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La campaña Elecciones 1-M
Columna
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¡Que viene el lobo!

Que a 10 días de las elecciones autonómicas, el PP -un partido zarandeado por una trama de corrupción que hace tambalear todo el edificio conservador, carente de proyecto e identidad política, sin sólidos liderazgos y ausente en Galicia de la mayoría de los centros de poder- amenace, aunque sea remotamente, la hegemonía de los partidos que hoy sustentan a la Xunta, merecería una profunda reflexión y, probablemente, una explícita rectificación por parte de las fuerzas gubernamentales.

Durante la legislatura que ahora termina con más incertidumbre de la esperada, el Gobierno gallego parece haber seguido al pie de la letra la recomendación de Maquiavelo, cuando advertía que quién se atreva a impulsar cambios se arriesga a concitar el rencor de los que salen perjudicados por la iniciativa, sin que tenga garantía alguna de obtener el agradecimiento de los que salen beneficiados. Quizá por esta razón, socialistas y nacionalistas no se han atrevido a introducir una verdadera ruptura, política y simbólica, con el pasado. Al contrario, en muchas ocasiones se han esforzado por transmitir a la sociedad y a los poderes tradicionales que, en lo esencial, todo seguiría igual.

La izquierda no puede asumir el "conmigo o contra mí" como su divisa política

Por eso no puede extrañar que entre los sectores más dinámicos de la sociedad, precisamente aquellos que con más entusiasmo habían recibido el mensaje del cambio, haya prosperado la decepción y, lo que es peor, la sospecha de que el Gobierno no sólo no tiene intención de desmantelar la onerosa herencia recibida del fraguismo, sino que está dispuesto a apoderarse de ella en su exclusivo beneficio. Por eso toda la campaña de las fuerzas que sostienen al Gobierno se ha visto reducida a la lucha contra la temida abstención.

¡Claro que hay que estimular la participación que fortalece la democracia! ¡Claro que hay que impulsar la participación que, como la experiencia demuestra y los estudios demoscópicos confirman, favorecen las tendencias progresistas y transformadoras! Ahora bien, no parece que la fórmula más aconsejable para lograr una alta participación ciudadana sea recurrir, como el pastor de la fábula, al consabido y desacreditado ¡que viene el lobo! De ahí a pedir que se vote con la nariz tapada, como recomendaba el inefable Giulio Andreotti, hay un solo paso, una fina línea que jamás deberíamos traspasar. Muy al contrario, conviene recordar la lamentable situación en que, como consecuencia de esa política, se encuentra Italia y sus instituciones democráticas.

Mucho más eficaz y, desde luego, más democrático es reconocer inteligentemente las insuficiencias y los errores cometidos en la acción de gobierno -algo que nada tiene que ver con la autoflagelación-, mostrar un verdadero propósito de enmienda, adquirir compromisos creíbles y ofrecer las garantías necesarias a un amplio sector progresista que se ha cansado de emitir su voto obligatoria e incondicionalmente para que luego nadie lo tenga en cuenta. En todo caso, cada día es más evidente que la izquierda no puede seguir acordándose de Santa Bárbara sólo cuando truena.

En definitiva, la izquierda no puede asumir el "conmigo o contra mí" como su divisa política, considerar la crítica como una concesión al adversario y cualquier discrepancia una traición. Al contrario, debe de escuchar esas voces y comprender que en una democracia avanzada todos los días surgen comentarios y reflexiones críticas que, lejos de constituir una irrefrenable tendencia a la introspección, son un sano juicio de autocrítica tendente a mejorar las condiciones sociales generales, mucho más eficaz que la fácil suposición gubernamental de que todo está bien.

Pero, claro está, una cosa es la necesidad de la más exigente crítica al poder y otra muy distinta es sustituir ésta, como hace el PP, por la descalificación política y moral del adversario, las campañas difamatorias o la mentira sistemática. Naturalmente, ante esa actitud ni el Gobierno ni los ciudadanos podemos claudicar.

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