidad muy grande".
En el terreno futbolístico era un zaguero expeditivo y rápido
"El mejor jugador del mundo puede fallar, lo vemos todos los años"
En la grada, 25.000 celtiñas. Los penaltis se tiraron en el fondo donde se ubicaba la clá aragonesa. Alejo ya había marcado en una tanda anterior que había dado el pase al Celta a cuartos de final ante Logroñés. "El míster me conocía y sabía que si había llegado a jugar a ese nivel era por agresividad, por darlo todo y porque siempre fui tirando para adelante". Su compañero en el eje de la zaga, Pachi Salinas, todavía recuerda hoy quiénes habían tirado los cuatro penaltis anteriores. "Andrijasevic, Gudelj, Losada y Dadie", enumera. Salinas, que ya había ganado una final al Barça de Maradona diez años antes y perdido otra contra el Atlético, no aguantó la tensión al final. "Alejo fue un valiente, yo no vi cómo tiró el penalti. Me senté en el círculo central y miré hacia nuestros aficionados", recuerda. Le sacó de su ensimismamiento el alarido procedente del fondo que estaba a su espalda. "El mejor jugador del mundo puede fallar un penalti, lo vemos casi todos los años, sin ir más lejos Cristiano Ronaldo en la final de la última Champions", justifica Alejo.
Pero aquella final era la final. La primera que disputó un equipo gallego. Al año siguiente sí la ganó el Deportivo, que dos meses después del penalti de Alejo había padecido el de Djukic. Los blanquiazules encontraron revancha en el año 2000 y se llevaron la Liga. Un año después el fútbol le volvió a dar la oportunidad al Celta de desquitarse en idéntica tesitura y ante el mismo rival, pero el Zaragoza volvió a ganar la Copa, esta vez en La Cartuja hispalense. Son muescas de la mejor época del fútbol gallego, pero la epopeya del 94 desprendía el aroma de los pioneros, del equipo modesto que explora cotas inesperadas. "El Celta de Karpin y Mostovoi tenía más calidad, pero el nuestro era un grupo muy sólido, muy serio", apunta Alejo. Aquella campaña Cañizares se llevó el Trofeo Zamora al meta menos goleado de la Liga. Era su momento, la eclosión de un portero que con el tiempo sellaría una magnífica trayectoria. "Hubo dos momentos de la final en la que pensé que ganábamos: el primero cuando expulsaron a Darío Franco poco antes de iniciar la prórroga; el segundo cuando iba a comenzar la tanda y me sentí seguro con un especialista como Cañizares", relata Salinas, que reonoce un poso de profunda tristeza.
Fue un partido trabado, sin brillo, ni excesivas oportunidades de gol. Una de Higuera para el Zaragoza en un mano a mano que sacó Cañizares antes del descanso, otra de Salva en un testarazo que sacó Cedrún con el partido en su tramo final. La prórroga fue una anécdota. "Ellos eran uno menos, pero nosotros estábamos fundidos y al final dimos por bueno llegar a los penaltis", reconoce Salinas. Fue una apuesta fallida. El celtismo, el que se fue a Madrid y el que lo vio por televisión, lloró como nunca lo había hecho. El domingo siguiente una pancarta de un supuesto Comando Alejo se exhibió en el fondo de la grada deportivista de Marathón. Duró allí apenas cuatro semanas, hasta que Djukic falló su penalti y al fútbol gallego se le esfumó un doblete histórico. "Pudimos pasar a la historia y conseguir un triunfo que recordarían nuestros hijos y nietos porque de los segundones nadie se acuerda. Por eso también es bonito hablar de ello", reconoce Salinas.
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