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Entrevista:Elecciones 1-M

Una conversación sobre el cambio o la continuidad

López Basaguren y Daniel Innerarity debaten a favor y en contra de la alternancia en el Gobierno vasco

Ni la comedida campaña electoral, ni las encuestas y, aún menos, el único debate entre los seis candidatos a lehendakari han aportado mucha luz sobre los resultados electorales de este domingo. La incertidumbre presenta estos comicios como los más reñidos en más de una década, y el miedo a perder supera la convicción de triunfo en algunas sedes de partidos. Dos de los mejores analistas políticos vascos, el profesor de Filosofía Daniel Innerarity y el catedrático de Derecho Constitucional Alberto López Basaguren, que en esta campaña se han mojado en apoyo de Juan José Ibarretxe y Patxi López, respectivamente, han aceptado debatir para EL PAÍS sobre las posibilidades de continuismo o de alternancia que ofrecen estas elecciones.

"Con Ibarretxe al frente el PNV no puede superar la dinámica anterior"
"Las dos grandes sensibilidades deben estar en una reforma estatutaria"
"Se necesita un acuerdo profundo, con un gobierno fuerte de coalición"
"No en la izquierda 'abertzale' interés en que el 'lehendakari' sea nacionalista".

Pregunta. Después de una tensa legislatura, ¿ha llegado el momento de la alternancia, o es conveniente a la continuidad del nacionalismo en el poder ante la situación política y económica que vive Euskadi?

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Daniel Innerarity. En parte ya se ha producido un cambio, que se ha percibido durante la campaña electoral y que es la conciencia que han adquirido los dos partidos principales de que en este país han fracasado todas las estrategias de eso que se ha dado en llamar "acumulación de fuerzas" y que tenía su versión nacionalista y su versión constitucionalista. Quién ha jugado la carta de la acumulación siempre ha favorecido el crecimiento de los contrarios. Para los nacionalistas la experiencia clave es el declive que se inicia con Lizarra, y para los constitucionalistas, la experiencia de este fracaso es la ofensiva fallida de 2001. Es decir, al final de estas estrategias de pura acumulación no solamente no salen las cuentas, sino que eso tiene un efecto de autodeslegitimación y de retracción en el propio electorado potencial.

Alberto López Basaguren. En algunos sectores no nacionalistas esa lección se había aprendido hace mucho. Y ahora, en una parte del PNV veo un intento de avanzar por esa vía. Pero la campaña ha demostrado que con el liderazgo de Ibarretxe es muy difícil superar esa dinámica por parte del nacionalismo. En los últimos tiempos son más los partidos de Gobierno que pierden elecciones por abstención o por inhibición de su propio electorado, que por la capacidad de la oposición de ganar.

P. Ha habido, entonces, un cambio de discurso que ha coincidido también con una campaña más comedida, más tranquila. Salir de la crispación puede ser un avance.

D.I. Forma parte de la normalización.

A.L.B. Uno de los grandes defectos del sistema político español y vasco es que hemos ido avanzando no sólo por la vía de la crispación, sino por la vía de la defensa fanática de las posiciones. En ese sentido, por supuesto que esta campaña ha sido un alivio.

D.I. Lo que aquí se está viendo es una especie de abandono del discurso ético como primer recurso movilizador. Ahora, con el patetismo ético de la confrontación unos y otros no sacan nada, y se han dado cuenta de que resulta ridículo. En Euskadi el antagonismo, fundamentalmente de nacionalistas y constitucionalistas, es bastante poco sincero, porque vive del acuerdo vergonzante y dramatiza mucho la confrontación.

P. De la cual la gente está ya muy cansada.

A.L.B. Lo que está poniendo de relieve es la forma absolutamente desenfocada en la que se han planteado los proyectos políticos en los últimos tiempos, porque resulta que aquello que afecta a la vida cotidiana, aquello que construye nuestro futuro, es lo que aparece como marginal en la política. En lo demás, se han puesto encima de la mesa proyectos políticos en los que era imposible el acuerdo y la cohesión.

D.I. Si algún ciclo político se agota es precisamente por la falta de voluntad de acuerdo que existe en este país. Es verdad, que la gente está harta de muchas cosas, y con diversas intensidades. Y está harta también de que, en torno a los desencuentros sobre la revisión del autogobierno vasco, el Estado actúe siempre como quién tiene la sartén por el mango.

