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Tribuna
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Lo concreto

Buenos días. Los saludo y les cuento: me llamo Lolita, siempre quiero saber qué leen mis amigos y pido todo el tiempo libros prestados. Aunque desde hace un par de meses apenas busco nada nuevo. Porque en estos días vuelvo todo el rato a dos autores peruanos imprescindibles. E intercalo su lectura, casi por inercia, con otros textos en los que trato de concentrarme. Pero no hay modo. Ahora, cuando consigo un silencio acogedor, íntimo, releo las obras completas de César Vallejo y subrayo con compulsión La tentación del fracaso: los diarios absolutos de Julio Ramón Ribeyro. Busco en sus fechas las mías y marco nuestras coincidencias y sus pensamientos lúcidos y extremos con un lápiz plateado de mina gruesa y una mezcla de signos cargados de asombro y reverencia cuyos significados, asignados por mí misma, olvido.

Pero no importa: porque leo absorta, sin tratar de concluir nada. Como si por alguna razón que no comprendo, hubiera logrado acoplarme a un eco perpetuo y casi físico que construye sin detenerse algo muy, muy grande, que en estos días me parece absolutamente real.

Así: absolutamente real.

Dice Vallejo: "Quiero escribir, pero me sale espuma / Quiero decir muchísimo y me atollo" (Intensidad y altura). Y de nuevo habla de esta sensación encarnada en Piedra negra sobre una piedra blanca: "Me moriré en París con aguacero, un día del cual tengo ya el recuerdo". Como si sólo la escritura fuera capaz de atravesarlo todo. De pensarlo: "éste es mi brazo / que por su cuenta rehusó ser ala, / éstas son mis sagradas escrituras" (Epístola a los transeúntes).

Aunque hay quien lo cuenta distinto. Y en el prólogo de la edición de Alianza, Américo Ferrari habla del vacío y el absoluto. Y yo lo leo y tengo la impresión de que es cierto, que ha sabido explicar muchas cosas, que me interesa. Pero aun así: para mí ha sido un placer romper el prólogo para leerlo a trozos a medida que avanzo, una y otra vez, en los poemas de Vallejo editados cronológicamente. Como si la literatura fuera algo orgánico, de órgano, masticable:

algo cuerpo.

Y no obstante la sensación más precisa ante la poesía de Vallejo, la más directa, la más esencial, no la pienso yo ni la leo en el prólogo de Ferrari, sino que la encuentro en los diarios personales de Ribeyro. Cuando dice, hablando de sí mismo: "Pensaba en cosas terriblemente concretas".

Y así es como he construido puentes que se han solidificado, hasta convencerme de que la lectura combinada de estos dos libros es una comunión perfecta. Una roca literaria inquebrantable. Porque este Ribeyro tan íntimo, más allá de su narrativa y sus fundamentales Prosas apátridas, habla consigo mismo: se hace, a sí mismo, literatura. Y piensa la tristeza, el espacio, el tiempo, la movilidad, la impotencia del artista, su desfallecimiento, su entusiasmo y su derrota. Su miedo. Aunque en los momentos más lúcidos se rinda: "Todo lo aprendido se vuelve radicalmente inútil por el solo hecho de una invención", dice. Porque asume, como asume Vallejo, que es en vano resistirse a la escritura. Y que a pesar de que esta necesidad intensa y dolorosa de tratar de decir todo el rato "cosas inteligentes y de decirlas de la única manera como pueden ser dichas" se convierta en una necesidad que él entiende como el resultado de un fracaso, lo cierto es que sus diarios personales son una cátedra brillante, humilde y exacta de la encarnación literaria. Y una lectura obligada para todos los escritores. -

Lolita Bosch (Barcelona, 1970) es autora, entre otros libros, de Esto que ves es un rostro (Sexto Piso) y La familia de mi padre (Mondadori).

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