Sueños e historias en óleo azul
La mexicana Alejandra Freymann explora el universo literario de su pintura
Vivió en su infancia a caballo entre dos mundos, el belga de su padre y el mexicano de su madre. Y en un tercero, en España, decidió formarse como artista. Alejandra Freymann (Xalapa, México, 1983) escogió la facultad de Bellas Artes de Cuenca y en esa ciudad ha decidido quedarse a vivir. Su lenguaje es la pintura y el dibujo, lo que la convierte en casi una rareza entre los artistas jóvenes que -se suele dar por hecho- caen a menudo rendidos a las nuevas tecnologías. O, al menos, a algunas no tan nuevas, como la fotografía o el vídeo, pero que forman parte del ADN de su generación.
El pasado lunes, Freymann inauguró su primera muestra individual en Pepe Cobo y Cía, el nuevo espacio expositivo que ha inaugurado el galerista sevillano en Madrid en un antiguo taller automovilístico. Sobre los baldosines originales, Freymann ha colgado sus cinco óleos de gran formato. "Siempre he pintado y dibujado. No es que haya llegado aquí después de haber probado otras cosas", explicaba la artista horas antes de la inauguración de la exposición. "La pintura es un proceso de aprendizaje muy lento y exigente, por eso no me puedo dedicar a otros medios". Sabe que es una rara avis: "En toda la facultad, éramos unos cinco o seis pintando".
"Encuentro más inspiración en los libros que en otros artistas"
Sus últimas obras están cargadas, además, de narrativa. Otra rareza. En realidad, cada lienzo es una pequeña historia, o un collage de historias que se solapan con irracional estructura de los sueños. "Es parte de mí porque mi formación es, más que nada, literaria. Mi madre era profesora de Literatura y siempre ha habido mucha lectura en casa. Encuentro más inspiración en los libros que en otros pintores", dice la artista, que cita de carrerilla los nombres de Robert Walser, Salinger, Raymond Carver o Chéjov como referentes.
En sus obras, predomina el azul. "Es un color con el que me siento muy cómoda. Es casi un vicio y estoy pensando en dejarlo", dice. Y no parece una broma. Con distintos tonos, Freymann parte el lienzo en planos, tantos como escenarios en los que ocurren sus historias, y todas conectadas por una invisible tensión. En uno de sus cuadros, un hombre, desde una barca, mira a otro que, con alas de Ícaro, lucha por mantener su equilibrio. Mientras, un tercero sujeta el plano del cielo con una cuerda, como tratando de acercarlo a la tierra. En otro, un pájaro contempla desde abajo el ascenso de un hombre por una escalerilla hasta la cesta de -quizás- un globo. En un tercero, un avión se hunde en el mar mientras otro explota en el aire.
Pepe Cobo conoció a Freymann a través de un profesor de la facultad de Cuenca. Al principio dudó, pero luego se dejó convencer por el inestable universo que late tras el orden aparente de las obras, por una particular iconografía que revelaba un mundo muy particular en una artista tan joven. "Hay como una contradicción, como un drama oculto, no se sabe si antes o después de la tormenta", dice el galerista.
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