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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Desaparecer dentro del libro

"A menudo tengo el deseo de desaparecer dentro de mis libros, que son lugares mucho más interesantes que la realidad", asegura. Es grande, corpulento, risueño. La perilla no consigue disimular su cara redonda. La avalancha de flashes y cámaras le disgusta y no esconde su desagrado. "Acabemos con esto", dice. Pero Salman Rushdie parece disfrutar de cada minuto, de cada instante del contacto con sus lectores. Se diría que aún se propone recuperar el tiempo en el que debió ocultarse, desaparecer, rehén de sí mismo, condenado a muerte por la fatua del ayatolá Jomeini, a quien no pareció gustarle su novela Los versos satánicos.

Rushdie estaba ayer en Barcelona. Lleno total y un público entregado. Volvía a la biblioteca Jaume Fuster, en la siempre imposible plaza de Lesseps, donde hace tres años había inaugurado el ciclo de charlas El valor de la palabra. Y lo hacía con una nueva novela bajo el brazo, La encantadora de Florencia (Mondadori/Brumera), la historia de un viajero, un joven florentino en la capital del Imperio Mongol, en la India de finales del siglo XVI, que como Sherezade tiene que contar una historia al gran emperador Akbar. "Somos el único animal que cuenta historias", se justifica.

Salman Rushdie presentó ayer su última novela en la biblioteca Jaume Fuster de Barcelona

Una historia de historias, en la que por debajo subyace el fantástico personaje de Nicolas Maquiavelo, de quien Rushdie quedó fascinado en su juventud y a quien ahora ha decidido rehabilitar. "Toma 400 años ser rehabilitado; le tomó cuatro siglos al Papa rehabilitar a Galileo".

Para ello ha elaborado un cuento oriental a modo de Capua de sorpresas, pero con la pretensión de ser fiel a la cronología histórica. Un relato que avanza y retrocede en el espacio tiempo en función de la narración del protagonista y sus propios avatares, y que viaja por el territorio que separa Oriente y Occidente cuando aún no se conocen. Y ha estado a punto de conseguirlo. Pero ha acabado haciendo trampas, aunque sólo por una cuestión de semanas. Ayer lo reconoció. Y confesó que la batalla de Chaldiran, entre otomanos y persas, uno de los escenarios sobre los que pivota la historia, tuvo lugar algo más tarde de lo que se dice en el libro.

"La realidad, en este periodo histórico, era aún mucho más delirante de lo que refleja el libro; incluso Drácula aparece en un momento, y es que realmente en esos años los otomanos lucharon contra Vlad el empalador, Vlad Teper o Vlad Dracul". Y para no ser acusado de plagio ha incluido una bibliografía de casi un centenar de títulos y páginas web, parte -sólo parte- de lo que ha leído para escribir la novela.

"El sexo era muy parecido en Florencia y en el Imperio Mogol", explica. "Los poderosos, las grandes familias, encerraban a sus hijas bajo llave para poderlas utilizar como elementos de transacción para los pactos políticos y comerciales. El fenómeno de las cortesanas de la Florencia renacentista es idéntico al que se produce en la India al mismo tiempo".

"Hay algo democrático en la novela como género", asegura. Aunque no del todo, matiza. Porque la diferencia entre ver una serie de televisión y leer una novela es que para esto último "hay que tener lo que llamábamos una educación".

Sobre su fascinación por los sentidos; los olores, el ruido y los colores, Rushdie se limita a señalar que "la buena escritura habla a todos los sentidos", y explica que, en el caso de Los hijos de la medianoche, fue deliberado trasladar a la escritura el "asalto a los sentidos" que se experimenta cuando se pasea por una calle de Bombay o cualquier ciudad de la India.

"Todos somos el mismo animal. La especie es la especie", añade. "Luchamos porque nos parecemos. Si fuéramos tan distintos no lucharíamos".

Una recomendación final. Lean a los nuevos escritores paquistaníes.

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