Opinión
Esto de encaramarse a la columna y vocear unas cuantas opiniones tiene sus límites. Hay cosas fáciles de hacer. Hay otras que son imposibles. No cuesta nada, por ejemplo, hacer unos párrafos graciosillos sobre la vertiente educativa de la televisión. Basta con echar mano de la historia de Ausencia C. G., el pequeño empresario de la construcción que, hundido en la crisis y sin un duro, decidió abrirse a sí mismo una línea de crédito. Es decir, enfocó sus energías hacia el sector del atraco bancario. Tuvo poco éxito: además de acabar detenido, con el botín de sus fechorías (unos 60.000 euros en total) apenas pudo pagar unas cuantas deudas. Lo curioso fue que aprendió los trucos del oficio gracias a la televisión. El hombre cuenta que se fijó muchísimo en una miniserie sobre El Solitario y sus atracos, que Antena 3 emitió el año pasado, y que de ahí sacó un montón de informaciones útiles.
Con esto habríamos salido del paso. El problema, como suele ocurrir con el periodismo en general y con el opinionismo en particular, está en la realidad. En esos cadáveres de Lanzarote. Por un lado, no apetecen los chistes después de ver esas imágenes. Por otro, ¿qué decir? El periodismo cuenta con un recurso, aunque en casos así no lo utilice porque no sale rentable: investigar la vida de las víctimas y confeccionar un obituario, para salvarlas del anonimato y la indiferencia. La opinión no sirve de nada. La mía, al menos.
Una vez reconocida la incompetencia, permitan que intente compensarles por el tiempo perdido. ¿Quieren una opinión que sí resulta útil para afrontar lo incomprensible? Lean los Diarios de Sandor Marai. El exquisito escritor húngaro, exiliado en California, cuenta en ellos sus últimos años de vida, entre 1984 y 1989. Mueren su esposa, mueren sus hermanos y él, con casi 90 años, casi ciego, casi paralítico, reflexiona sobre el final inminente. Cavila sobre Dios, la nada, el dolor, la injusticia. Compra un revólver. En su última anotación afirma que se siente preparado. Para no sufrir la agonía de su esposa (las últimas palabras de ella fueron "qué lento es morir"), utiliza el arma contra sí mismo.
Ya ven, las cosas son así de terribles. Como los cadáveres de Lanzarote.
egonzalez@elpais.es
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