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Columna
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Tiempo, dinero y tintero

Como la economía está como está (que vaya usted a saber exactamente cómo está), la vieja fórmula de comprar tiempo -el que miden los relojes y no los barómetros- con dinero se está quedando obsoleta. Todo un sistema basado en esa transacción se está viniendo abajo y ahora tenemos que rascarnos los bolsillos para ver si las monedillas que llevamos encima dan para comprar un cuarto de hora o no nos llega ni para diez minutos. Debe de ser culpa de la aceleración de la Historia, una especulación espacio-temporal que ha disparado los precios en estos últimos años. La gente guarda el dinero en el calcetín y el tiempo lo congela en la nevera. A veces las cosas baratas salen caras y eso es lo que nos ha pasado con el tiempo. Algunas marcas de detergente aseguran que con una sola gotita del producto se pueden lavar todos los platos y cubiertos de una comilona, lo que significa un ahorro importante. El tiempo es biodegradable pero, salvo que caigamos en un agujero negro y entonces se vayan al garete todas las leyes de la física, no se estira como un chicle. Tenemos ya pocas posibilidades de ver tiempo envasado en las grandes superficies y muchas menos de conseguirlo a precios asequibles.

Parece que han pasado siglos desde el final de la era Fraga y que éstos son los candidatos de siempre

Esta escasez de tiempo en el mercado es la que nos provoca la sensación de que hay elecciones cada quince días: cuatro años de legislatura se van en un instante por el desagüe del fregadero. Así, parece que fue ayer cuando se celebraron las últimas elecciones en Galicia. Las campañas electorales, antes seguidas con paciencia y atención por los ciudadanos, ahora aparecen y desaparecen tan rápidamente como las cartas en un juego de prestidigitación. Por un extraño efecto, también tendemos a olvidar rápidamente cómo fueron las elecciones anteriores. Parece que han pasado siglos desde el final de la era Fraga y, al mismo tiempo, los tres candidatos -que también parecen los únicos- son ya de y para toda la vida. No es cierto, claro, pero esto parece un concurso como Pasapalabra. Aquí cada legislatura es una prueba contrarreloj, de esas donde cada concursante que resulta elegido para participar desconoce por dónde van las agujas del cronómetro, pero más o menos intuye el tiempo que queda para que se acabe el programa. Se pierden las elecciones cuando el presentador del concurso dice "¡tiempo!" y el gobierno concursante se queda con dos palmos de narices al comprobar lo mal que han distribuido los segundos, los minutos, los años.

Es bueno que haya un tiempo límite en las legislaturas, de la misma manera que es bueno que haya un límite de tiempo en un concurso. Si el participante tuviera toda la eternidad para descubrir esa palabra que tiene en la punta de la lengua, el programa no tendría maldita la gracia. Los deportistas de élite de fama mundial, procedan de donde procedan, hablan todos un inglés fluido y jamás dudan en las ruedas de prensa posteriores a las competiciones, tanto da si ganan, pierden o empatan. Lo que hacen es no perder el tiempo intentando aprender un idioma entero, sino que se quedan con los cuatro tópicos que cualquier deportista (o su manager) sabe que le van a preguntar. Si les preguntasen por -es un decir- la metafísica del ente abstracto se quedarían en blanco y los periodistas deportivos no volverían a reproducir sus no-declaraciones. El lenguaje existe porque existe en el tiempo y hace falta tiempo para aprenderlo. Los políticos -sean candidatos o concursantes- también tienen sus recursos. Es normal. Hay que ahorrar tiempo para explicar esos programas tan largos en un solo mitin. Evidentemente, el lenguaje de un deportista de élite es mucho más limitado: el político debe saberse los problemas de toda una sociedad o, en nuestro caso, de todo un país. Algo se van a dejar siempre en el tintero: unas veces por falta de tiempo y otras (la custodia compartida, las leyes de divorcio y violencia de género, por ejemplo) porque lo mejor es pasar a toda velocidad, como sobre brasas, porque el asunto quema y total para qué. Aunque no tengamos dinero para comprar su tiempo, estaría bien robarles el tintero para ver qué se han dejado ahí dentro.

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