Maniobras de distracción
La encuesta que el Partido Popular dio a conocer el sábado pasado carecía de cualquier suspense. Es lo peor que le puede ocurrir a una encuesta, pues le resta todo atractivo y la hace poco interesante para el público. Los resultados respondían de punta a cabo a lo que esperábamos de ella y se había anunciado con antelación. Confeccionada a la medida del Partido Popular, la figura de Francisco Camps se agigantaba, mientras la de Alarte aparecía encogida, en un rincón. Sinceramente, ¿podría haber sido de otro modo? Estoy convencido de que el sondeo se realizó con la máxima corrección, pero carecía de verosimilitud. Costa tiende a sobreactuar, y no advierte que los trabajos de esta clase pueden muy bien no ser verdaderos, pero deben resultar verosímiles. Como este no lo parecía en modo alguno, los periódicos más solventes no le concedieron crédito.
Bastante más interesante que comentar los resultados es preguntarse por el fin que perseguía la encuesta. Se ha dicho que el objetivo era afirmar la imagen de Francisco Camps ante los valencianos, en unos momentos de dificultad para el gobernante. Sin descartar por completo la idea, me inclino a pensar que la consulta buscaba también reforzar los ánimos del propio Partido Popular. Hay momentos en que quien gobierna necesita convencerse y convencernos de que el ciudadano refrenda su conducta. Los dictadores se han inclinado tradicionalmente por el plebiscito, de efecto asegurado con sus amplias mayorías; en democracia, suele preferirse, sin embargo, la encuesta.
Al margen de la publicación del sondeo, la semana ha sido pródiga en distintas maniobras de distracción. Si comenzó Francisco Camps insistiendo en el tema del agua -filón inagotable-, el martes era el consejero Flores quien presentaba un plan para hermosear la entrada sur de Alicante. Como el consejero no consideró necesario hablar con el ministerio de Obras Públicas, ni puso un euro sobre la mesa, el plan tuvo una vida efímera; a estas alturas, hay que darlo por amortizado. Lo mismo cabe decir de la propuesta de Font de Mora para impartir chino mandarín. Este hombre se ha perdido el respeto a sí mismo. El escepticismo con que fue acogida la idea, indica el escaso interés que despiertan las ocurrencias del consejero de Educación. El problema de fondo de estas acciones es su falta de fundamento; esto hace que el público se ría de ellas. Algunos ven en esto un indicio de que el gabinete de crisis habría agotado su imaginación. ¡Con el espectáculo que está dando el alcalde de Elche!
Al margen de lo que en su día digan -o dejen de decir- los jueces, la situación ha servido para mostrar las entretelas del sistema de gobierno de Francisco Camps. Muchos ciudadanos han descubierto ahora la realidad de unas cuentas que los discursos oficiales habían logrado ocultar. El desglose de los gastos de la Volvo -al día de hoy, todavía no los conocemos en su integridad- es la radiografía más completa que hemos visto de una determinada manera de gobernar. Las cartas de los lectores que estos días publican los periódicos indican que la sorpresa ha sido mayúscula para algunos de ellos. Estas personas habían creído de buena fe todo cuanto el Gobierno les decía. La tarea de los políticos es infundir confianza en los ciudadanos, máxime en unos momentos como los actuales. El problema que tenemos los valencianos es que Francisco Camps no está en condiciones de infundir confianza; al contrario, es él quien solicita la nuestra.
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