El error nuclear de Sarkozy
Rusia y Alemania se alían para competir con Francia en energía atómica
Nicolas Sarkozy sólo puede culparse a sí mismo por la alianza germano-rusa alcanzada esta semana en el sector nuclear. El acuerdo entre Siemens, el grupo alemán de ingeniería, y Rosatom, el organismo nuclear estatal de Rusia, pretende competir directamente con el gigante nuclear francés Areva. Esto no habría pasado sin los absurdos errores del presidente francés.
Hasta hace unos meses, Areva y Siemens disfrutaban de una fructífera alianza industrial. Siemens tiene una participación del 34% en la sección nuclear de Areva y las empresas luchaban mano a mano para hacerse con una cuota más grande del prometedor mercado de la energía nuclear.
La relación se agrió repentinamente debido en gran medida a las amistades personales de Sarkozy y a su agresiva retórica sobre el "adalid nacional". Desde el día en que fue elegido, en mayo de 2007, el presidente de Francia presta oídos a las presiones de Alstom y Bouygues, los grupos de ingeniería y construcción que desde hace tiempo codician los activos de Areva. Sarkozy fue en otro tiempo abogado de Bouygues, propietaria del 30% de Alstom, y es amigo personal de su presidente y consejero delegado.
Los directivos de la estatal Areva se opusieron a los intentos de fusionarla con Alstom. Esa operación parece ahora improbable, porque la crisis mundial no ha dejado indemnes a ambos pretendientes. Pero aun así Sarkozy vetó la propuesta de Siemens de aumentar su participación en Areva. Si hubiera tenido libertad para escoger su propia estrategia, Anne Lauvergeon, consejera delegada de Areva, habría optado por estrechar sus lazos con el grupo alemán. Y llevaba tiempo advirtiendo en privado que, si no lo hacían, Siemens buscaría una alianza con Rusia.
La razón dada por Sarkozy para dar la patada a Siemens es que el Gobierno alemán todavía no ha cambiado su oposición contra la energía nuclear que viene de largo. No deja de ser irónico ver a Angela Merkel animar a Siemens a hacerse con una parte de ese mercado en ascenso, y al mismo tiempo poner una señal de prohibida la entrada en su territorio.
Pero esto no debería ser de la incumbencia de Sarkozy. La realidad es que el presidente francés ha tirado piedras contra su propio tejado con esa obsesión suya por el adalid nacional. Probablemente no sea la última vez.
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