Sobresalto

Los telediarios son suspiros muy dilatados, pero sincopados, insuficientes, sumarios del mundo, y por tanto crónicas incompletas de una realidad que nadie sería capaz de abarcar. Ves el telediario, y cuando acaba es como si aquello que viste se quedara en sombras.
Luego vienen las series (estupenda Águila Roja, en TVE-1) o los shows, y uno penetra en las sombras de otra realidad, y después viene el sueño, menos mal. Si no hubiera sueño la vida sería un desastre, o una pesadilla.
El fundador de este periódico, José Ortega Spottorno, decía que el fin del mundo ocurriría cuando todos los teléfonos se pusieran a comunicar al unísono. Algunas veces da la impresión de que eso ocurre, y de hecho casi ocurrió el 11-S y luego el 11-M.
Uno llama para el regocijo pero sobre todo llama para la tragedia. Si todos los días hubiera esa necesidad de llamar, la sensibilidad de la sorpresa terminaría atrofiada. Y si los telediarios duraran siempre la humanidad estaría (más) loca.
La tele sirve para que sepas qué pasó, pero es la fotografía la que fija la atmósfera del suceso. Por eso los periodistas amamos las fotos, porque permiten ver, detenidamente, el contexto.
Me hubiera gustado ver, fija, la foto de los que asistieron al homenaje a Fernando Buesa en Vitoria: ver a contrincantes unidos por una causa noble es una de las pasiones vitales que me queda. Pero lo vi en la tele; necesito la foto. Este periódico me dio por la mañana una foto que quise conservar: la de Esperanza Aguirre en conferencia con los suyos, en su Parlamento. Ahí pasa algo.
Si uno viniera de otro mundo y se encontrara esa foto sabría que hay una inquietud suprema, agotadora, en las filas de los que andan gesticulando. En la tele esa inquietud se mueve, parece otra cosa.
Cuando la gente está quieta sus rasgos se sobresaltan más, y eso es lo que desprende esa foto: sobresalto. En la tele parecían más felices porque gritaban, y el grito es vital. En la quietud se manifiesta más la inquietud, y ya digo, ahí, en esa foto, pasa algo. Hay sobresalto.
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