A.L.B. No estoy de acuerdo. Lo que sí pone de manifiesto es que el intento de reforma en torno al Plan Ibarretxe demuestra la incapacidad de los gobiernos del lehendakari de entender la complejidad de la sociedad. Las propuestas que se han planteado son insostenibles en la propia sociedad vasca. Y, sobre todo, lo que este proceso ha puesto en entredicho es la necesidad de que el nacionalismo aclare cómo quiere afrontar el futuro: si quiere afrontar el futuro con una visión de integración del conjunto de la sociedad vasca, entendiendo la pluralidad de su conjunto o si, por el contrario, considera que tiene que reordenar su entorno, dentro del cual considera parte importante el mundo de ETA. Desde luego, mi temor es que una hipotética victoria de Ibarretxe traerá mayores dificultades al PNV, que se verá incapacitado de reordenar y clarificar su discurso ante los retos que se le presentan.

D.I. Es cierto que el nacionalismo no ha completado ese proceso de reflexión que incorpore como normal y como positivo la pluralidad de la sociedad vasca en el sentido radical. Pero me parece que esa falta de reflexión no explicaría todo si no tuviéramos en cuenta al mismo tiempo una falta de transparencia o de acuerdo en el corto mundo constitucionalista acerca de qué se quiere hacer con el Estatuto. ¿Por qué el Estatuto está como está? Es evidente que no podemos seguir con un sistema de autogobierno en el cual haya competencias a cambio de investiduras o de presupuestos generales del Estado.

P. ¿Pero para llegar a un posible y mínimo consenso, qué es lo más deseable, el cambio o la continuidad?

D.I. Es que el cambio lo puede hacer cualquiera.

P. Cualquiera no, porque sólo hay dos partidos con opción de triunfo.

D.I. Si, pero yo voy a una visión radical del cambio. Para mí el cambio no es el relevo del inquilino de Ajuria Enea, porque éste puede cambiar y hacerse exactamente lo mismo. De hecho, si nos fijamos en la retórica de la campaña, Patxi López se ha dedicado a repetir que va a ser un cambio tranquilo, mientras, el otro candidato, Ibarretxe, ha cambiado radicalmente la agenda de temas.

A.L.B. ¡Y tanto que radicalmente!

D.I. Otra cosa es que te parezca sincero, o no. El cambio de verdad pasa por el cambio de cultura política y por instaurar en el país una voluntad de acuerdo de fondo transformador, en consonancia con la representativita real de cada uno. Me preocuparía que en el nuevo escenario que resulte de las elecciones se demuestre nuestra incapacidad de lograr esa nueva cultura política. Porque no podemos dejar el país en manos de pequeños partidos políticos que cuentan con dos, tres o cuatro escaños y que no sabemos si quieren nacionalizar la banca, ir a otro marco de relaciones con el Estado o suprimir las diputaciones. Con estos gamberros no se puede hacer un país.

A.L.B. Sí, el cambio debe ser profundo, y no solo de lehendakari. Una cosa tengo muy clara, y es que las dos grandes culturas tienen que trabajar conjuntamente en acuerdos esenciales que permitan un marco tranquilo y relajado. Ese acuerdo esencial, que no se puede elaborar ni contra el nacionalismo ni contra el constitucionalismo, me parece básico. Sin embargo, ante el temor de perder el poder, el nacionalismo tomó una opción que no sólo ha sido de ruptura del marco constitucional y con el Estado, sino también de elección de una opción interna que ha sido de ruptura de la propia sociedad. Es eso lo que debe cambiar, pero eso no lo va a poder hacer el PNV si Ibarretxe vuelve a ganar las elecciones.

D.I. Un sistema democrático no sería sospechoso porque el cambio no fuera posible. Pero este hay que ganárselo. Al constitucionalismo le ha costado mucho tiempo digerir su derrota de 2001. Viendo el tono de su campaña, parece que ha aprendido al proponer un cambio tranquilo. Me parece correcto. Ahora bien, yo dirigiría mi ira no sólo hacía el partido que lleva tanto tiempo gobernando, sino hacia la baja calidad de la oposición, que no ha sido capaz de articular ese cambio.

A.L.B. Hay muy pocos países en donde con tan pocos votos se han logrado tantas sólidas mayorías como en el nuestro. Eso se debe a la peculiaridad del país.

