_
_
_
_
ÁREA DE META | 25 años después, Barça-Athletic en la final de Copa
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

"Athletic, beti zurekin!"

Andoni Zubizarreta

Cuenta la leyenda que en mayo de 1984, Ignacio Ellacuría y Jon Sobrino, jesuitas y eminentes prohombres de la Teología de la Liberación, se refugiaban de una enorme balacera consecuencia de la intervención del ejército de El Salvador (Ellacuría no pudo librarse de la acción de los paramilitares en 1989 y fue asesinado junto a otros cinco de sus compañeros jesuitas, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín-Baró, Amando López y Joaquín López, y una mujer, Julia Elba Ramos, y su hija, Celina, menor de edad). En un momento en el que la intensidad del tiroteo se hacía insoportable, Ellacuría preguntó a su compañero mejor situado cómo estaba la cosa, a lo que le respondió Sobrino: "Hay esperanza. Acaba de marcar Noriega". Jon Sobrino tenía una pequeña radio con la que estaba siguiendo el partido que el Athletic disputaba en Mestalla y en el que se jugaba sus posibilidades de ser campeón de Liga. El gol de Noriega rompía el 1-1 y dejaba al Athletic a sólo diez minutos y un partido en casa de revalidar el título de campeón de Liga.

En 2009 parecería imposible crear un club con jugadores de un ámbito local para competir contra otros llenos de profesionales de todo el mundo

Han pasado 25 años y en un momento económico similar a aquél, en medio de una crisis galopante que se llevó a la industria pesada, los Altos Hornos y los astilleros de la ría de Bilbao, a los más diversos destinos del mundo; en medio de unos años de plomo, duros y terribles, en los que el terrorismo de ETA asolaba Euskadi, el Athletic abría una ventana de luz en aquel oscuro bocho de Bilbao.

El miércoles, un cuarto de siglo después, Bilbao explotaba ante la realidad de que su Athletic se iba a Valencia para disputar la final de la Copa al Barcelona, el club con el que disputa la supremacía en esta competición; ambos me van a llevar a vivir una final en la que se contrapongan mi corazón rojiblanco y mi alma blaugrana (me consuela que el lugar elegido sea Mestalla, césped y porterías que tantos recuerdos despiertan en mí). Volvía el club rojiblanco a recortar un enorme hueco en ese techo negro bajo el que estamos viviendo, trayendo de su brazo imágenes de alegría desbordante, de invasiones pacíficas y festivas, de abrazos entre amigos y entre desconocidos que se fundían en el goce, en las lágrimas. Lágrimas, esta vez sí, de alegría desbordada.

Era San Mamés una marea de colores rojiblancos en forma de camisetas, de bufandas al viento, de gorros y viseras, de todo tipo de tejido que nos permitiera sentirnos juntos y miembros de un mismo proyecto. En una sociedad que hacía 72 horas había dejado a los cocinillas políticos intentando componer una receta que diese mayorías suficientes en el Parlamento vasco para poder gobernar, en una sociedad dividida y fragmentada, las gradas del viejo estadio ofrecen un espacio de convivencia, protegidos todos bajo el mítico arco.

Quienes gritaban "beti zurekin!" ("¡siempre contigo!") eran gentes de diferentes ideologías y edades, de diversos estratos sociales, de ciudad y de caserío, de Vizcaya, pero también alaveses, guipuzcoanos, navarros, burgaleses, cántabros o jienenses; gentes rojiblancas que desde los puntos más lejanos a los que la globalización o sus actividades de apoyo a las más diversas ONG les han llevado, se reunían en torno a una televisión, a un ordenador o a otra sencilla radio para gritar juntos los goles de Javi Martínez, de Llorente y de Toquero.

Pero, además, tiene todo la particularidad de que hace un par de años se reunían con el mismo lema, la misma canción y la misma devoción para estar con su equipo en aquellos angustiosos partidos en los que se jugaba permanecer en la Primera División. La misma fe y una angustia inmensa que elevaba los decibelios de San Mamés para que se oyesen no sé si en el cielo o en el infierno; en todo caso, en donde estuviera la llave de la eterna Primera División.

Es cierto que el mito rojiblanco estaba necesitado de alguna gran alegría, pero no es menos cierto que San Mamés se ha llenado cuando el equipo ha estado en su peor situación deportiva. En un momento en el que la situación económica nos lleva a algunas reflexiones sociales importantes, en el que la consideración del éxito efímero como una de las fuentes que han alimentado este desfase que nuestra economía intenta digerir, en el que se propugna una conciencia de que el éxito no está en el logro final, sino en el camino que nos lleva; en el que entendemos que eso de la globalización parte desde la glocalización.

Glocalización es un término que nace de la mezcla entre globalización y localización y que se desarrolló inicialmente en la década de 1980 dentro de las prácticas comerciales de Japón. El concepto procede del término japonés dochakuka (derivado de dochaku, "el que vive en su propia tierra"). Aunque muchas referencias sitúan a Ulrich Beck como el creador del término y su difusor, el primer autor que saca a la luz explícitamente esta idea es Roland Robertson. Como término económico, se refiere a la persona, grupo, división, unidad, organización o comunidad que está dispuesta y es capaz de "pensar globalmente y actuar localmente". El concepto implica que la empresa se adapte a las peculiaridades de cada entorno, diferenciando sus producciones en función de las demandas locales.

Cuando la innovación es un concepto con el que somos bombardeados continuamente, pero nos resulta difícil encontrar ejemplos prácticos que muestren más allá de las palabras en qué consisten estos conceptos, el Athletic se brinda como vehículo para hacer visibles todos estos conceptos. Si en 2009 nos planteásemos crear un club que jugase con jugadores de un ámbito local para competir con otros llenos de excelentes profesionales venidos de todo el mundo, hablaríamos de un proyecto imposible. Es, sin embargo, la respuesta del Athletic, una forma diferente de ver la realidad y de encontrar soluciones donde otros no ven sino problemas (¿les suena eso de los problemas y las oportunidades?).

Si pretendiésemos que ese proyecto estuviera ligado al éxito continuo, al ganar siempre y como sea, el Athletic nos propondría que el camino es importante; que el cómo es lo que ha creado esas raíces, esos vínculos, esas emociones latentes que permiten al Club mantenerse cuando los vientos arrecian duro o la calma chicha no nos deja mover y cuando el arsenal de soluciones propias es más bien limitado, tan limitado que a veces, sin ese plus que ofrece un público, una afición identificada con unos colores y una forma de hacer, y su comunión con los que visten esa camiseta que todos han soñado con ponerse algún día, se ha liberado de conocer otras competiciones, de conocer otras categorías dentro de la Liga.

Sé que habrá quien piense que todo esto no es más que el ataque de emoción de quien siguió los 90 minutos de pie, junto a una valla y en estado de éxtasis, soñando con una final Athletic-Barça en un estadio maravilloso, como Mestalla, de una ciudad fantástica, como Valencia. Y seguramente no les falta razón. Pero quien escribe es el mismo que hace no tanto tiempo estaba con el ánimo alterado mientras su Club, sus colores, peleaba por el éxito de no bajar.

Entonces y ahora, con un mismo grito de aliento: "Athletic, beti zurekin!".

Zubizarreta se abraza a Urtubi tras ganar al Barça en la final de 1984.
Zubizarreta se abraza a Urtubi tras ganar al Barça en la final de 1984.MANUEL ESCALERA

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_