La tele
Se habla de manera imprecisa pero persistente sobre la necesidad de mejorar la calidad de los programas de nuestras televisiones, especialmente las que tienen que asumir la responsabilidad de ser un instrumento -y, por lo tanto, un gasto- público. No soy demasiado optimista tal como van las cosas. No creo que seamos capaces de refundar inmediatamente una tele de calidad beligerante como instrumento educativo y comunicativo. Está fuera de la capacidad política ambiente, de los recursos económicos y, quizá, de las posibilidades del propio medio, absorbido en su mismo populismo. Me conformaría, de momento, con que se mejorasen las apariencias más inmediatas, sencillas, las que no requieren decisiones inteligentes y arriesgadas ni muchos gastos, sino, simplemente, un poco de discreción y buen gusto.
No creo que seamos capaces de refundar en breve una televisión de calidad como instrumento educativo y comunicativo
Por ejemplo, la limitación y precisión de la charlatanería meteorológica. No soy ni muy persistente ni muy continuo como audiencia televisiva, pero cada vez que me presto a sus espectáculos -en cualquier canal, cualquier día y a todas horas- me encuentro a bocajarro la acaramelada previsión del tiempo, repitiendo siempre el mismo modelo: anécdotas locales, síntesis gráficas incomprensibles o banales, vulgarizaciones repetidas sin ninguna explicación científica de carácter general. Y con informaciones que no pasan de un radio restringido, como si entre la audiencia no hubiera nadie interesado en la previsión del tiempo en California, el casquete polar, Roma o Pekín, apasionados, en cambio, por el ocaso de Vilanova o la tormenta de Olot.
Otro fenómeno inexplicable -sencillo pero exultante- es la pésima calidad de las decoraciones de los platós habituales. No me refiero a la ambientación de series o episodios narrativos -que también merecerían una crítica especial-, sino al entorno ornamental creado para los noticiarios, las entrevistas, los debates, las tertulias, las informaciones literarias o deportivas. Alrededor de los locutores y los personajes entrevistados se acumula una inmensidad de basura disfrazada con los alardes de una modernidad anticuada y cursi. Es incomprensible que un país que presume de promover el diseño se presente en la tele con esos adefesios que ridiculizan la domesticidad burguesa con el vómito carnavalesco del cabaret. ¿No es posible acudir a interioristas o escenógrafos de acreditada discreción? Para ello no hacen falta grandes decisiones refundadoras, a menos que tengamos que reconocer que, en general, el diseño y el interiorismo han caído tan bajo que ya no podemos invocarlos.
Criticar el abuso publicitario de la tele es fácil y, por lo tanto, recurrente: menos anuncios y más alimento informativo, formativo o divertido. Pero si ese alimento sigue siendo tan escasamente condimentado, quizá no convenga ampliarlo a expensas de la publicidad, que, por lo menos, es visualmente más reconfortante con centelleos de buen gusto y de generosidad comunicativa, porque los modernos publicistas se han empeñado en no explicar con precisión el objeto anunciado, con lo cual los spots pierden su papel consumista y son sólo esfuerzos de plasticidad abstracta. En cambio, los anuncios que realmente molestan son los de la propia cadena. Los minutos que se pierden anunciando repetidamente los diversos logos del canal cuando ya se está en él o preparando con filigranas gráficas de abundante chabacanería la retransmisión del partido de fútbol o del noticiario son realmente exasperantes.
Es más difícil corregir profundamente los contenidos sin adoptar transformaciones sustanciales, esas que se prometen pero no se consiguen. Reduciéndolo a sectores relativamente más fáciles, podríamos mencionar, no obstante, la falta de textos de opinión junto a los noticiarios, siempre tan escuetos y oportunistas. Seguramente, hoy día, la supervivencia de los periódicos a pesar de la competencia televisiva, se apoya, en parte, en los textos editoriales y los artículos de opinión sobre la actualidad. Si la tele quiere avanzar en esta competencia tendría que atender cuidadosamente esa posibilidad. No puede ser que la opinión y el comentario se limiten a las entrevistas y las tertulias que, como sabemos, huyen fácilmente del compromiso personal y colectivo. Hace falta que en la tele hablen profesionales, explicando las bases conceptuales y ambientales en que se han producido las noticias, sobre todo ahora que se han establecido tantas duplicidades para ofrecer noticias continuas las 24 horas del día y de la noche. La monotonía de la pareja de turno se alteraría positivamente con lecturas de algunos textos críticos de actualidad y se reduciría la peligrosa expansión de falsas entrevistas como las deplorables escenas de algún deportista obligado a explicar cada semana qué sentimientos le invadían cuando marcaba el gol. Prohibir hablar improvisadamente a algún deportista cuando no tiene nada que decir, sería también una buena medida.
Podríamos completar una lista de sugerencias para mejoras fáciles y baratas de la tele, pero no me veo capaz, por falta de conocimiento y por falta de adhesión al público habitual. Es posible que al público lo que más le apetezca sea aquella falsa meteorología, los decorados despampanantes de cartón con purpurina, las entrevistas al sudoroso futbolista y las noticias sin comentarios ni generalidades. Pero si es así -y hay que adecuarse a ello- nos podemos preguntar si vale la pena hablar de la tele como un instrumento de eficacia social, pagado con dinero público.
Oriol Bohigas es arquitecto.
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