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Columna
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Mimosas mustias

Temporada de patos, temporada de conejos. Es normal que la caza esté regulada y que los venados (los de la escopeta y los de los cuernos) tengan sus oportunidades. Parafraseando a Javier Krahe: no todo va a ser matar, no todo va a ser morir. Esto vale para los mamíferos. Las plantas son distintas: regulan ellas solitas sus propios ciclos. Nadie sabe aún exactamente cómo puede saber un árbol el día en el que tiene que empezar a florecer. El hecho es que lo hace. Y -parafraseando ahora un diálogo de Blade Runner- la flor más bonita es la que menos dura.

Entre enero y marzo solían florecer, en toda su gloria, las mimosas a la vera de los caminos asfaltados de Galicia. Hace unos años que ya no. Los malvados incendios, los parques eólicos y la pertinaz sequía nos dejaron sin el espectáculo amarillo (que no amarillista) del invierno florido. Las mimosas se fueron, sí, pero volvieron este año. Hace 15 días Galicia fue dorada, amarilla, brillante. Mientras las mimosas invadían Galicia, el sol brillaba, las naranjas eran dulces y los gatos ronroneaban. ¡Las mimosas habían vuelto para quedarse! Pero, ay, la ilusión fue breve. La mimosa de antaño duraba; poco, pero duraba; lo justo para que todos los gallegos disfrutaran de un color insólito en los inviernos de paraguas y katiuskas.

Las mimosas han sido breves. Algún día regresará el tiempo de las cerezas y todo volverá a florecer

Las mimosas de este año han durado aún menos. Se quedaron mustias en apenas unos días. Su brillo fue breve y se fundieron hacia el gris. Quizá desde el mismo primer día de su floración. Las flores que intentan ocupar su lugar sólo intentan ocupar su lugar. Nada más ni nada menos. Tal hicieron, en su día, las mimosas arrinconando a la flor del tojo: la más dura, la más opaca. La flor que llega -la que debe hacerse cargo del huerto, del injerto- tiene tres trabajos: limpiar, procrear y fascinar. Dios, por su parte, cometió tres errores en la Creación: crear al hombre, crear a la mujer y crear a la mascota. O eso decía Frank Zappa, vaya. La mimosa miró hacia otro lado y decidió brillar por sí sola. Tuvo que pagar un precio muy alto.

Las mimosas duraban, resplandecientes, muchos días. Ya no. Son breves. Flor de un día. De dos. De tres. Se acercan al gris enseguida. Poco se puede hacer por ellas. Se autolegislan. Se autosuicidan, como decía el otro. Ningún conductor se distrae con el espectáculo invernal. Nadie, pues, puede achacarles accidentes por distracción. Porque, entre otras cosas, ya nadie las ve. Ni las mira. Es que no están. Y, si están, son grises y aburridas.

(Breve inciso de cultura popular:

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Los botánicos incluyen entre sus superantihéroes (¿ein?) favoritos a Poison Ivy, una de esas némesis que definen a Batman. Poison Ivy es mujer y planta a la vez y pone los puntos sobre las íes a Bruce Wayne, hombre y millonario y alter ego del murciélago. Pero, vamos a ver, ¿Batman vuelve? ¿Batman para siempre? ¿Batman empieza? Nos lo ponen a huevo. ¿Batman sube? ¿Batman baja? Batman no sabe si sube o si baja. Ergo Batman es gallego. Galicia se mira, de reojo, en las mimosas. Batman quiere mimos y némesis. Porque enfrentarse a las mimosas es como mirarse en el espejo. Que no sepamos lo que hay al otro lado, ¿es problema del espejo? Las mimosas han dicho no a Galicia. Roma rosma. Galicia es (?), existe(?) y está (?). Pero aparentar, aparenta mal. Black is black I want my money back, que decía el otro día Mike Kennedy (el de Los Bravos no el de los JFK y demás asesinaditos).

Una mimosa mustia no es sólo un fracaso: es una tragedia. La flor que la sustituye no es ni un fracaso ni una tragedia: es una malva en el cementerio. Si resplandece, bienve(n)dida sea. Los árboles viven en un mundo aparte. A veces, no sabemos cómo hablar con un manzano, con una palmera o con un naranjo. Con las mimosas pasa lo mismo. Y este año, el momento de las mimosas ha sido breve y hemos tenido poco tiempo para comunicarnos. Algún día llegará el tiempo de las cerezas y todo volverá a florecer.

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