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Crítica:LIBROS | Ensayo
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Encuentros en la cima

Las cosas difícilmente podrían empeorar con un parlamento en la cumbre", justificaba Winston Churchill en febrero de 1950 para reclamar conversaciones con la Unión Soviética durante aquellos días oscuros de la guerra fría. Las sucesivas expediciones que por aquel entonces ambicionaban coronar el Everest quizá le inspiraran a la hora de acuñar un término, la cumbre política, que hoy forma parte de nuestro vocabulario habitual. Edmund Hillary lograba alcanzar la cima más alta del mundo tres meses después de aquella sentencia de Churchill. El objetivo de la distensión implicó un camino más tortuoso, flanqueado de muchos encuentros y mayores desencuentros.

Desde la desesperada decisión de Neville Chamberlain de encarar a Hitler (Múnich, 1938) en el fútil intento de evitar otra guerra europea hasta el primer apretón de manos entre Reagan y Gorbachov (Ginebra, 1985), que escenificó el principio del fin de la guerra fría, el historiador inglés David Reynolds ha reconstruido en su libro Cumbres (Ariel) un minucioso relato de las seis reuniones entre líderes que marcaron el siglo XX. Citas al más alto nivel cuyo desenlace podía afectar a millones de personas, como el desastroso encuentro de Kennedy y Jruschov (Viena, 1961) que acabó precipitando la crisis de los misiles de Cuba. O que permitieron, en el caso del cara a cara Nixon-Bréznev (Moscú, 1972), anunciar que la coexistencia de las dos superpotencias era posible. También de cómo los protagonistas jugaban sus fichas (Stalin se reveló como un astuto negociador en Yalta, 1945) u obviaron los consejos de sus asesores en pro de unas convicciones personales a veces tremendamente paradójicas: Ronald Reagan era un halcón de inflexible retórica, "pero su faceta, poco divulgada, de apasionado opositor a las armas nucleares condicionó favorablemente su primer encuentro con Gorbachov", según sostiene Reynolds, profesor de Historia Internacional en Cambridge.

Cumbres

David Reynolds.

Traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla. Ariel.

Barcelona, 2008.

544 páginas. 32,90 euros.

Aunque la práctica de celebrar negociaciones entre dirigentes es tan antigua como la diplomacia, las cumbres políticas florecieron en el siglo pasado: "El nacimiento del transporte aéreo las hizo posibles; el desarrollo de las armas de destrucción masiva, necesarias, y los medios de comunicación las convirtieron en noticias accesibles", resume el autor. Chamberlain no había subido nunca a un avión cuando asumió la iniciativa de volar a Alemania para reunirse con el dirigente nazi en plena crisis de los Sudetes, que avalaba sus ansias expansionistas. El juicio de la historia ha sido implacable con el entonces primer ministro británico, quien protagonizara hasta tres citas con Hitler "en el momento menos adecuado, sin ninguna preparación y capacidad nula para demostrar firmeza" frente al dictador. Reynolds, no obstante, reconoce la valentía de aquel gesto, "la idea dramática de verse cara a cara con Hitler", y concede a Chamberlain el crédito "de inventar la cumbre moderna".

Una vía -el líder que toma las riendas de la diplomacia- explotada por Churchill hasta el punto de convertirla casi en rutina. Utilizó sus viajes a EE UU para cimentar la "relación especial" entre las dos orillas del Atlántico, y durante la guerra llegó a volar 170.000 kilómetros, una singladura cuyo destino más crucial tuvo su escenario a orillas del mar Negro. Stalin jugaba en terreno propio en Yalta (Crimea) y las delegaciones que acompañaban a Churchill y Roosevelt tuvieron que lidiar no sólo con las chinches que infestaban las precarias instalaciones, sino también con los micrófonos. Si bien aquella cumbre que dibujó las fronteras de la Europa de la posguerra no hizo sino refrendar las posiciones ya afianzadas por el Ejército Rojo, el historiador inglés subraya que "irónicamente, el mismo Churchill que se había mantenido firme frente a Hitler, acabó por minusvalorar a Stalin", víctima del exceso de confianza en su poder de convicción.

Cumbres analiza también las personalidades de sus protagonistas, la percepción del rival y las tremendas presiones a las que se veían sometidos, en algunos casos también de naturaleza física. Roosevelt estaba gravemente enfermo cuando llegó a Yalta. El Kennedy que compareció en Ginebra para medirse con Jruschov sufría constantes dolores de espalda. El sofisticado presidente americano y el rudo y belicoso líder soviético se aborrecieron desde el primer momento, en contraste con la química inmediata entre Reagan y Gorbachov. El retrato de Richard Nixon nos describe a un personaje complejo y paranoico. Dos hitos de su política exterior, la apertura a China y la primera visita de un presidente estadounidense a Moscú como huésped de Bréznev, fueron fraguados a espaldas de su Administración. "A corto plazo sus maniobras y métodos oscuros consiguieron importantes éxitos diplomáticos, pero a nivel interno acabaron minando a su propio Gobierno", sentencia Reynolds en alusión al caso Watergate.

Llevado por un punto de mesianismo, Jimmy Carter comprometió su capital político encerrando durante casi dos semanas a Menájem Beguin y Anuar el Sadat en Camp David (1978). El desarrollo de aquellas negociaciones -que resultaron en la firma de un tratado de paz entre Israel y Egipto- fue impermeable al resto del mundo, para desespero de centenares de periodistas. Un coto a los medios inimaginable en plena era de las telecomunicaciones, que también es la de la imagen. Las cumbres de hoy ejercen de pantalla de los líderes y suelen presentar un formato institucionalizado que las despoja de aquella mítica. Las nuevas tecnologías permiten, además, a los dirigentes y sus equipos una comunicación instantánea y continua sin que medie la necesidad de desplazarse. Pero el recurso al contacto personal directo entre estadistas no ha desaparecido y sigue siendo "capaz de dar forma al curso de la historia", concluye Reynolds, poniendo como ejemplo más llamativo la relación entre Tony Blair y George Bush. "Posiblemente, el conflicto de Irak surgió del uso y abuso que hizo el primer ministro británico de la diplomacia de las cumbres", sentencia al caracterizar a Blair como el nuevo Chamberlain. Este último se amilanó ante Hitler cuando intentaba evitar una guerra. El gobernante laborista contribuyó a orquestar otra plegándose a los postulados del amigo americano. -

David Reynolds. Cumbres. Traducción de Isabel Ferrer y Carlos Milla. Ariel. Barcelona, 2008. 544 páginas. 32,90 euros.

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