D.I. En Euskadi, desde la ruptura del PNV en 1986 no ha habido gobiernos de un solo partido, y creo que no los va haber en mucho tiempo. El poder político está institucionalmente tan fragmentado en el país, para bien o para mal, hace que sea muy difícil que se produzca una situación como la que tenemos ahora en las tres diputaciones. Este país ya no es gobernable por un solo partido. Y no lo va a ser en mucho tiempo.

P. Gane quien gane, ¿cuál sería la mejor formula de futuro: un gobierno de coalición, uno en minoría, o un gobierno con componente nacionalista y no nacionalista?

D.I. No sé quién va a ganar. Con los problemas que tenemos, como la crisis económica, la revisión del autogobierno o el final del terrorismo, no hay otra fórmula de gobierno distinta que la de un acuerdo profundo, a mi juicio, con un gobierno de coalición. Un gobierno que fuera una revisión del tripartito o un gobierno socialista en minoría serían unos gobiernos débiles para afrontar precisamente esos desafíos.

A.L.B. Cualquiera de los dos hipotéticos ganadores va a tener un reto muy difícil de superar. Lo que ocurre es que yo creo en la hipótesis de cambio. Para afrontar los temas de los que hablamos, sólo se puede hacer una vez que el PNV haya interiorizado muy bien el cambio de estrategia; que no sea puramente táctico, sino profundamente asumido. Pero me temo que el PNV, por su configuración de partido, y por las tensiones internas, sólo lo puede afrontar si pasa una temporada en la oposición. Mañana, el que gane tendrá una sensación de vértigo ante los problemas de gobernabilidad que se le presentan.

D.I. Puede ser que quien gane no forme gobierno. Hubiera sido una fórmula bonita, y generosa, que los dos partidos con opciones de liderar el futuro gobierno se hubieran comprometido a dar su apoyo a aquel partido que ganara las elecciones.

A.L.B. Pero eso es muy difícil porque en el sistema político hay bloqueos que impiden soluciones que quizá en otras condiciones podían ser ideales o buenas. Es probable que en escaños y votos gane el PNV, pero los diez años anteriores imposibilitan que el PSE entre en un Gobierno con Ibarretxe de lehendakari. Y por el contrario, el PNV políticamente no puede aceptar entrar en un gobierno con un lehendakari que no sea de su partido, si el PNV es el que más escaños y más votos logre. El PNV tendría que estar implorando por quedar segundo en número de escaños. Es, probablemente, la única hipótesis que podría garantizar su permanencia en el gobierno, en un gobierno de coalición con el PSE.

Alberto López Basaguren (Basauri, 1957)

Es catedrático de Derecho Constitucional de la UPV y miembro del Consejo Asesor del Euskera. Autor, entre otros trabajos de investigación, de El Ararteko publicará en breve el libro Las lenguas oficiales en las reformas estatutarias.

Estatuto: clarificar y negociar

Pregunta.¿Consideran que la reforma del Estatuto puede enmarcarse dentro de las prioridades del próximo Gobierno?

A.L.B. El sistema constitucional español tiene grandes problemas de funcionamiento, como lo tienen la inmensa mayoría de los sistemas políticos. Una fórmula como esta de tipo federal, tiene tensiones evidentes. Hay algunos problemas de desarrollo que habrá que ir clarificando y solucionando entre todos. En el constitucionalismo hay importantes sectores profundamente autonomistas que consideran que el Estatuto es una parte ineludible e importante para el país, y en su proyecto político una profunda autonomía es un elemento clave. Dicho esto, hay muchas cuestiones que el nacionalismo ha tenido la capacidad de vender de forma muy discutible reconociendo que existen problemas de funcionamiento en el Estado autonómico. En esos asuntos controvertidos, el nacionalismo ha sido capaz de asentar en la conciencia colectiva que lo que es una interpretación de parte se conviertiera en una interpretación indiscutible. Hay transferencias que no se han resuelto, pero ese incumplimiento se debe a diferentes interpretaciones que van con la letra del propia Estatuto.

D.I. Por ejemplo, en la competencia de investigación.

A.L.B. Pues en investigación, por ejemplo, había una seria discusión sobre el significado del título competencial contenido en el Estatuto y concretamente sobre qué significa "en coordinación" .

