La tanagra tiembla

Este trabajo sólo tiene nueve años. No ha envejecido. Se impone su código y su empaque, su estructura y su estética. Se trata de regresar a los tiempos del apogeo del uso del desnudo integral (la bailarina aparece en el centro de un cuadrilátero, casi de boxeo con ella misma) con dos tubos de neón verticales en los ángulos. Es un trabajo honesto, muy pensado, a medio camino entre la instalación y la performance, aunque se impone la cultura de la danza.

Ella nace vital en el eje del filme precedente, lo reproduce en parte, lo recrea con su físico potente y prieto que castiga para desvelar la esencia de la tanagra, del mito. En rigor, la pieza es introspectiva y expansiva a la vez. Va de lo básico (el battement tendu, por ejemplo) hacia la síntesis descarnada. Su mirada es retadora, pero en conjunto, en la singular artista habita un ser que respira ternura, cierta indefensión y una voluntad de imponerse en un juego físico que a veces es geométrico y otras parece mecido por los vientos de la anarquía coréutica. Transmite cierta atemporalidad, la que ha conseguido madurando casi una década una idea, unas frases, unos materiales que son su arte vivo, su instinto. Buen comienzo.