Ciencia e innovación: ahora más que nunca
Desde hace un año, y especialmente desde el pasado mes de septiembre, el estado de nuestra economía y las predicciones sobre su futura evolución han llevado a asumir niveles de incertidumbre que hubieran sido impensables unos meses atrás. Sentimos el desempleo como nuestra principal amenaza, pero también miramos con recelo la caída abrupta de la actividad empresarial y las consecuencias del estrangulamiento crediticio. Hay además quien argumenta que la economía española, debido a características estructurales subyacentes, se puede ver especialmente lastrada para superar la actual situación.
El pasado lunes 16 pudimos escuchar al premio Nobel Paul Krugman dentro de la jornada Innovae: la innovación como solución, organizada por el Ministerio de Ciencia e Innovación. Su diagnóstico pesimista sobre la evolución de la economía ha hecho que algunos insistan en que la recesión tendrá un impacto más negativo en España que en otras economías más deterioradas, como la británica y la estadounidense.
Nuestro sistema productivo está debilitado por la lenta evolución de la productividad
2009 no es sólo el 'año de la crisis', es también el Año de la Innovación. ¿Lo intentamos?
Por mi parte, creo que, más que lamentarnos por los problemas, es hora de trabajar en las soluciones. De las palabras del premio Nobel me quedo, en primer lugar, con una evidencia: la arquitectura de nuestro sistema productivo está debilitada -más que por el excesivo peso del sector inmobiliario o la dependencia del sector exterior- por la lenta evolución de la productividad que nuestra economía ha registrado en las dos últimas décadas, creciendo menos que la de países de nuestro entorno. Y me quedo también con otra idea apuntada por Krugman en la que quiero centrar mi reflexión: para combatir esta debilidad es preciso seguir apostando por la innovación. Es más, creo que España cuenta con capacidades de innovación -muchas de ellas bien recientes- que es posible capitalizar para salir reforzados de la crisis.
Analizar las causas de nuestro diferencial de productividad supera el alcance de esta tribuna, pero basta una breve reflexión para sacar conclusiones en función de una política científica y de innovación. Siendo la productividad un cociente entre el valor añadido bruto y el coste total de los factores -capital y trabajo-, la primera de las opciones para aumentar la productividad es reducir el denominador, es decir, controlar el coste de los salarios. Ante esa vía, el presidente del Gobierno fue tajante en su intervención en la jornada Innovae: no saldremos de la crisis debilitando las políticas sociales, sino reforzando el modelo productivo. La pregunta es: ¿cómo hacerlo?
Podemos preguntarnos por qué nuestra economía no ha sido capaz de incrementar el valor añadido bruto de su producción, al menos, al mismo ritmo que lo ha hecho el coste de la mano de obra. La respuesta es nítida: porque hasta hace unos pocos años no hemos invertido, de una forma sistemática, en innovación. Ahora bien, para que haya innovación es necesario que exista la capacidad de producirla, lo que está ligado al nivel de capital humano y tecnológico y al esfuerzo en I+D. En ambos casos se trata de variables cuyos resultados no son inmediatos, ni siquiera cuando se incrementan súbitamente los recursos, entre otras razones, porque las capacidades y estructuras que permiten absorber este conocimiento no pueden generarse de forma repentina.
La buena noticia es que las cosas están cambiando en los últimos años. Hoy contamos con un potencial científico y tecnológico que podemos poner en valor: éste es uno de los pilares sobre los que construir el cambio de modelo productivo. Nos encontramos, de hecho, ante una oportunidad única en nuestra historia económica.
La población activa de la España de hoy está integrada por las generaciones mejor formadas de nuestra historia, situándonos por encima de la media de los países de la OCDE en lo que se refiere al nivel de formación del que disfrutan los jóvenes de entre 24 y 35 años; un indicador que nos permite ocupar un destacado octavo lugar en las clasificaciones internacionales. Además, nuestra producción científica ha experimentado un gran dinamismo -crece cuatro veces más rápido que la media de la producción internacional- y disponemos de un stock de conocimientos que es necesario poner en valor. España es hoy la décima potencia mundial en producción científica y cuenta con un porcentaje de investigadores por cada mil habitantes que está en la media europea. Simultáneamente, el esfuerzo de la Administración General del Estado ha permitido multiplicar por 2,9 el gasto público en investigación, desarrollo tecnológico e innovación desde 2004.
