La segunda factura
A Mariano Rajoy le ha caído la segunda factura de Aznar. La primera fue la guerra de Irak que le impidió ganar las elecciones y le metió en una legislatura en la que el PP operó sin espacio para la cordura. La segunda llega ahora en forma de sospechosas tramas de corrupción, trabadas en los años felices en que la derecha creía que todo le estaba permitido.
Está demostrado que la especie humana no acumula y repite errores sin que las lecciones del pasado sirvan de nada. El PP ha reaccionado del mismo modo que el PSOE en los tiempos de Filesa o de los GAL: intentando tapar las malas noticias con el socorrido recurso a las teorías conspirativas. Poco importa poner de vuelta y media a las instituciones del Estado, ya sea el Poder Judicial o el Ejecutivo. A los responsables políticos, cuando se sienten acorralados, les tiene sin cuidado la reputación de las instituciones. Pero Rajoy debería haber aprendido de experiencias anteriores que si hay delito, si el dinero pasa por circuitos indebidos y sirve a intereses ilegítimos, se acaba sabiendo. Con la resistencia a afrontar el problema no sólo no se salva el honor sino que se pierde el prestigio. En vez de hacer limpieza y llegar hasta donde sea necesario en el interior de su partido, Rajoy -bajo la inspiración de la incombustible Rita Barberá- se fotografía en familia, en un entrañable retablo de cordiales enemigos, como si las acusaciones, por el hecho de cerrar filas, fueran menos graves.
Es cierto que Bermejo y Garzón -otros que parecen no haber aprendido del pasado- han aportado una baza que ha permitido a la derecha aliviar su situación por unas horas. ¿Cómo se les puede ocurrir al ministro y el juez irse juntos de cacería, con la que está cayendo? Transmiten, con este gesto, una sensación de impunidad especialmente grave. Ni los jueces ni los ministros están por encima del bien y del mal. Bermejo ha cometido un error político grave, que Zapatero debería tener en cuenta. Y Garzón, una ligereza que puede complicar absurdamente el discurrir judicial de este procedimiento. Y de ello sólo los responsables de la trama sacarán ventaja.
Se equivocará Rajoy, sin embargo, si ve en esta baza su salvación. Los delitos son delitos independientemente de que el juez tenga un patinazo. Y, por tanto, si hay trama delictiva la habrá en cualquier caso. Siempre ha sido de tontos despistar a la ciudadanía centrando la atención en el dedo, para que no se dé cuenta de que la luna está podrida.
Por lo demás, hay un principio que todo responsable debe conocer: el enemigo está en casa. No conozco, en 30 años de democracia, ni un sólo escándalo político en el que la garganta profunda no haya salido del propio partido afectado. Rajoy puede pretender que la opinión pública mire a otra parte. Pero debe saber, y si no lo sabe difícilmente podrá defenderse, que si las malas noticias abruman a su partido es porque hay en su interior una guerra sin cuartel con un objetivo claro: que no sea candidato a las próximas elecciones. Y sería absurdo que el PSOE promoviera esta movida porque difícilmente puede aspirar a tener mejor rival que Rajoy, que en plena crisis todavía no ha conseguido el sorpasso.
Como se ha dicho estos días, la fiesta se acabó. Los años del despilfarro y el dinero fácil han quedado atrás. Y esto también vale para los partidos políticos. Las tramas que merodeaban al PP y se enriquecían en su torno ven cómo el negocio declina, porque no hay dinero para seguir especulando con el suelo y continuar con la alegría de las recalificaciones y las promociones sin límite. Y cuando esto ocurre, las posibilidades de reparto se reducen y llega la hora de los cuchillos largos. Esto es lo que está ocurriendo en las proximidades del PP.
En fin, una vez más nos topamos con la sombra de la financiación de los partidos políticos. Son ellos los que tienen que regularla. Y no son capaces de hacerlo. En tiempos de restricciones para todos, darían buen ejemplo si acabaran con el despilfarro de las campañas y con el descontrol en el uso de sus recursos. Pero, por lo visto, el negocio es tan grande que bien merece la pena sufrir un escándalo de vez en cuando. O por lo menos esto es lo que los mortales podemos deducir a la vista del poco interés en resolverlo. Ya son muchos los líderes que han visto embrutecida su carrera por estos asuntos de dinero. Y, sin embargo, no les parece motivo suficiente para ponerse de acuerdo y acabar de una vez con esta lacra. ¿Por qué será? -
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