La excepción italiana
Del duelo del Camp Nou sólo el Barça salió fortalecido, pese a que el Madrid apelara a métodos que ya no prevalecen en el fútbol español - Valencia y Sevilla, a ocho puntos del líder; el Villarreal, a nueve
En el fútbol español no todo vale hasta que todo vale porque alguno de los dos grandes maquilla el sacrilegio de turno. El escrutinio no es lo mismo. Si no se es el Barça o el Madrid, la causa está perdida, no hay redención. Si se trata de las dos superpotencias, la absolución es posible, el bipartidismo se extrema y los mensajes de uno y otro bando, por antagónicos y necesarios, acaban por justificarse unos a otros, no importa cuál sea el credo unánimemente aceptado hasta entonces. Para los grandes siempre hay excusas, siempre encuentran en sus entrañas algún abogado. A ello se ha agarrado el Barça en multitud de ocasiones desde sus oscuros tiempos del victimismo centralista. También el Madrid, que pasa de deslizar una marciana conspiración arbitral en su contra a masajear su orgullo tras una faena en el Camp Nou propia del calcio, en el que cualquiera de sus escuadras habría premeditado patear con saña a Messi. Cuando lo propuso el Getafe, por boca de su portavoz de entonces, Bernd Schuster, contrariado por una maradoniana jugada de La Pulga, el fútbol ilustrado atizó la hoguera contra el alemán. Igual que tras el castigo que recibió Guti en el derby contra el Atlético de 2006 y tras aquel episodio en los inicios madridistas de Zidane en el que el francés fue apalizado por Albelda, que impuso su matonismo. Las denuncias de entonces y las retrospectivas de Gentile fueron justificadas. El fútbol español parecía haberse vacunado contra cualquier brote de italianización. Hasta la caza a Messi del sábado y los cepos plantados por Juande Ramos en su intento por contener al Barça, desde las persecuciones individuales hasta las pérdidas de tiempo. El fútbol español iba por otros derroteros, por más que ahora un sector del madridismo pretenda una revisión en favor de un club cuya jerarquía, al igual que la del Barça, le obliga más por su efecto mimético. En el Camp Nou, por la higiene del fútbol español, el Madrid sólo pudo ser una excepción justificada por sus penurias de los últimos meses.
Al Barça del precruyffismo le bastaba con tumbar al Madrid para encontrar todo tipo de consuelo, deportivo o político, lo mismo daba. En Chamartín, esa obsesión se tomaba como una impagable seña de respeto, de expreso reconocimiento a la mayor graduación del rival. El sábado, en el Camp Nou, el mezquino planteamiento del Madrid surtió el mismo efecto en el Barça. El equipo de Pep Guardiola se sintió admirado por un rival que, por mucho que evitara ser goleado, se despidió de Barcelona a 12 puntos de un líder, un trecho mucho menor del que les separa por su dispar sentido cosmético del juego. El plan de salvación de Juande Ramos no tuvo resultados, lo único que buscaba. Sin el marcador de su lado, el Madrid se quedó al desnudo. Se había puesto el listón muy bajo y claudicó con orgullo, pero sin grandeza. Lejos del retrovisor azulgrana, ahora tendrá que inventarse un plan b, si es que alguien lo tiene en la institución. Ya no valdrá el guión del Camp Nou. El termómetro será muy diferente. Frente a otros rivales nada podrá esgrimir. Habrá que ver si mantiene las mismas señales competitivas cuando sus futbolistas tengan que jugar dos partidos, no sólo el defensivo; cuando tengan que medirse a adversarios menos rutilantes y cuando no sólo baste lo grueso, sino que sea necesario el trazo fino. Del Camp Nou sólo el Barça salió reforzado. El Madrid buscó el atajo más feo, impropio de su heráldica. Y de nada le sirvió. Hoy está peor de lo que estaba.
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