"Sólo me ofrecen papeles en los que hay que ser negro"
Menú del día en un bareto de mesas de formica para alguien que en su país era una celebridad. Pero el actor Donat Mbuyi, de 35 años, renunció a la fama cuando se vio obligado a dejar Kinshasa. Los platos de la República Democrática del Congo fueron sustituidos por cosas indescifrables y sólo las albóndigas -le encantan, pero hoy no las hay en el menú- le recuerdan algo de lo que comía allí. "Al principio no sabía qué pedir, tenía que señalar con el dedo".
El actor militaba en un partido opositor al régimen de Joseph Kabila cuando, en 2005, fue detenido y encarcelado. Meses después, "gracias a la ayuda de un carcelero y un sacerdote católico", logró escapar a Suráfrica. El vuelo que desde allí le llevaría a Londres hacía escala en Barajas y "mientras mis maletas continuaban viaje, yo me quedé en Madrid por un impulso". De eso hace ya tiempo, dos largos años en espera del estatuto de refugiado político, "que no acaba de llegar"; encadenando trabajos para sobrevivir. "He lavado coches y cargado materiales en una obra; he sido reponedor en Carrefour y en Mercamadrid. Luego fui durante un año vigilante nocturno en las obras de la M-30", cuenta.
El actor congoleño ha pedido asilo en España. Y, al menos, ha logrado actuar
En las vigilias soñaba con personajes en busca de un actor. Y los papeles le han salido al paso "por puro azar", dice, mientras señala con una indicación de cabeza al artífice de su rehabilitación como intérprete, o, como él le llama, "mi hermano blanco". Es el cineasta Luis García Ferreras, que basándose en su historia ha rodado el documental Donat busca un escenario, y asiste también al almuerzo. Donat recaba su complicidad de continuo, en especial cuando dice: "Volver a la interpretación, a mi oficio, ha sido volver a la vida".
"Soy el único de la compañía de teatro [de Kinshasa] que continúa siendo actor; mis compañeros también se exiliaron y todos han dejado el teatro", dice, orgulloso de resistir. Sin embargo, "aquí sólo me ofrecen papeles para los que hay que ser obligatoriamente negro". El cine, se lamenta, va a la zaga de la calle. "El cine y el teatro no reflejan la normalidad, siguen viéndonos como una excepción".
Ha hecho anuncios (rodó uno con Zinedine Zidane, "al cual estaba prohibido dirigirse"), muchos castings -incluido uno para rey Baltasar en un belén- y pequeños papeles (como el de Mortadelo y Filemón II) hasta llegar al protagonismo estelar del documental que recorre su experiencia del exilio. "El solo hecho de ser negro te quita oportunidades, por muy preparado que estés, y el documental pretende romper con eso".
Por las mañanas Donat trabaja en un almacén de materiales para la construcción, pero su jefe, comprensivo, le da permiso para ir a castings o rodajes. "Es un jefe muy bueno, pero el negocio acusa la crisis". Como la barra de Los Cachorros, un lugar muy querido para Donat. "Aquí celebré mi primer cumpleaños en España, y rodamos varias escenas del documental". El local, casa de comidas, de bocatas y raciones, ha sido estos años como un hogar para él.
En Congo su vida corre peligro: "No sé si hay futuro para mi país, porque no le importa a nadie. Pero yo temo por mi familia, no pienso en nada bueno". En Madrid recupera las riendas de su oficio mientras espera más papeles: para el teatro o para la vida, esos que le permitan ser legal "y traer a mi hija, de 8 años". Papeles, en fin, para poner a su odisea el cartel de un feliz the end.
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