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Valencia turística, más que nunca

Los momentos de crisis económica que atraviesa la sociedad de nuestros días vienen acompañados de una profunda incertidumbre, ese gran enemigo de la economía que decía J. M. Keynes. De tal modo que la mayor inquietud la provoca el desconocimiento respecto a cómo, cuándo, de qué modo y en qué condiciones concluirá este proceso al que se han visto abocadas las economías capitalistas y de corte liberal; y cuanto más liberal y ultraliberal más afectadas e incapaces de afrontar una crisis engendrada con altas dosis de irresponsabilidad gestora de las finanzas que sustentan el conocido modelo económico occidental.

Ese contexto convierte en especialmente frívolos y desafortunados los cantos de sirenas, habituales desde hace ya algunos años, escuchados una vez más este año 2009 en el seno de la Feria Internacional del Turismo, celebrada a finales de enero en Madrid. Para vergüenza ajena de algunos, se han advertido intervenciones públicas aludiendo a la envidia que provoca la Comunidad Valenciana o Valencia, tanto da, en el resto del mundo, por no poder tener lo que se tiene en estos pagos. Como estupidez voluntariamente manifestada no cabe duda que merece lugar destacado en la galería de las fantasmadas locales.

"¿Tan difícil es poner en valor playas, recursos culturales y profesionales experimentados?"

Mientras tanto, Valencia continúa su proceso de lo que algunos expertos en la materia denominan "turistización", sin resolver la congénita vaguedad de su particular contextualización turística. Un hecho que se arrastra desde tiempo inmemorial.

Se mantienen carencias severas en la ordenación del turismo de Valencia, que de ser paliadas contribuirían a formalizar su proyecto turístico de futuro. Ante lo cual convendría indagar heurísticamente qué iniciativas han enarbolado otros destinos que han demostrado ser competitivos. Sobre todo porque la geografía española está repleta de experiencias que han sabido situarse en el espacio competitivo actual del turismo, recurriendo tan solo a sus valores intrínsecos. Sin necesidad de habilitar grandes compromisos presupuestarios, como los afrontados por la Generalitat Valenciana, que desembocan en macroproyectos muy caros, que benefician a unos pocos y que no necesariamente calan en el público potencial de un destino.

A la mente acuden metrópolis españolas y extranjeras cuyo "posicionamiento" turístico obedece a la capacidad contrastada de encontrar un espacio propio en el contexto turístico, aludiendo básicamente a la puesta en valor de sus raíces y de unas tradiciones que tienen un componente a veces cultural, a veces natural o incluso una sabia combinación de ambos, y que oportunamente aderezados con ligeros retoques o mejoras de ordenación urbana, han cohesionado sus respectivas y singulares propuestas de ocio.

Además, siguiendo un elemental principio económico (de la abuela) -Economic Principle (of the Grandmother), porque en inglés siempre parece más serio-, consistente en no gastar más de lo que se ingresa, el tamaño de toda intervención que se programe con vocación turística debe ajustarse a las posibilidades reales del destino; léase: debe plantearse un mínimo plan de viabilidad. Así, se puede entender el impacto del museo Guggenheim en Bilbao y la consiguiente regeneración y activación turística de la ría, que hasta la inauguración del emblemático espacio cultural constituía un pasivo de la capital vasca. En tanto que existen serias dificultades de enraizar la Ciutat de les Arts i de les Ciències en el deseado proyecto turístico de la ciudad de Valencia y en el aprovechamiento del antiguo cauce del río que tanto definió a la capital del Turia. Aunque no puede ocultarse que esa iniciativa ya ha logrado generar un desarrollo urbanístico potente en su entorno próximo, lo cual confirma cómo se impone la especulación a los intereses generales.

Es evidente que el turismo tiene objetivos económicos y sociales que van más allá del chauvinismo que pueda tentar a un dirigente a la hora de comprometer la economía local, despreciando la visión holística que la globalización exige del turismo y que lo permeabiliza como sector de actividad económica. Pero, ¿tan difícil se antoja poner en valor playas, recursos culturales y profesionales experimentados, capaces de responder a la demanda más exigente de un destino urbano que regresa al futuro al integrar por fin su condición mediterránea de destino costero?

En consecuencia, la Valencia turística tiene que descansar en su vertiente idiosincrásica como forzoso elemento de referencia, cultivando así lo más autóctono, intrínseco y esencial de sus raíces mediterráneas y culturales. De esa forma se enmarca toda propuesta dirigida a propugnar para Valencia un turismo basado en la dotación natural que la acredita para ser un destino creativo en el producto de sol y playa, complementado por un turismo cultural para el que dispone de todos los recursos necesarios, logrando, a partir de estos dos estandartes, integrar cuantas iniciativas sumen en favor de un turismo valenciano ontológico. Erradicando distorsiones derivadas del desencuentro provocado por productos excluyentes y sustitutivos entre sí.

El modelo turístico de Valencia arrastra incoherencias producidas por el desprecio de los valores alrededor de los cuales debía haber gravitado de forma natural su producto turístico, mezclando los atributos y plasmando combinaciones de todas las maneras y perspectivas posibles. Valencia tendrá que apostar por mantener unos buenos niveles en la oferta de alojamiento turístico, mejorar la relación calidad/precio, optimizar las infraestructuras, etc. A su vez se verá en la obligación de promover unos servicios turísticos complementarios solventes, para lo cual deberá perseverar en el perfeccionamiento de su oferta y en segmentarla mejor, sin desatender el transporte, el ocio y la actividad cultural en todas sus posibles manifestaciones, logrando de ese modo una conveniente ocupación del tiempo por parte de sus visitantes, que en la actualidad encuentran demasiados tiempos muertos durante su estancia y eso es un baldón en su ya de por sí retardada competitividad comparada.

Se puede asegurar que el éxito turístico de Valencia va a depender del talento aplicado a la planificación y a la gestión pública y privada que debe engrasar el turismo competitivo y sostenible de la ciudad. De ello depende superar, en un alto porcentaje, los zarpazos de la crisis en la economía local y valenciana en general.

Vicente M. Monfort es profesor asociado de la Universitat Jaume I.

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