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Reportaje:DIOSES Y MONSTRUOS

Repaso subjetivo de cine perdurable

Carlos Boyero

En los inevitables y rituales listados en los que te preguntan por tus películas favoritas del año, a veces existen recuerdos venturos, rápidos y nada dubitativos sobre tus inquebrantables preferencias, sobre un cine que te ha tocado el alma, que sabes que van a seguir contigo en el curso del tiempo. En otras lacerantes ocasiones te quedas en blanco o tienes que recurrir a que algún cinéfilo con memoria enciclopédica te refresque la tuya. Lógicamente, existen cosechas prodigiosas, aceptables, regulares, malas y malísimas. Esplendores, plenitud, crisis prolongadas y sequías alarmantes.

Repasando lo que se estrenó en este país en el por tantas razones amenazador 2008 (lo cual excluye por retrasos a los que te cuesta encontrarles la lógica incluir las excelentes La clase, Palma de Oro del último Festival de Cannes, y The wrestler, indiscutible León de Oro en el último y lamentable Festival de Venecia), descubro que no existe demasiado material para colocarlo en el altar, pero que existen bastantes títulos más que gratos. Como siempre, hablo en primera persona, atendiendo exclusivamente a mis caprichosos gustos, sin pretender verdades absolutas e incluso relativas, sin absurdos criterios de objetividad.

La secuencia de 'En el valle de Elah' en la que los desolados padres abandonan el tanatorio después de ver el cadáver de su hijo es el momento que más me ha removido

Como siempre, mi subconsciente y mi consciente siguen felizmente colonizados por el cine norteamericano. Abrumadoramente, con causa. A esa nacionalidad pertenece el terrible y sombrío retrato de la codicia que hace el tan anciano como lúcido Sidney Lumet en Antes que el diablo sepa que has muerto, antología de miserias profundamente humanas, un mundo oscuro y fatalista centrado en una familia cuya degradación moral acabará devorándolos. La familia Savage también habla de la relación entre dos hermanos acostumbrados a perder y un padre senil que alguna vez se comportó como un miserable. Pero a diferencia del infierno que describe Lumet, a esta fraternal pareja de supervivientes, de gente cotidianamente perdida o resignada a su infelicidad, puedes no sólo comprenderles y compadecerles sino también llegar a quererles, a desear que encuentren un refugio estable.

Y una familia rota, con la que se ha ensañado la muerte accidental o violenta, es la inconsolable protagonista de la tan dura como conmovedora En el valle de Elah. Escrita y dirigida ejemplarmente por Paul Haggis, le ofrece al machacado rostro y la magnética presencia del admirable Tommy Lee Jones ofrecer un recital de sensaciones internas en la composición de un hombre roto que investiga la muerte de su hijo, un soldado que acaba de regresar de la guerra de Irak, y que acabará empapado de horror al descubrir que nada es lo que parece, que la guerra engendra monstruos en aquellos seres cercanos a los que intentaste educar transmitiéndoles el sentido de la dignidad, inculcándoles los valores en los que tú creías. La secuencia en la que los desolados padres abandonan el tanatorio después de ver el cadáver de su hijo es el momento que más me ha removido y emocionado en el cine de este año.

Descubro que la obsesionante temática de la familia, de su catarsis o de su destrucción, está presente en la mayoría de las películas que más me han perturbado. La que muestra James Gray en la negra y magnífica La noche es nuestra pertenece a dos generaciones de policías. Retrata el trágico dilema de un hijo pródigo que huyó del autoritarismo y de la moral ortodoxa al tener que elegir en un escenario de venganza y muerte entre su familia genética y la que hubiera deseado tener, la elegida, la que gozosamente le adoptó.

Que el western, ese género al que debemos tanto éxtasis, lleva mucho tiempo con complejo de apestado en las decisiones de las productoras o que el público no reclama su oferta es lamentablemente cierto, aunque Eastwood demostrara hace quince años con Sin perdón que las obras maestras seguían teniendo su hueco en él. Ed Harris, ese actor modélico, vuelve a demostrar que también es un director con personalidad en la original y muy inteligente Appaloosa, que el universo de caballos y duelos, espacios abiertos y conversaciones nocturnas alrededor de la hoguera, códigos de amistad y villanos de altura, mujeres problemáticas y gente sin estrella, sigue teniendo vida propia.

Y no siendo fan incondicional del cine de Won Kar Wai, me fascina el trasplante de sus obsesiones, de encuentros y desencuentros amorosos, de su inconfundible y poderosa estética que ha realizado al cine norteamericano en My blueberry nights. Siempre esperas lo máximo del cine de Eastwood. En El intercambio tal vez no ande en absoluto estado de gracia, pero, aun así, es un drama muy bien contado, una creíble y emotiva oda a la resistencia moral de una mujer rota cuyo hijo ha desaparecido, su enfrentamiento con todo tipo de poderes para llegar a la pavorosa verdad. Y es de agradecer la respetuosa e intensa adaptación del hipnótico y trágico mundo de Cormac McCarthy que hacen los hermanos Coen en No es país para viejos.

¿Y qué me ha sobresaltado en el cine europeo, qué me ha hecho salir de la proyección con imágenes y sonidos incrustados duraderamente en el recuerdo? La escalofriante descripción de la Rumania de Ceausescu que hace el director Cristian Mungiu en Cuatro meses, tres semanas, dos días. La historia de una chica que pretende abortar clandestinamente y ayudada por una amiga se convierte en una pesadilla que refleja el terrorífico estado de las cosas en una realidad asfixiante y deprimente. Igualmente me conmueve, aunque por distintas razones, la mezcla de tragicomedia, cine negro, surrealismo y toque lírico que imprime el director inglés Martin McDonagh a la magnífica Escondidos en Brujas, película que sospecho que no ha visto ni el gato y que para mí ya figura en ese museo de enunciado tan enfático llamado cine de culto. Lo más emocionante que me ha regalado el cine francés es esa admirable pintura de la lucha por la supervivencia de una mujer que acaba de salir de la cárcel titulada Hace mucho que te quiero, y lo más inquietante el documental de Barbet Schroeder sobre Jacques Vergés, El abogado del terror.

El agonizante cine italiano vuelve a resucitar (ojalá que no sea un espejismo) con Caos calmo, Gomorra, Il divo y Romanzo criminale. ¿Y el español? No sabe, no contesta. Aunque lo he pasado necesariamente mal con Camino, reconozco el poderío visual de Los crímenes de Oxford, y encuentro veraz e intrigante el universo masculino y gansteril de Sólo quiero caminar. Se me olvidaba reseñar momentos muy divertidos de Vicky Cristina Barcelona y el creíble realismo de Che, el Argentino. Las han parido Woody Allen y Steven Soderbergh, pero según los datos oficiales e incontestables del Ministerio de Cultura, son cine español. Pues eso, que felicitaciones por tan próspero mestizaje.

Las actrices Elsa Zylberstein (izquierda) y Kristin Scott Thomas, en <i>Hace mucho que te quiero,</i> del francés Philippe Claudel.
Las actrices Elsa Zylberstein (izquierda) y Kristin Scott Thomas, en Hace mucho que te quiero, del francés Philippe Claudel.

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