A ello se suman distintas acciones de carácter transversal destinadas a fomentar la innovación, como es el caso de los incentivos fiscales a las inversiones empresariales en I+D, que se mantienen más allá del año 2011 y que figuran entre los más favorables del entorno de la OCDE.
Con todo, la tarea a la que nos enfrentamos no es fácil y requiere una enorme capacidad de liderazgo por parte de las Administraciones Públicas, del sector privado y, sobre todo, de un esfuerzo colectivo que sólo es comparable, en nuestra historia reciente, al esfuerzo realizado a finales de los años setenta. Hoy, 30 años después, el desafío de la sociedad española es iniciar su transición hacia una economía basada en el conocimiento. La presente recesión económica, además de problemas, nos ha traído algo positivo: ha puesto de relieve que dicho cambio es ineludible e inaplazable. La pregunta, por tanto, no es si podemos. La pregunta es si queremos, si la sociedad española está dispuesta y quiere realmente emprender este proceso de transformación, porque los países que no saben o no quieren sacrificar lo urgente por lo importante están abocados al fracaso.
En este proceso, todos tenemos parte de responsabilidad. Desde el Ministerio hemos tratado de responder a esta pregunta a través de dos ejes de acción: el fortalecimiento del sistema español de ciencia y tecnología y el diseño de los necesarios procesos de modernización y reforma.
En cuanto al fortalecimiento, no se trata sólo de invertir más en I+D, sino de invertir mejor: focalizando los recursos sobre las bases de una estrategia compartida con las Administraciones autonómicas. Dos buenos ejemplos de este enfoque son el Mapa de Infraestructuras Científicas y Tecnológicas Singulares -laboratorios de gran envergadura que compiten en el espacio europeo de investigación- y la creación de los Institutos de Investigación Sanitaria, orientados a valorizar el conocimiento acumulado en el sistema sanitario y de investigación biomédica, potenciando su conversión en prácticas que reviertan directamente en la salud de nuestros ciudadanos.
El proyecto de modernización y de reforma, por su parte, tiene su reflejo más visible en nuestra Estrategia Universidad 2015 y en la nueva Ley de Ciencia y Tecnología, cuyo proyecto enviaremos a las Cortes en los próximos meses. La Estrategia Universidad 2015 -cuyo despliegue corre parejo al proceso de Bolonia- apuesta por una universidad de futuro, abierta y competitiva, en la que los estudiantes desarrollan su ciclo formativo en distintos centros de Europa; por unos campus universitarios que sean espacios en los que institutos universitarios, laboratorios y empresas cooperen en torno a proyectos ambiciosos que conecten las fortalezas de cada territorio con las oportunidades internacionales.
La nueva ley, por su parte, acometerá reformas largamente postergadas en nuestras instituciones de investigación para que sean más eficientes, abiertas y competitivas: con más capacidad para atraer y retener a los mejores investigadores, con menos barreras para la cooperación entre el sector público y el privado. También las empresas encontrarán en la nueva ley un instrumento para hacer de la I+D una actividad sistemática, en la medida en que nos dotaremos de más estabilidad y unas reglas más claras, flexibilizando las relaciones entre centros de ciencia y empresas.
En definitiva, el debate sobre la crisis y la baja tasa de productividad nos lleva a centrar los esfuerzos en las políticas de ciencia e innovación. Basta aprovechar las tres claves del éxito: unas capacidades científicas e innovadoras sin precedentes, las oportunidades abiertas por el proceso de modernización universitaria y de reforma del marco legal y -quizá lo más importante- el consenso de todos los agentes sociales, económicos y de los grupos políticos. Un consenso, difícil de encontrar en otros ámbitos de la vida pública, que apuesta por la universidad, la ciencia y la innovación como base para el cambio de nuestro modelo productivo.
Se trata de una oportunidad que no podemos permitirnos dejar pasar. No somos ingenuos, sabemos que el momento es difícil, pero no hay cuestión más urgente que la propia supervivencia. Además, el 2009 no sólo es el año de la crisis, también es el Año Europeo de la Creatividad y la Innovación. ¿Lo intentamos?
Cristina Garmendia Mendizábal es ministra de Ciencia e Innovación.
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