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Tribuna:La firma invitada | Laboratorio de ideas
Tribuna
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Lo que el viento se llevó

El título es prestado, naturalmente, de la novela de Margaret Mitchell. Muchos conocen la espléndida versión cinematográfica de la obra y algunos menos que a su autora le proporcionó un Premio Pulitzer. Lo que me interesa de la referencia es el mensaje de transformación y respuesta a la adversidad que contiene la obra. Si en el original el viento del título simboliza la transformación de un modelo social y económico en la Norteamérica del siglo XIX, casi 150 años después otra crisis, otro viento transformador, está modelando las condiciones socioeconómicas que marcarán la nueva revolución industrial, de naturaleza indudablemente energética.

Ese concepto de revolución energética ya acuñado y manejado en diferentes lugares del mundo es la consecuencia lógica de los procesos de maduración de los dos grandes hitos económicos de la Humanidad en la era moderna: la revolución industrial y la revolución informática. El potencial de los procesos derivados de ambas sólo puede seguir desarrollándose de la mano de una disponibilidad energética hoy comprometida por el impacto negativo que los modelos tradicionales de generación tienen en el entorno social, económico, geopolítico y medioambiental. Quizá un cambio de calado en ese modelo sólo es posible cuando el esquema vigente se vuelve hostil. La actual crisis económica internacional tiene la dimensión suficiente para ser a la vez una dura prueba y una oportunidad de acometer esa gran transformación.

En 2020, EE UU aspira a generar un 15% de su energía con renovables, y la UE y China, un 20%
España necesita acometer con urgencia un plan propio de fortalecimiento del sistema energético

Es la lectura que subyace en iniciativas ambiciosas y quizá impensables en otras circunstancias como las acometidas por el nuevo presidente estadounidense, Barack Obama. La suya es una apuesta por modificar los modelos tradicionales de generación energética en su país mediante una apuesta por las energías renovables como palanca de la reactivación económica y la generación de empleo. Una propuesta que ha levantado un indudable entusiasmo por las expectativas que implica el compromiso de dedicar más de 40.000 millones de dólares a programas directos de eficiencia energética y desarrollo de energías renovables, además del incentivo fiscal multimillonario para los proyectos empresariales en ese sector que se prolongará durante toda la legislatura. En conjunto, la Administración demócrata maneja el objetivo de dedicar hasta 150.000 millones de dólares en diez años a esta transformación energética.

Pero hay que decir que, siendo sin duda una oportunidad inmejorable para su país y para el sector de la energía eólica en primer lugar, el análisis de situación que ha motivado su puesta en marcha no es original. De hecho, los objetivos fijados en su agenda son menos ambiciosos que los diseñados en Europa unos años antes. En 2020, Estados Unidos aspira a generar un 15% de su energía a partir de fuentes renovables; la Unión Europea y China han fijado para esa fecha su objetivo en el 20%.

¿Qué hace, entonces, tan significativa la apuesta estadounidense? Sin duda, el impulso firme, la dotación de recursos, la decisión de implementar todo su sistema energético y hacerlo cogiendo el toro por los cuernos. En Europa, en España, por más que las empresas del sector energético estén identificadas como líderes y referencias de esa transformación, no vamos a vernos impulsados por un ímpetu surgido al otro lado del océano.

La iniciativa "Made in/by Spain", desarrollada la pasada semana bajo auspicio del Instituto Español de Comercio Exterior ICEX y que busca proyectar la imagen española en Estados Unidos, puede ser una fórmula oportuna y útil para que otras empresas nacionales traten de beneficiarse del arrastre de las que ya son reconocidas en aquel mercado. Pero no podemos permitirnos dormir acunados por la expectativa de lo que pueda venir de allí.

Estados Unidos, y la propia China, manejan planes globales con asignación de recursos y procedimientos de cumplimiento de objetivos, y la Comisión Europea acaba de poner sobre la mesa el reparto de 105.000 millones de euros de los Fondos de Cohesión entre los países miembros para políticas medioambientales hasta 2013. De ellos, 4.800 millones se dedicarán en esos seis años a apoyar proyectos de energías renovables.

En este marco, el Gobierno español recibirá unos 12.000 millones de esta partida en el periodo, aunque sólo 164 de ellos irán destinados originalmente a energías renovables. Pero, más allá de esta financiación, España precisa definir y promover unos objetivos propios que no resultan ya más o menos ambiciosos sino directamente imprescindibles en términos de sostenibilidad y de independencia, que son las dos claves de las políticas energéticas de este siglo. Necesita urgentemente acometer su propio plan de fortalecimiento del sistema energético con el mismo impulso, compromiso de recursos e ímpetu que los que ahora admiramos a otros. Estamos lejos de los objetivos fijados para 2020 y es momento de priorizar esfuerzos.

Resulta comprensible hasta cierto punto la prudencia de las autoridades y los gobiernos europeos, que la pasada semana optaban por no acometer nuevas inyecciones financieras al tejido económico hasta ver la evolución de las ya practicadas. Pero esto no nos va a excusar de la imperiosa necesidad de poner en marcha en España una agenda verde de la energía; una hoja de ruta que contemple la activación de planes creativos y potencie la industria del sector con un marco regulador que elimine incertidumbres y facilite y proteja la inversión en energía a partir de esas claves de sostenibilidad e independencia energética que permitan a la vez que el sector mueva la economía en términos de producción y empleo.

Para ello es preciso atender a la realidad vigente e identificar, en el abanico de alternativas energéticas sostenibles, cuáles están en condiciones de responder a la necesidad imperiosa de invertir la dependencia energética, fijada en un 80% por la necesidad de combustibles fósiles, y convertirse a la vez en tractores de la actividad económica. Serán esas las que deban ser potenciadas para ocupar una mayor significación en el mix de generación.

No me cabe duda de que habrá que combinar varias alternativas, pero la eólica estará a la cabeza desde el liderazgo que ya ostenta porque tan imprescindible como respetar el entorno y reducir la dependencia externa en el suministro energético es hacerlo de un modo eficiente, responsable, sostenible y con retornos lo más inmediatos posibles del capital invertido. La necesidad es inmediata y el reto permanente. Y ambos requieren apuestas financieras desde el sector y los poderes públicos que deben acometerse en el plazo más inmediato posible porque unos y otros tenemos la obligación no de gestionar la crisis, que es un criterio estático, sino de abrir vías para su superación. El viento sopla fuerte y se lleva muchas cosas; pero trae nuevas oportunidades que no pueden perderse por tratar de aferrarse a las que no son sostenibles.

Guillermo Ulacia Arnaiz es presidente y consejero delegado de Gamesa Corporación Tecnológica

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