Schuster sale rebotado
El golpe de efecto que, según Schuster, necesitaba el Madrid, ¿era su propio cese? Así ha debido de entenderlo el presidente, Ramón Calderón, que ayer lo sustituyó por Juande Ramos.
Bernd Schuster fue un jugador de época, extraordinario. Desde muy joven, sin embargo, hubo dudas sobre si su peculiar carácter era el de alguien con personalidad, que no se achantaba ante los mandamases, o el de un borde caprichoso. El debate no se ha cerrado todavía, porque tal vez sea las dos cosas.
A los 20 años era la figura de la selección alemana, pero a los 23 renunció a seguir en ella por un rebote; cogió otro al ser sustituido en la final de la Copa de Europa de 1986 (que perdería el Barça frente al Steaua), y se marchó al hotel sin esperar a que finalizase el encuentro. Cuando jugaba en el Madrid se negó a ir a una gira del equipo por Estados Unidos si no le acompañaba su mujer.
Ese carácter enérgico (¿o caprichoso?) lo traspasó a su condición de entrenador al cambiar de profesión.
Brilló en el Xerez, en una primera vuelta asombrosa en el Levante (luego estropeada) y en el Getafe antes de que Calderón se lo llevase al Madrid, al que hizo campeón en un final de Liga en el que se estableció una relación de vasos comunicantes con el Barça: los blancos renacían en la misma medida en que se hundían los azulgrana.
Este curso lo ha vivido bajo la sombra del éxito de Guardiola, alguien que siempre ha reconocido a Schuster como su ídolo. Cuanto más maravillaba el Barça, más avanzaba el bávaro hacia el desastre con declaraciones y actitudes antipáticas o incompresibles: durante todo el descanso del partido de Copa en el que el Real Unión de Irún eliminaría a su equipo, se mantuvo en un tenaz silencio.
Ha cultivado esa imagen de distancia ofendida hasta culminar con su declaración de que era imposible ganar al Barcelona, su próximo rival. Si lo hubiera dicho de cualquier otro, se habría tomado por táctica psicológica, pero tratándose del enemigo secular, proporcionó a un Calderón en dificultades el pretexto que necesitaba para destituirle: el Madrid no paga a oficiales que capitulan antes de saltar al campo; y el contraste con la actitud del capitán Raúl eliminó cualquier posible duda.
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