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El vuelco electoral | Relevo en el socialismo

El PSdeG pondrá fin al modelo de partido impulsado por Touriño

Los socialistas responsabilizan al presidente y su equipo del fracaso del bipartito

Felipe González se lo dijo el segundo día de la campaña, poco antes de participar en el mitin de Vilagarcía de Arousa: "Las crisis se llevan a los presidentes por delante". Pero Emilio Pérez Touriño, convencido no sólo de su victoria sino de ser el candidato con más credibilidad de todos los que se presentaban a la Presidencia de la Xunta, ni siquiera le prestó atención. El abismo que va de la creencia del presidente en la victoria a la patente preocupación del partido, cuyos cuadros dirigentes sabían que el resultado iba ser muy apretado, resume perfectamente la incomunicación y hasta el enfrentamiento que ha presidido las relaciones entre el PSdeG y el Gobierno durante casi toda la legislatura.

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El desencuentro entre el ex secretario general de los socialistas gallegos y su partido llegó a ser de tal dimensión que, a pesar de la derrota electoral, son muchos los dirigentes que ven ahora con más optimismo el futuro del PSdeG que cuando estaba Touriño. El paréntesis abierto en el liderazgo del partido tras la dimisión del secretario general ha dado a los principales dirigentes la ocasión perfecta para someter a revisión los errores cometidos durante toda la legislatura. Y si en algo coinciden las opiniones más influyentes es a la hora de señalar la responsabilidad de Touriño en casi todos ellos.

El aparato del partido no tiene la menor duda de que el presidente en funciones se aisló voluntariamente de la realidad y de la maquinaria política que le llevó a Monte Pío. Buena parte de la culpa, señalan la mayoría de los dirigentes consultados, la tiene la enorme influencia que durante todos estos años han tenido sobre el presidente sus más inmediatos colaboradores en la Xunta, especialmente el secretario general, Gumersindo Guinarte, y los responsables de Análise e Proxección, Xosé Manuel Rivera Otero, y Comunicación, Fernando Salgado. A este grupo de altos cargos se atribuyen, entre otras cosas, la errónea sensación de fortaleza electoral de Touriño y la estrategia suicida de no responder a la guerra sucia montada por el Partido Popular y algunos medios de comunicación afines a cuenta del supuesto despilfarro de dinero para reformar instalaciones de la Xunta y comprar un nuevo coche oficial.

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El presidente no sólo prefirió durante toda la legislatura su entorno de confianza en la Xunta a sus propios colaboradores en la Ejecutiva socialista sino que blindó a los conselleiros independientes de la obligación de cooperar con el PSdeG. Esta salvaguardia, relevante en materia económica, educativa o sanitaria, irritó especialmente a los alcaldes del partido porque incluía el área de obras públicas, la más inversora y por tanto la más influyente en términos políticos. María José Caride, la titular de este departamento, sólo rendía cuentas a Touriño y siempre se resistió a atender las demandas del partido.

Caride personifica mejor que nadie el desencuentro de Touriño con sus propias siglas. Su decisión de incorporarla tanto a la ejecutiva como a la candidatura electoral por Pontevedra levantó ampollas entre los militantes y obligó a los dirigentes territoriales a emplearse a fondo para evitar que se desatase un conflicto en el congreso de junio del año pasado y durante el proceso de confección de las listas al Parlamento de Galicia. Pese al malestar de entonces, todo el partido entronizó al secretario general, reelegido con la práctica unanimidad de la militancia.

Otro buen ejemplo de la desconfianza de Touriño hacia el partido es la sede socialista de O Pino, que sigue ahora tan limitada en medios humanos y materiales como lo estaba hace diez años, cuando el recién dimitido secretario general se hizo con las riendas del PSdeG. Y eso que entonces los socialistas eran la tercera fuerza en el Parlamento.

Touriño, apunta un dirigente, temía un partido fuerte y por eso no sólo no reforzó sus estructuras sino que se opuso al mandato federal que obliga a elegir ejecutivas provinciales. El temor a que la aparición de nuevas baronías se convirtiesen en un quebradero de cabeza como el que durante años representó el ex alcalde de A Coruña, Francisco Vázquez, le llevó a aplazar la celebración de congresos provinciales hasta después de las autonómicas. Ahora tendrán que esperar, por lo menos, hasta septiembre.

El presidente se libró de Vázquez cuando se convirtió en embajador en la Santa Sede y desde entonces sólo el vicesecretario general del PSOE, José Blanco, ha estado en condiciones de hacerle sombra. Las relaciones entre ambos no siempre han sido buenas y han evolucionado para mal a lo largo de los últimos ocho meses. Del entendimiento del que hicieron gala en el último congreso del PSdeG, que entre otras cosas permitió a Touriño situar en la Ejecutiva a Caride pese a la resistencia inicial de muchos dirigentes, han pasado al desencuentro.

Primero Touriño se negó a adelantar las elecciones a otoño, tal y como le pidió no sólo Blanco sino la totalidad de los dirigentes del partido (esta vez también estaban de acuerdo la mayoría de sus colaboradores en la Xunta). Y después se empeñó en protagonizar la campaña electoral siguiendo su propio criterio, lo que provocó desencuentros con el equipo de Blanco, desplazado desde Madrid. Uno de ellos a punto estuvo de acabar en ruptura con el regreso a Ferraz del vicesecretario general socialista y de su grupo de colaboradores a la vista de la resistencia del presidente para acatar la estrategia diseñada por Blanco para la campaña.

La desmovilización de los militantes socialistas durante las semanas inmediatamente anteriores a las elecciones fue el mejor indicador del divorcio entre el partido y su líder. Y la ausencia de una agenda de mítines (el calendario se fue cerrando sobre la marcha) la prueba definitiva de los desencuentros que se vivían de puertas para adentro.

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