Por ahora, no duermo en el suelo
Mi trabajo para EL PAÍS acaba de complicarse. Es fácil escribir sobre la NBA desde Estados Unidos. Como ya he señalado antes, la información deportiva es omnipresente en mi país natal. Pero ya no estoy en mi país natal. Estoy en el vuestro.
(Me refiero a la mayoría al decir esto. Estoy seguro de que algún puertorriqueño que viva en Cádiz y lea esto se dirá para sus adentros: "Menudo idiota este americano, yo no soy español").
La semana pasada firmé un contrato de un mes con el Unicaja de Málaga, de la ACB. Ha sido una locura. Pasé el día de Acción de Gracias en casa y luego cogí un avión a Madrid para unirme al equipo y tratar de vencer al Estudiantes. Acto seguido, un viaje en tren hasta Málaga. Un día y medio allí y luego para Francia para un partido de la Euroliga. Mientras tanto, los restos del pavo que mi madre había cocinado acaban de terminar su periplo hasta el intestino delgado.
(Nota: no puedo creer que España no haya adoptado el día de Acción de Gracias como fiesta nacional. Ya sé que la idea fue nuestra, pero parece perfecta para los españoles. Seamos sinceros: os encantan las fiestas. Y hay pocos requisitos: principalmente, comer y descansar. Es como la típica tarde de domingo española multiplicada por 1,5. Salvo que cae en jueves y no hay que ir a trabajar el viernes. Reconocedme como el iniciador del movimiento y la fiesta de más es toda vuestra.)
Puesto que es una tarea imposible, esta semana no voy a escribir sobre la NBA. En vez de eso, voy a escribir sobre el Unicaja. Procuraré no convertirlo en una costumbre, más que nada por motivos de supervivencia: tengo tendencia a irme de la lengua cuando hablo de mis jefes y muchas veces lo que he dicho no ha jugado a mi favor a la hora de mantener un empleo estable. Afortunadamente, en este caso no podría encontrar nada negativo sobre lo que escribir. El Unicaja es asombroso.
Tened en cuenta que no soy dado a la efusividad ni a la hipérbole. Si el equipo no me tratara tan bien, lo diría. O, más bien, no diría nada y... luego escribiría sobre ello en un libro algún día. Así que no penséis que soy amable sólo porque sí.
También podría ser, claro está, que sea sólo porque estoy acostumbrado a una incompetencia tan exagerada que la normalidad me impresiona. Pero supongo que eso da igual: desde mi punto de vista, el Unicaja es como el paraíso. O, al menos, es como yo siempre he pensado que podría ser el baloncesto. Los jugadores son buena gente, los entrenadores son amables e incluso la ropa queda bien. Ha sido así desde el principio -el equipo comprendió perfectamente que yo podría querer pasar en Kansas nuestra segunda fiesta más importante del año- y ha seguido siéndolo durante mi viaje a Madrid, donde a mi novia y a mí nos recibió el que probablemente sea el ser humano más majo del planeta: el manager del equipo, Manolo.
Casi no sé ni cómo actuar. Estoy acostumbrado a las camas en el suelo de Rusia y a los caseros griegos diciéndome que están a punto de desahuciarme. Las llamadas telefónicas del director del equipo para confirmar si estoy listo para salir de Kansas son una novedad para mí.
Así que perdonadme si no soy capaz de improvisar algo sobre la NBA. Estoy demasiado impresionado por los acontecimientos de la última semana. Prometo volver a la normalidad la semana que viene. Para entonces, habrá transcurrido la mitad de mi estancia en Málaga y estaré a medio camino de convertirme en un seguidor del Unicaja. A menos que empiecen con lo de hacerme dormir en el suelo.
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