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Columna
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El dinero cobarde

Mal vamos. Los bancos no sueltan dinero porque lo apostaron por las inmobiliarias y como ahora se comen los ladrillos no devuelven la pasta y les han dejado tiesos de liquidez. A esos morosos del purazo se unen los que se quedan sin curro y no pueden pagar la hipoteca. Así que a los primeros les han intervenido promociones enteras de pisos a medio hacer y a los segundos la vivienda que pensaban pagar en 40 años.

De esta forma, la banca, que participó gustosa e irreflexiva en el inflamiento de la burbuja inmobiliaria, recibe como castigo ese atracón de cemento que tanto acojona. Por eso cuando alguien va a pedirles un préstamo o hipoteca le miran hasta la dentadura por si lleva muelas de oro. Ahora da igual que poseas un pisazo en la Castellana con vistas al Bernabeu o una finca en Extremadura de las que salen en los atlas. Lo que quieren es ver dinero fresco, dinero del que entra en la cuenta todos los meses aunque se caiga el mundo. Quien posea una buena nómina y un contrato fijo tiene posibilidades de que consideren su solicitud.

Aquel que pensaba cambiar de coche le pone ruedas nuevas, arregla los bollos y lo estira un par de años a ver si escampa

Hoy en día el cliente modelo es el funcionario público, si bien tampoco le hacen ascos a los empleados de empresas gordas como las eléctricas o petroleras. La banca es alérgica a los sectores en crisis. No obstante, el préstamo sólo será otorgado si el peticionario de turno acepta un montón de condiciones que rozan la humillación. De no impedirlo la Constitución, alguna entidad esclavizaría al prestatario con tal de garantizarse el retorno del dinero. Nunca la letra pequeña fue tan leonina. Más injusto y cruel es aún lo que les hacen a los pequeños empresarios. El recorte manu militari en las líneas de crédito, incluso sin que haya síntoma alguno de insolvencia, está provocando estragos en las pymes, que son a la postre las grandes generadoras de empleo. Así de chulos están muchos bancos, cuando ellos fueron quienes la liaron prestando pasta a la ligera en aquella época, no tan lejana, del esplendor en la hierba.

Era evidente que este país vivía muy por encima de sus posibilidades, y ahora la purga nos lleva a una política de puño cerrado que ya nos clava las uñas en la palma de la mano. Hace menos de un año crecíamos y crecíamos y en algún sitio ha de estar acojonado aquel dineral que movíamos. La gente ha decidido gastar menos, aunque siga cobrando lo mismo a fin de mes y pagando sus mismas facturas. El ahorro familiar se dispara y ese calcetín preñado que antes parecía deseable ahora resulta ser una rémora para el sistema. Aquel que pensaba cambiar el coche le pone ruedas nuevas, arregla los bollos a costa del seguro y lo estira un par de años a ver si escampa. El sector del automóvil, del que cuelgan en España cientos de miles de puestos de trabajo, no logra remontar sus ventas ni con las ofertas más tentadoras. Y ya no digamos los televisores. De caer los precios al mismo ritmo que en los dos últimos meses, para el verano ofertarán plasmas de 32 pulgadas a cien euros.

Todo eso se llama miedo, el miedo que nos han metido en el cuerpo sin medir las consecuencias. Un miedo paralizante que muchas empresas están aprovechando de forma artera para diezmar sus plantillas bastante más allá de lo justificable. Aquí en España los agentes económicos se han instalado en el lamento y el "sálvese quien pueda", dando el peor ejemplo de derrotismo de toda la Unión Europea. Tampoco los políticos ayudan tirándose los trastos a la cabeza en lugar de currarse el consenso y un pacto de Estado para sacarnos del apuro. El Gobierno, incapaz de dar con una acción y un discurso estimulante, trata de tapar los boquetes mientras la oposición se regodea en el catastrofismo, como si cuanto peor nos fuera a todos mejor les fuera a ellos.

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Así parecen verlo también algunos medios, que proclaman cada indicador negativo como una victoria de su posición. Sería estúpido maquillar los datos económicos, pero utilizarlos aviesa y machaconamente para proyectar una visión casi apocalíptica es cuando menos irresponsable.

Nada hay más cobarde que el dinero y difícilmente puede volver a fluir mientras persista semejante flagelo. Ya sabemos que esta crisis va a ser profunda, pero llorando nunca arreglaremos nada. Por duro que resulte cualquier ajuste siempre abre nuevas ventanas de oportunidad que difícilmente pueden ser aprovechadas mientras nos demos cabezazos contra la pared. Nada en el futuro volverá a ser igual, lo que no quiere decir que sea necesariamente peor. Para salir del pozo ha de aparecer lo mejor de nosotros. Sólo si el dinero ve talento, esfuerzo y un poco de entusiasmo perderá el miedo.

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