Nadal descubre al otro Nadal
Con golpes rocosos y una moral a prueba de todo, Verdasco lleva al límite al 'número uno', finalista tras el partido más largo en la historia del torneo
Bajo los focos que iluminan la noche, Fernando Verdasco, sus golpes de piedra y su martillear salvaje e inhumano. El madrileño pisa la pista central de Melbourne convertido en un tenista de una pieza y dispuesto a derribar al contrario. Rafa Nadal es ese hombre. El número uno del mundo. Es el manacorense quien sufre la voluntad de hierro de Verdasco, sus violentas derechas y la lluvia de 20 aces que encienden al público y logran que se estremezca. Ya ha muerto el silencio. Ya ha desaparecido la reverencial afonía que ha acompañado a los dos primeros sets, tremendos. Estalla la grada. Ruge Verdasco, que saca con bombas a más de 220 kilómetros por hora. Sufren los músculos y restallan en el aire los golpes de la pelea. Hay mandobles. Hay sartenazos. Hay derechas de cemento y un español dispuesto a dar el gran salto. Tras ganar por 6-7, 6-4, 7-6, 6-7 y 6-4 (¡tres de los cinco sets con muerte súbita!) el partido más largo de la historia del torneo (5h 14m, el sexto de la de los del Grand Slam), Nadal se enfrentará mañana (9.30, Cuatro) al suizo Roger Federer para intentar dar a España su primer título del Abierto de Australia y el primer grande en superficie dura en la categoría masculina.
Fue un duelo de espejos entre dos tenistas zurdos e inquebrantables
"Increíble", dice nada más acabar el partido el sueco Mats Wilander, ganador de siete grandes, con los ojos desorbitados. "Sabía que Verdasco tenía talento, pero no tanto", le apostilla Rod Laver, el gran australiano. "Nadal es el número uno", se resigna, sonriente, José Verdasco, el padre de un tenista que ayer proclamó su amor por los grandes escenarios. Verdasco, lanzado por su victoria con España en la Copa Davis de 2008 en la caldera de Argentina, transformado en una roca mental, como Nadal, aguantó lo imposible. De 20 posibilidades de break a favor del mallorquín, sólo cedió cuatro. Por dos veces le devolvió las roturas en la tercera manga. Ganó dos de los tres desempates disputados. Y en la última manga, cuando ya el partido superaba las cinco horas, se enfrentó con éxito a la tensión de defender cinco bolas de rotura. Tremendo. Fantástico. Impensable hace unos meses para Verdasco, que sólo manchó su impecable hoja de servicios cuando ya el partido moría lejos de sus brazos: cometió dos dobles faltas en el juego que lo decidió. Hasta entonces, bajo el sofocante calor, fue un duelo de espejos entre dos tenistas como dos reflejos: zurdos, inquebrantables, de fuertes golpes y con la moral a prueba de todo. Nadal descubrió a su clon, al otro Nadal.
Antes del duelo, antes de que el madrileño levantara al público -"¡vamos, Fernando!"- y de que sus amigos gritaran desde su palco, la preparación del encuentro. A las once de la mañana, Nadal hacía bicicleta en el gimnasio de su hotel. Buscaba "activarse". Luego, a las cinco menos cuarto de la tarde, se enfrentó al viento hirviente y los 44 grados entrenándose bajo el sol como si fuera un legionario. Nada fue casualidad en su práctica como nada hubo de imprevisión en la de Verdasco. Por supuesto, no el compañero: el número uno se entrenó con el brasileño Gabriel Díaz, zurdo como el madrileño. Llegó entonces el cruce en el vestuario. Nadal, dando brincos; Nadal, dando saltos. Verdasco, reconcentrado. El público, cargado de cervezas. Y la batalla, a un paso.
El debate arrancó envuelto en un silencio de cementerio. Se oían las zapatillas de Verdasco resbalando. Se escuchaba a Nadal buscando el consejo de su tío Toni. Se oía todo eso hasta que una ola eléctrica sacudió al estadio. Todo empezó con un trallazo, otro más, de Verdasco. Desde ahí hasta el final, el partidazo: "¡Que viva España!", gritaba el gentío. "¡Ándale, ándale!", decía algún confundido. Y andaba tanto la bola que parecía un balín perdido. Y corrían tanto los dos españoles que el público se estremecía. Y pegaban tantos palos, tanto era el gasto de energía, que el fisioterapeuta tuvo que atender en dos ocasiones a Verdasco. La noche ya era cerrada. Tocaba la una de la madrugada. Cuando el partido parecía eterno, el número uno, llevado al límite, acabó de romperlo.
Mañana hay final en Melbourne. Nadal la jugará contra Federer (es la séptima entre ambos en un torneo del Grand Slam: antes, tres en Roland Garros y tres en Wimbledon) como podría haberla jugado Verdasco, el otro Nadal.
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