"Mi primer chasco en el juzgado fue el derroche de papel"
Rosa Maria Font elige para el almuerzo el café-pizzería SantMagí, donde acude casi cada día desde hace año y medio, cuando llegó destinada al Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 1 de Igualada. Fue la número uno de su promoción, la 57, y eso le permitió elegir destino. Hoy es una de las jueces más jóvenes de España, y representante de una generación de mujeres que ya es mayoría en la facultad. Tan identificada está con su trabajo que se instaló en esta ciudad del corazón de Cataluña, una gran comodidad durante los días de guardia. Son ocho consecutivos, se pagan a algo menos de 300 euros brutos y concluyen con una jornada de juicios. Y, al noveno, de vuelta al juzgado. "Es muy práctico vivir aquí, sobre todo cuando tienes que acudir al levantamiento de un cadáver de madrugada", explica. En poco más de un año le ha tocado certificar cuatro defunciones. "Todas en luna llena", apostilla.
La juez, de 29 años, representa la nueva mayoría de mujeres con toga
Font responde al perfil de juez sublevado estos meses hasta protagonizar la histórica huelga del día 18. Desde el primer día se implicó en un movimiento impulsado por las nuevas promociones a través del correo electrónico.
La elección del local para el almuerzo tiene que ver con la complicidad que ha tejido la juez con la propietaria, Anna, "hasta el punto de que ya sabe qué plato del menú vamos a tomar". El plural es porque acude a menudo con la secretaria judicial y con alguna de las otras jueces de Igualada. Son cinco, todas mujeres, un reflejo de esa abrumadora mayoría femenina (66%) que año tras año entra en la judicatura. Y todas sin hijos, porque la dedicación que requiere el juzgado les impide pensar en ello. "Nuestra profesión es probablemente de las pocas que no admite reducción de jornada", explica. Le gustaría ser madre en un año, pero con la ley actual se podría producir su ascenso forzoso a magistrada y ser destinada a la otra punta de España. "Y lo que no quiero es una familia dividida".
Su aspecto frágil y sus indisimulables 29 años explican que aún haya de oír incluso a los acusados dirigirse a ella como "señorita" en la sala de vistas. A los 10 años ya quería ser juez. "Las injusticias siempre me soliviantaron". Eso explica que al año y medio de licenciarse ya estuviera examinándose, tras 10 horas diarias de estudio. Suspendió el tercer examen, pero lo volvió a intentar al año siguiente y aprobó. El tiempo medio del opositor supera los cuatro años.
Sólo hace año y medio que imparte justicia, pero Font admite que ha perdido parte de aquella ilusión. "Me han robado la ilusión por la falta de interés que hay en que funcione la justicia", se lamenta. Y relata varios ejemplos. "Yo ya tenía un ordenador cuando era una niña y lo que más me sorprendió al llegar al juzgado es que casi 20 años después todavía se utilice tanto papel. Es intolerable que el sistema informático que utilizo no me permita saber si el detenido al que tomo declaración lo está buscando la juez de al lado". También recuerda que sigue trabajando las mismas horas que cuando opositaba y que apenas le queda tiempo para la vida privada.
El primer plato de lasaña se lo acaba frío y el bacalao gratinado va por el mismo camino por sus ganas de explicarse y su pasión por el vino tinto. Su señoría no tomó postre, "pero porque hoy no hay pastel de la casa".
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