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Análisis:PURO TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Atasco (por amor) en la Gran Vía

Marcos Ordóñez

He encontrado la famosa carta de Nietzsche a su amigo Peter Gant hablando del impacto que, en plena crisis wagneriana, le produjo el estreno de La Gran Vía en Turín. "He visto dos veces seguidas", escribe, "esa opereta española y es algo genial, imposible de clasificar o de importar: su autor tendría que ser un pícaro y el demonio mismo, un tipo solemne e instintivo a la vez. Dura solamente una hora y contiene un número con tres gigantescos canallas que es de lo más fuerte que te puedas imaginar... Rossini y Offenbach resultan mil veces más inocentes cuando se confrontan con esta música. La bella Helena, escuchada justo después, palideció tristemente". ¡No sabía nada el maestro! A Brecht y a Weil también les hubiera encantado la Jota de los Ratas, tan pre-Mackie. Y el tango de la Menegilda, que viene a ser la versión castiza (y pragmática: "Aprende a sisar") de Jenny la de los Piratas. Por encima de todo, como bien dice Christopher Webber, "la música de Chueca es un tónico instantáneo para cualquiera que esté bajo de ánimo". He vuelto a comprobarlo en el atestado Teatro de la Zarzuela, donde La Gran Vía (que debería representarse, por prescripción facultativa, una vez al año) no se ponía desde 1998, cuando Marsillach repuso su montaje de la temporada 1983-1984. En esta ocasión, la "revista madrileña cómico-lírica, fantástico-callejera" de Chueca y Valverde ha sido "intensamente recreada" por Paco Mir, que ya había firmado dos deliciosas puestas de La Generala y Los sobrinos del capitán Grant. Lo de la intensidad tiene sus matices. El director ha seguido la tradición habitual desde que La Gran Vía echó a andar, allá por 1886, tanto en España como en medio mundo: añadir números de otras obras de Chueca y adaptar el libreto de Felipe Pérez y González a las circunstancias del momento. Nada que objetar, pues, en términos generales. Pero si vamos a lo específico, su "intensa recreación" del Madrid actual recuerda demasiado a un festejo colegial: simpático, blanquito, con tópicos bobotes, desarmantes chistes de patio ("¿y ese por qué no dice nada?" "Es que es Callao") y una línea argumental colapsada por exceso de tráfico. He titulado "Atasco por amor" y eso es lo que de algún modo le redime: una forma de generosidad mal entendida. A Paco Mir se le ocurren trescientos veintisiete chistes y los mete todos, los malos, los regulares, y los pocos buenos. Hasta en las acotaciones, donde aparece, curiosamente, el mejor, digno de Coll: "Se arma un guirigay, que es un follón y no un extranjero homosexual". También hay amor desmesurado, de mamma italiana, por la música de Chueca. ¿Que La Gran Vía sólo tiene seis números y es preceptivo añadir? Toma entropía: aquí salen las devotas de la Fuensantica (bueno, de Rouco y sus hermanos, para el caso) haciendo una plegaria para que no chapen la avenida, y un duelo de coros que enfrenta el pasodoble de los Sargentos con los organilleros de El Bateo, y, en ráfagas, el chotis de Los arrastraos, y el Pobre ciego, y el vals de De Madrid a París, y el tango de Las zapatillas, y el ciento y la madre. Hay insertos ocurrentes, como cuando el Caballero de Gracia le canta a la Cibeles la jota de La alegría de la huerta, y Neptuno, con el uniforme del Atleti, replica, faltaría más, con el vals ("De los mares rey me llaman") de El año pasado por agua. O cuando convierte en canguras colombianas y ubérrimas al coro de chachas de Agua, azucarillos y aguardiente. Hay un estupendo decorado de Jon Berrondo, que reproduce, en continua movilidad, los principales edificios de la calle, y unos preciosos e imaginativos figurines de Jesús Ruiz, y brilla la orquesta dirigida por Miguel Roa. Falla la trama central, el paseo del concejal de Urbanismo (un atristado Carlos Heredia, con poca tela que cortar) y el Caballero de Gracia (Marco Moncloa, estupendo barítono, soso actor) por una Gran Vía que, según el nuevo rumor, va a ser derruida para levantar oficinas y apartamentos de lujo. Los diálogos y los encuentros (devotas, pijos, turistas, polis de movilidad, dependientas de bazar y, de nuevo, un sobrecargado etcétera) son repetitivos, sin ritmo: pozas abisales entre los bulliciosos rápidos de la música. Loles León pinta a Doña Virtudes (aquí la secretaria del concejal) con los afeites arquetípicos de la marujona vivaracha acuñada por las películas de Almodóvar, y canta apañadamente, para decirlo de un modo amable, el Tango de las amas. Esforzado envite, sin embargo, justo después de que Milagros Martín, más Lina Canalejas que nunca, haya presentado en sociedad (¡y cómo!) a Menegilda. El primer acto acaba en punta con una inmejorable Jota de los Ratas, servida con su punto justo de malicia por Enrique Ruiz del Portal, Antonio Torres y Pepín Tre, que parece haber nacido para este papel. La segunda parte no liga salsa hasta la mitad, pero cuando remonta el vuelo lo hace a lo grande con dos showstoppers de aúpa: 1. Los hindúes de Lavapiés comparecen en escena reivindicando la Gran Vía para su barrio y Paco Mir les hace cantar y bailar de nuevo la Polka de las calles al más puro estilo Bollywood: olé extensivo a la coreografía de Teresa Nieto y al psicodélico vestuario de Jesús Ruiz. 2. El Chotis del Eliseo. ¡Palabras mayores! Aquí el señor Mir debió tener comunicación espiritista con Chueca, porque clava la esencia misma de lo que cuenta la música, ese juego de contrastes que Sondheim hubiera aplaudido: un grandioso chotis, de pelaje casi vienés, para hablar de un bailongo ínfimo. Acorde, convierte el Elíseo en una discoteca de terciopelo rojo, entre hortera y sublime, y coloca al coro, inmóvil, con sus relucientes arreos, sobre una escalinata de peldaños iluminados: Hollywood soñado desde la calle del Pez. En el centro, Maria Rey Joly oficia el ritual como una sacerdotisa maya: boquiabierto te deja la señora, y el coro, y el momentazo. A destacar, igualmente, el fin de fiesta, con Toni González, notable cómico, interpretando a un logorreico presentador de "gala oficial", casi la versión descacharrada de Roberto Llamas en Plácido.

La "intensa recreación" del Madrid actual recuerda demasiado a un festejo colegial: simpático, blanquito, con tópicos bobotes, chistes de patio

La Gran Vía... esquina a Chueca. Teatro de la Zarzuela. Madrid. Hasta mañana, día 8.

Escena de <i>La Gran Vía... esquina a Chueca,</i> con versión y dirección de Paco Mir.
Escena de La Gran Vía... esquina a Chueca, con versión y dirección de Paco Mir.

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