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La juez permite a Hassane quedarse a vivir en Cangas

Apenas una semana después de que se celebrase el juicio por la orden de expulsión contra El Hassane Moctar, el joven mauritano que acogió una familia de Aldán (Cangas), la sentencia ha resuelto de forma favorable el futuro de este inmigrante de 24 años.

El martes, a las 8.00 horas, una llamada de la familia Veiga (él reside en una casita adyacente) le despertaba para darle la noticia. "No me lo podía creer", confiesa, "pero al final era cierto". Más tarde, su abogada Beatriz Cal se puso en contacto con él para ratificarle la decisión del Juzgado de lo Contencioso número 3 de Pontevedra, según la cual queda anulada la orden de expulsión que dictó la Subdelegación del Gobierno en agosto de 2008 y se le exime de pagar multa, que oscilaría entre los 300 y los 6.000 euros. "Estoy muy contento", repite. La letrada subrayó, durante el juicio, que la expulsión no estaba "suficientemente motivada" por la integración plena del chico y la ausencia de antecedentes.

Madre y hermanos

Cuando se le pregunta qué va a hacer a partir de ahora responde: "Yo tengo sólo un plan: ponerme a trabajar y nada más". Después, "si me sale bien", señala, "quiero irme 15 días junto a mi familia". En una aldea de Mauritania dejó a su madre, nueve hermanos menores y un hijo. Todavía desbordado por la emoción de ver cumplido su sueño y la intensa atención de los medios de comunicación, Hassane pensaba aún en cómo agradecer a toda la parroquia canguesa el apoyo que le ha brindado durante los últimos meses. "No sé lo que voy a hacer por ellos para que se queden contentos", reconoce. Y es que la movilización de esta comunidad llegó hasta las puertas de los juzgados pontevedreses, donde se desplazaron medio centenar de personas con pancartas y lemas solidarios, además de 5.000 firmas de apoyo.

La jornada de ayer estuvo repleta de felicitaciones. La propia familia Veiga reconocía que el día había sido "una locura". "No para de sonar el teléfono", explicaba Jessica, hermana adoptiva de Hassane. De momento, el joven se deleita pensando que su estancia en Cangas no tiene fecha de caducidad -siempre que no haya recurso- y que en este puerto podrá construir el futuro que soñó cuando tres años atrás arriesgó la vida en una de tantas pateras que cruzan el Estrecho a diario.

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