El vacío
A medida que los mercados y los datos económicos continúan batiendo récords y los Gobiernos y bancos centrales adoptan medidas cada vez más extraordinarias, la sensación de vacío intelectual se acentúa. El deterioro continuo y persistente de la situación económica está poniendo en duda los paradigmas económicos con los que la profesión económica ha trabajado en las últimas décadas.
Contemplar los mercados bursátiles retornando al nivel de hace más de 10 años genera escalofríos: ¿quiere esto decir que el boom económico de la última década fue todo un espejismo construido sobre una montaña de crédito? Si queremos resumir las últimas dos décadas en un simple párrafo, sería más o menos así: el shock tecnológico resultante de la invención de Internet y las nuevas tecnologías de la comunicación favoreció el desarrollo de la globalización y de la cadena de producción global; a su vez, este shock tecnológico facilitó la gestión del riesgo crediticio y el boom del endeudamiento. Estos dos fenómenos se retroalimentaron y crearon un encadenamiento de burbujas que fomentaron una expansión económica casi sin precedentes. Esta crisis comenzó con la desaparición de los derivados crediticios y, desde septiembre del 2008, ha dañado fuertemente el comercio internacional y el modelo de cadena de producción global. ¿Nos indican por tanto los mercados que debemos volver a donde estábamos, económicamente hablando, en 1995?
Esperemos que no, pero las autoridades económicas deberían tomarse muy en serio el mensaje de los mercados. Por desgracia, el debate sigue yendo en la dirección equivocada. La reunión del G-20 del pasado noviembre se enfocó en la reforma de la regulación financiera, un tema muy interesante para evitar que la próxima crisis sea similar a la actual, pero completamente irrelevante como mecanismo para resolver la crisis. De hecho, cabe preguntarse si el enfoque sobre la regulación financiera, los límites a la compensación de los banqueros y el deseo de eliminar los paraísos fiscales, que serán el objetivo de la reunión de abril de G-20, no será una manera de desviar la atención del verdadero problema, la falta de comprensión del problema actual y de políticas de resolución de la crisis. El G-20 ha creado cuatro grupos de trabajo sobre la reforma del FMI y la mejora de la supervisión y regulación, pero ninguno que aporte ideas para resolver la crisis.
Los últimos dos años han demostrado que hasta lo más improbable es posible, y por tanto las autoridades económicas mundiales deberían plantearse: ¿qué podemos hacer si, con los tipos de interés a cero y en proceso de expansión cuantitativa, y con planes de expansión fiscal resultantes en déficit de dos dígitos, el crecimiento no repunta? Ésta es la pregunta, y no el futuro de la regulación financiera o de los paraísos fiscales. Tenemos un vacío de liderazgo extraordinario en el mundo desarrollado, con los intereses políticos dominando las políticas económicas de una manera preocupante. La década perdida en Japón se debió al dominio de los intereses políticos sobre la eficiencia económica, y tanto EE UU como Europa van camino de repetir el mismo error. ¿Por qué no es capaz EE UU de adoptar un paquete de rescate bancario adecuado? ¿Por qué no es capaz Europa de adoptar un paquete de medidas coherente para estabilizar su sistema bancario y los países de Europa del Este? Porque la política y las agendas electorales lo impiden.
La crisis actual tiene difícil solución, pero más aún porque las autoridades económicas se han convertido, con sus decisiones tímidas y titubeantes, en parte del problema y han contribuido a aumentar en gran medida la incertidumbre y la aversión al riesgo. Una década perdida, tras una caída brutal de la actividad como la actual, sugiere un alto riesgo de una depresión económica, y esto es algo que los votantes no deberían tolerar.
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