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MODA

No es momento para cinismos

Los desfiles de París se debaten entre la severidad y la invitación a soñar

Eugenia de la Torriente

Los activistas de la organización Peta, armados con pancartas, abucheaban ayer a quien llevara pieles a la entrada del desfile de Christian Dior en el jardín de las Tullerías de París. Por supuesto, se volvieron locos ante un llamativo joven y su aún más llamativo bolso. "Es pelo humano, idiotas", les respondió desafiante. La imagen resultó tan desasosegante como el extraño crepitar que acompañaba los pasos en el backstage, una vez terminada la presentación de la colección de prêt-à-porter de la marca para el próximo otoño. Era el sonido que se producía al pisar las miles de horquillas que cubrían la moqueta. Procedían de las cabezas de las modelos y habían servido para convertir sus melenas en un casco y, de esta manera, rendir tributo a las miniaturas persas, germen de la inspiración de John Galliano. "El punto de partida no era ninguna cultura concreta, sino la idea de lo oriental tal como la expresaban antiguamente los europeos", apuntaba entre risas el sombrerero Stephen Jones.

Sí, se impone la austeridad, pero la de Lanvin es fabulosa

Sobre la pasarela, en efecto, habían volado las referencias, reales y ficticias. Se vieron lanas otomanas, bordados y drapeados indios, brocados rusos, estampados de Cachemira y una serie final de coloristas vestidos de seda sacados de un país de fantasía. Un ovillo de trayectos sobre el continente asiático que, sin embargo, produjo una colección contemporánea en la que, por una vez, los machacones pantalones harén parecían tener alguna lógica. Había sensibilidad en el uso de los riquísimos tejidos y materiales, a menudo más propios de la alta costura.

Estos días en París se tiene la irritante sensación de que algunos diseñadores se enfrentan a la crisis como si fuera una molesta tormenta de la que hay que guarecerse antes de seguir el mismo camino. Sólo unos pocos se dan cuenta de que estamos ante un cambio profundo de actitudes y valores y tratan, como pueden, de responder a ese tremendo marrón. El loco de Bernhard Willhelm no iba a ser de los que esconden la cabeza y, de hecho, ha aprovechado la coyuntura para decirnos tres cosas de lo que opina del modo en que últimamente hemos vivido. Una modelo llevaba un billete de dólar pegado a la frente y un sombrero-casa de cartón: se puede decir con más elegancia, pero no con más claridad.

Muchas marcas apuestan estos días por presentaciones más reducidas y discretas. Alber Elbaz se negó a pensar en pequeño para Lanvin. En el periódico especializado WWD explicó que no quería hacer un desfile sólo para las directoras de las revistas porque este es un tiempo para soñar y es a las ayudantes a quien hay que regalar un poco de magia. A unas y otras las recibió, con cócteles de cereza, en una pasarela convertida en húmedo y humeante asfalto. Un telón negro cubría el apocalíptico escenario: un solitario marco de rosas rojas en un gigantesco y destartalado hangar industrial. Elbaz contuvo su maestría en el uso de los colores y se restringió a negro y azul marino con ocasionales pinceladas de gris, café con leche y verde militar.

Sí, se impone la austeridad, pero la suya es fabulosa. Lo demostró en el movimiento suspendido que sugerían los frunces de sus trajes y abrigos. Un modelo, virtuosamente drapeado, conseguía replicar el efecto de una manta echada sobre los hombros. El resultado era sensual y estricto. Con un solo abrigo rojo y exagerados collares dorados dio el contrapunto a su elaborada y compleja melodía. Una música que parece poseer la fórmula de conjurar la fantasía sin resultar banal.

Aunque hablando de fórmulas que funcionan, ninguna tan sorprendente como la de la Maison Martin Margiela. Desde que fuera adquirida por el grupo de Renzo Rosso, fundador de Diesel, la marca se ha embarcado en un plan de expansión por tierra mar y aire (ropa, perfumes y joyas, en este caso) de alucinantes resultados. Este enero, en plena tormenta, ha conseguido aumentar sus ventas un 10% con respecto a 2008. Aunque queda poco de su enigmático creador en la marca, en el desfile se vieron destellos de su herencia en simpáticas ironías. Cuando todo el mundo está obsesionado con las hombreras, la firma que las rescató hace dos años empezó su presentación con una modelo ataviada sólo con unas, de plástico transparente. Los bolsos pegados al cuerpo o los vestidos a trozos derivaron en un optimista final, con pompas de jabón y chicas falsamente desnudas. Porque este no es momento para cinismos.

Final del desfile de Dior, ayer en el jardín de las Tullerías de París.
Final del desfile de Dior, ayer en el jardín de las Tullerías de París.AFP
Un modelo de Lanvin (izquierda) y otro de Martin Margiela, presentados ayer en París.
Un modelo de Lanvin (izquierda) y otro de Martin Margiela, presentados ayer en París.AFP

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