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Columna
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Embusteros

Arturo Virosque, presidente de la Cámara de Comercio de Valencia, ha sido el hombre de la semana debido a sus explosivas declaraciones sobre los políticos, a quienes sin salvedades ni excepciones ha calificado de embusteros, con el consiguiente cabreo más o menos acentuado del gremio aludido. Pero el presidente cameral tiene la edad, el cuajo y el peculio suficientes para no andarse con restricciones mentales y decir lo que piensa cuando le place. Ya en su día -no tan lejano- postuló desplegar la Armada como remedio disuasorio contra el aluvión de pateras africanas. En este sentido es un animador del cotarro público, habida cuenta de lo melifluas y ambiguas que suelen ser por estos pagos las opiniones de los gobernantes y aspirantes al uso.

En esta ocasión concreta, además, es muy probable que el referido desahogo pudiera ser ratificado e incluso agravado de manera inmisericorde por el parecer del vecindario, pues tanto políticos como periodistas, por lo que nos concierne, considerados a granel, no gozan del mejor crédito social. Ya escribía el profesor Max Weber, el gran especialista en el comportamiento de estas dos faunas, que ambas son juzgadas por la conducta de sus miembros moralmente peores. Y resulta obvio que en tales condiciones, unos y otros salen -salimos- trasquilados. Sobre todo en unos tiempos, como los recientes, tan opulentos, en los que la venalidad y la incompetencia -póngase por el orden que guste- han causado estragos en la imagen de estos actores públicos. En descargo suyo, y por estricta justicia, quizá debamos recordar asimismo que a juicio de Ben Bradlee -la crema del periodismo USA- a estas profesiones se llega en buena parte empujado por el deseo de enderezar las cosas torcidas. O sea, por un imperativo ético del que algunos o muchos suelen desprenderse por el camino.

No hay pues, a nuestro entender, motivo de escándalo o compunción por que alguien haya proclamado que el rey va desnudo cuando casi todo el mundo lo está viendo en porra. Lo censurable es que en el aserto haya más destemplanza que imparcialidad, pues tratándose de un personaje tan calificado del olimpo económico y corporativo local -no se olvide que también es vicepresidente segundo de Bancaixa- alguna referencia crítica merecían los estamentos financiero y empresarial, por no mencionar el desguazado clan del ladrillo, como cooperadores necesarios de ese embuste fenomenal y universal que nos ha sumido en esta crisis embrollada por los diagnósticos y resistente a los tratamientos de choque que se ensayan. Una tesitura tan aciaga que cada día se nos antoja más evidente el papel de convidados de piedra o dontancredos que en este festín liberal les ha correspondido a los políticos de toda laya y latitud.

Como contrapunto a este episodio y para amenizar la grisura de la política valenciana que señalaba la profesora Adela Cortina en estas páginas, recomendamos la lectura de un texto publicitario que describe Valencia como una ciudad "donde los leones campan a sus anchas... las murallas medievales conviven con sus modernos edificios... y todas sus calles terminan en el mar". Solo falta añadir que los perros se atan con longanizas para redondear una trola que nos sonroja y nos autoriza a dudar del buen criterio de la alcaldesa Rita Barberá.

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