D.I. ¿Pero la palabra coordinación, puede permitir que una ministra (Cristina Garmendia) diga lo que dijo?

A.L.B. Lo que diga una ministra a mí no me vincula. Soy capaz de discrepar con una ministra o un ministro.

D.I. Una reforma estatutaria no se puede abordar con garantía de éxito si no se tiene una voluntad de que sea gestionada fundamentalmente por los dos grandes partidos que representan, además, las dos grandes tradiciones políticas el país. Y todos los intentos de legislaturas anteriores de hacerlo con pequeños partidos, pero sin entrar en eso que se ha llamado transversabilidad, están destinadas al fracaso.

A.L.B./b> Eso es incuestionable e importantísimo. Para establecer las reglas de juego tiene que haber profundos consensos cualitativamente amplios. Si no, por mal camino vamos.

D.I. Pero los sucesivos planes de Ibarretxe han tenido en su origen factores que tienen que ver, también, con una incapacidad profunda del Estado de hacer una reflexión propia acerca de su propia naturaleza.

A.L.B. Pero, si recordamos la historia y nos referimos a 1978, el sistema constitucional español, en gran medida, se ha entregado al nacionalismo vasco para que le resuelva el problema de la estabilidad en Euskadi, y el nacionalismo no lo ha resuelto.

La izquierda 'abertzale' fuera del tablero

Pregunta. Hay un factor nuevo en estas elecciones que va a cambiar el juego de las mayorías, incluso la propia investidura del candidato ganador, que es la ausencia de los radicales abertzales en el Parlamento. ¿Qué consecuencias políticas puede tener este nuevo hecho?

D.I. Me he manifestado en contra de la Ley de Partidos por cuestiones de principio y por cuestiones de oportunidad política. Creo que un Parlamento sin la izquierda abertzale -aunque haya hecho muchos méritos para no estar en él- es un Parlamento que no refleja la realidad del país y que nace con una rémora profunda que distorsiona en cierta medida el mapa político vasco.

A.L.B. En principio, no me gusta que haya opciones políticas que no puedan estar representadas, y por tanto el Parlamento no va a representar lo que es en realidad nuestra sociedad. Pero, al mismo tiempo, es absolutamente inédito que en un país democrático una fuerza política ampare la eliminación de una parte de las otras fuerzas políticas. En este sentido, creo que es una situación excepcional en toda la Europa democrática y por lo tanto pienso que la izquierda abertzale tiene que enfrentarse de una vez a una decisión vital: con ETA o sin ETA. Con ETA cuando elimina al adversario político, o sin ETA porque elimina al adversario político. Las reglas del juego democrático también llegan a eso. Por otro lado, sí va a afectar a la gobernabilidad de forma importante, porque en toda la estrategia política llevada a cabo por los gobiernos de Ibarretxe en estas legislaturas se ha jugado con un pivote parlamentario que era el de la representación de la izquierda abertzale y con el que no va a contar ahora.

D.I. Ahora el PNV puede jugar la baza de tratar de hacerse con el voto de la izquierda abertzale oficial esté en el Parlamento o no esté. Pero esto pondría de manifiesto no haber aprendido una lección que todo el mundo sabe, y es que los esfuerzos del PNV por hacerse con el voto del nacionalismo radical no tienen buenos resultados, pero sí tienen el gran precio de la pérdida de centralidad. Me da la impresión que el PNV, fundamentalmente, ha descartado esa operación, aunque puedan quedar efectivamente restos de una mentalidad que ya me parece antigua. Y por parte de la izquierda abertzale oficial no percibo ningún interés especial de que el lehendakari sea un nacionalista, más bien lo contrario. Es un elemento del tablero con el que no deberíamos jugar más.

A.L.B. Existe un hecho incuestionable, y es que la participación de los radicales abertzales en el Parlamento y en otras instituciones no ha provocado lo que se esperaba, o se deseaba. Es decir, su integración en la democracia y, sobre todo, el final de la violencia.

Daniel Innerarity (Bilbao, 1959)

Tras ser becario de la Fundación Alexander Humboldt, obtuvo la plaza de profesor titular de Filosofía en la Universidad de Zaragoza. En 2003 ganó el Premio Nacional de Literatura en la modalidad de ensayo. Entre sus últimos libros se cuentan Ética y hospitalidad o La transformación de la política.

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